Teatro
Festival de Teatro Latinoamericano
Bruno Bert
Bajo el signo de lo popular
Un Festival Latinoamericano de Teatro es un evento de primera magnitud porque nos permite espejear el estado de nuestros teatros en una situación de intimidad idiomática e histórica donde el portugués hablado en Brasil no sólo no rompe esto sino que lo acentúa.
La muestra presenta ejemplos de Argentina, Brasil, Colombia, Venezuela, y desde luego, México, que es el encargado de abrir y cerrar la muestra casualmente con dos obras del mismo autor: Víctor Hugo Rascón Banda.
Podríamos señalar omisiones importantes tanto a nivel de elencos como de países, pero la crisis económica nos hace prudentes y preferimos volcarnos a aprovechar lo que sí hay y no a lo que falta; a discutir lo presentado y a presentar antes que llorar por las ausencias.
Son cuatro las obras vistas hasta el momento de cierre de esta nota y tres más las presentadas al momento en que ésta llegue a manos del público. Las primeras son: Máscara contra cabellera, de México; El loco y la triste, de Chile; La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, de Colombia y Las tres heridas, nuevamente de México. Las cuatro poseen elementos que dan sentido al título de la nota: lo popular como ingrediente fundamental de su temática y, en general, una fuerte acentuación de lo poético en la lectura de su trama.
Máscara contra cabellera, presentada por la Organización Teatral de la Universidad Veracruzana como apertura de la muestra, toma un aspecto muy querido por el pueblo mexicano: el mundo de los luchadores, y poetiza a través de él con fuertes imágenes que nos recuerdan mucho ciertas líneas del comic underground aún no muy difundidas dentro de nuestro país. Los grandes contrastes de luces, los vestuarios y la composición de figuras como la de Doña Paz o La Sombra, rastrean por un mundo de lo simbólico (aunque puedan tener raíces reales) muy cercano a la sensibilidad de los espectadores a la que está destinada.
El loco y la triste, De Juan Radrigán, bajo la dirección de Raúl Osorio, toma, con apenas dos personajes, a toda la marginalidad de Santiago de Chile, encarnados en una prostituta y un vagabundo que tratan de hallar un sentido a su vida en este mundo, del que ya están echados, antes de pasar obligatoriamente al otro, barridos por una sociedad que no admite espacios ni resquicios para una vida más plena o al menos simplemente humana. El interesante trabajo de los actores y una puesta que recuerda mucho al teatro rioplatense independiente de la década de los sesenta, hacen grata la visión y reflexión sobre ese mundo que se derrumba.
La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, obra traída por el teatro local de Bogotá, Colombia, bajo la dirección de Miguel Torres, es esencialmente fiel al libro de García Márquez y es indudable que tiene momentos muy bellos, sobre todo aquellos relacionados con los personajes principales, aunque una preocupación excesiva por la claridad anecdótica de una obra que nace de un cuento, hace perder por momentos la posibilidad de abismarnos más en los contenidos, a través de una puesta en escena excesivamente movida que mantiene ritmos pero que pide algunos momentos de silencio. Tan propicios tanto para la música como para el teatro.
Las tres heridas, también de México, bajo la dirección de Felio Eliel, a través de una creación colectiva ordenada y escrita por Alejandro Licona, aborda el mundo de la juventud marginal mexicana, el de las pequeñas bandas y su relación con la sociedad, la familia y los afectos. Es interesante ver cómo las cuatro obras usan un lenguaje extraordinariamente personal, que hace no solamente al país del que provienen, sino a la clase que retratan; y como hay temas que son recurrentes en todos los ejemplos, como la explotación, sea de los luchadores, de la prostituta de los jóvenes captados al sistema a través de la extorsión.
No parecen escapar a lo planteado los trabajos de Argentina, Brasil y Venezuela, aunque las necesidades de cierre de edición no nos hayan permitido verlas. Como síntesis podríamos decir entonces que, bajo la multiplicidad de obras y estilos, continuamos presenciando lazos que bien hablan de la unidad de las problemáticas latinoamericanas, a pesar de los matices diferenciales de cada visión y de cada realidad particular.
