FICHA TÉCNICA
Título obra La sonata de Ios espectros
Autoría August Strindberg
Dirección Salvador Garcini
Elenco Lorenzo de Rodas, Adriana Roel
Espacios teatrales Teatro Juan Ruiz de Alarcón
Cómo citar Bert, Bruno. "La sonata de los espectros
Un viaje sin final". Tiempo Libre, 1986. Reseña Histórica del Teatro en México 2.0-2.1. Sistema de información de la crítica teatral, <criticateatral2021.org>
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Teatro
La sonata de los espectros
Un viaje sin final
Bruno Bert
Se trata de una pieza tardía de Strindberg, estrenada en el Intima Teatern (una sala fundada con el apoyo de August Falk y que aún funciona dedicada a la obra de Strindberg) en 1907. Nos encontramos en su última etapa, cuando ha evolucionado del naturalismo hacia el simbolismo con ciertos toques de anticipación expresionista. Continúa interesado por la problemática social, pero con una fuerte componente metafísica expresada no sólo a través de la concepción misma de sus trabajos sino incluso en forma explícita por medio de larguísimas parrafadas teóricas que inserta en los parlamentos de sus personajes. Dentro de este marco referencial Sonata de espectros ha sido siempre calificada como una obra maestra y atrajo al mismo Ingmar Bergman, aparte de otros célebres directores. Hoy podemos apreciarla en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón, a través de la puesta de Salvador Garcini, con escenografía de Humberto Figueroa y la participación de Lorenzo de Rodas y Demián Bichir en los roles fundamentales.
Su visión produce un extraño efecto que oscila desde la fascinación hasta el aburrimiento. De hecho, la primer mitad de la obra en una suma de hallazgos por parte del equipo. Desde el telón que reproduce La isla de los muertos, con una encantada sugestión; la muy bella escenografía, pensada como unidad circular de la casa (que a la vez inaugura el teatro giratorio de Juan Ruiz) y que capta toda la magia a la vez empática y repulsiva de ese mundo que tanto tiene de planta carnívora, atrayente y mortal. El manejo de los tempos teatrales que contraponen las figuras oníricas que deambulan con la pesadez de lo irreal contra la fuerza versal y gesticulante de los que planean ser victimarios o de los que aún no se saben víctimas; lo acordado del vestuario y de la caracterización, y lo fuerte incluso de algunas actuaciones, como la de Lorenzo de Rodas, que parece extraer toda su fuerza del contacto con la juventud de los demás, de los elegidos, a las que absorbe su energía y su vida. Los contrapuntos musicales, la selección de luces... Pero realmente es extraño el efecto global, porque toda esta fascinación de la que hablamos se extiende durante una escena y media del espectáculo (que es de un acto dividido en tres escenas) para ir poco a poco decayendo a partir de la mitad del segundo cuadro, que tiende peligrosamente hacia el melodrama, aunque no esté montado como tal, para diluirse en forma casi absoluta en el último tramo, vaya uno a saber si por responsabilidad de Strindberg o de Garcini, que toma como director la difícil propuesta del autor sueco.
Esta última escena nuclea, casi postanécdota narrativa, las posiciones y contradicciones del autor prácticamente en bruto. Como si Strindberg de pronto hubiera olvidado que lo que estaba construyendo era una pieza teatral y hubiera pasado al ensayo. De inmediato uno recuerda la secuencia final de El gran dictador, una de las últimas películas importantes de Chaplin, ya en pleno cine sonoro: después de ver durante el desarrollo del filme todo lo grande que el gran cómico podía llegar a ser a través de la imagen como conductora de la más infinita gama de sentimientos y pensamientos, éste quiere aclarar aún más las cosas y entonces se planta en primer plano frente a una cámara inmóvil y habla durante un tiempo que se hace infinito de la paz y la hermandad entre los hombres. Claro que el filme se va absolutamente a pique y todos desearíamos cortar esa imagen ingenua pero absolutamente superflua y que no hace al lenguaje del cine sino a las inseguridades de su autor.
Aquí pasa algo más o menos lo mismo, y aunque Garcini agregue una que otra imagen atrayente (la cocinera, por ejemplo) e induzca a Demián Bichir (que ha mostrado un interesante trabajo en el primer cuadro) a moverse y desplazarse en el escenario haciendo mil y una pirueta, la obra comienza a hacer agua por todos los rincones y no hay nada que pueda salvarla del naufragio teatral. Es difícil deslindar responsabilidades porque ese cuasimonólogo es como una roca en mitad de un puerto, pero el hecho está que toda propuesta escrita ha tenido por parte del que va a montarla el tiempo como para reflexionar y decidir qué hacer con ella. Y en ese sentido me inclino a pensar que la responsabilidad es de Garcini a pesar de su probada habilidad como director y creador de imágenes durante más de la mitad de la travesía de ese peligroso viaje sin final que es esta Sonata de espectros.
Lorenzo de Rodas y Adriana Roel en Sonata de Ios espectros, de August Strindberg; dirección, Salvador Garcini, Teatro Juan Ruiz de Alarcón, Centro Cultural Universitario (Insurgentes Sur 3000)