Rebeldía e irreverencia
De Brasil y México son los dos últimos espectáculos que presentará el Festival Latinoamericano de Teatro, cerrando con ellos el encuentro. De Brasil tendremos al grupo Do Ornitorrinco, que ya nos visitaron con anterioridad y que ahora acerca un trabajo basado en los textos irreverentes del Alfred Jarry, en una combinación de las distintas piezas sobre el Padre Ubú, al parecer acentuada aún más su corrosividad por la propuesta escénica del grupo brasilero, muy volcada hacia lo lúdico y participativo con trapecistas, equilibristas y tragafuegos.
Do Ornitorrinco es un grupo experimental que trabaja en Sao Pablo desde 1977 y que ya ha provocado diversas reacciones, algunas de ellas bastante airadas, a través de sus montajes nada convencionales de distintos autores mundiales. La elección de Jarry no parece entonces casual, ni tampoco el espíritu retozón e irreverente que tanto tiene que ver con la idiosincrasia del grupo como del país que proviene, capaz de poetizar la tragedia y de encontrar un ritmo vivo aún para tratar las llagas más lacerantes de su historia. El papel principal de la obra recae sobre el propio director, Cacá Rosset, y la foto que ilustra la nota muestra un momento del espectáculo que ellos mismos definen como de una pieza infantil sólo para adultos. A esperar y ver para juzgar.
Como al otro lado del espectro parece encontrarse la obra de Víctor Hugo Rascón Banda, dirigida por Marta Luna, con la que se cerrará efectivamente el festival. La Fiera del Ajusco, hace referencia en su título a una nota de la crónica roja mexicana muy reciente y, a partir de una historia real de una mujer que mata a sus cuatro hijos e intenta suicidarse sin desgraciadamente conseguirlo, autor y directora se proyectan sobre sus propias ideas y sentimientos del valor de la justicia en México.
Si en la obra de los brasileros parece haber irreverencia —en un mundo en que ya muy pocas cosas quedan para tal sentimiento— en la pieza mexicana hay rebeldía en el sentido de estallido frente a la injusticia.
"Si generalmente mis trabajos son formales y técnicos —nos dice Marta Luna— y dirijo con ecuanimidad y tranquilidad, aquí, en cambio, me veo continuamente comprometida en lo emocional".
Toda la obra está quebrada en su secuencia narrativa, no respetando una continuidad lineal, cambiando constantemente incluso de propuestas formales, como una proyección de los estados emocionales de Elvira (la protagonista), en una posible y posterior recordación fragmentaria de los hechos. "Espero que igualmente el espectador no pierda una secuencia emotiva a pesar de las alteraciones formales del trabajo", comenta la directora mientras reflexiona sobre las dificultades por las que hubo de pasar para conseguir quien interpretara el personaje finalmente encarnado por Ángeles Marín: "Pareciera que aquello que los actores están dispuestos a aceptar bajo el distanciamiento de un clásico, les rechaza en el plano de la cotidianeidad. Nadie se hubiera negado a interpretar a Medea o Ricardo III, aunque involucre hechos similares, pero sí la historia que sucedió aquí, entre nosotros, y hace muy poco tiempo. Y que sigue y seguirá ocurriendo mientras no cambie el sentido aberrante y paradójicamente injusto de lo que nosotros llamamos justicia. En los juzgados hay un cartel que reza: "La justicia se imparte gratuitamente" Para que sea como es, mejor sería que ni siquiera se impartiera, ya que ni gratis nos es útil”.
Precedido por un trabajo de investigación, el montaje gira sobre la pregunta que alguna vez se hiciera Ionesco en uno de sus textos más conocidos: "¿Qué quiere decir ser responsable?", y nos recuerda aquel film chileno de Littin (El Chacal de Nahuel Toro) que hiciera historia, sobre una anécdota similar y sobre igual pregunta dirigida en dualidad al autor material del hecho y a la sociedad como verdadera coautora moral y responsable final de las circunstancias que concurren para hacer posibles situaciones como la planteada.
No se trata de la primera obra de Víctor Hugo Rascón Banda que dirige Marta Luna, ya que va precedida por Los ilegales, El baile de los montañeses, y Voces en el umbral, por lo que resulta evidente que entre autor y directora se ha establecido un diálogo fructífero que trasciende la circunstancia de una sola puesta. Entre las obras mencionadas están las más interesantes de la amplia producción de la directora mexicana, por lo que es de esperar que La fiera del Ajusco, sea un sólido cierre de la dramaturgia mexicana, a este Festival de Teatro Latinoamericano.