FICHA TÉCNICA



Título obra Entre mujeres

Autoría Santiago Moncada

Dirección Marcos Miranda

Elenco Nuria Bages, Rosa María Bianchi , Raquel Olmedo, Carmen Castañeira , Ana María Cureño

Espacios teatrales Teatro San Jeroninimo

Referencia Rafael Solana, “Teatro. [Entre mujeres de Santiago Moncada, dirige Marcos Miranda]”, en Siempre!, 1 julio 1992.




TRANSCRIPCIÓN CON FORMATO

Referencia ElectrÓnica

Siempre!   |   1 de julio de 1992

Columna Teatro

Entre mujeres de Santiago Moncada, dirige Marcos Miranda

Rafael Solana

Cuando esta sección insiste, tan frecuente como infructuosamente, en la necesidad de dar preferencia al teatro nuestro sobre el extranjero, por eso último tomamos al traducido, especialmente del inglés, que es el idioma que está cada día conquistando mayores posiciones culturales y de todo tipo en el mundo entero. Jamás hemos considerado ni consideraremos como extrañas a nuestra cultura a ningunas manifestaciones artísticas o de otra índole originadas en España ni en ningún país de la América Española (ya la comunidad idiomática castellana perdió las Filipinas, y casi completamente a Puerto Rico; pero no a California ni a Texas). En nuestro concepto decir español, argentino, cubano o colombiano se parece mucho a decir jarocho, tapatío, yucateco o regiomontano; son variedades geográficas de una misma cultura. En el teatro (y sus parientes el cine, la radio, la televisión, como la literatura en general) tan a México pertenecen los autores, artistas y directores de Madrid, de Buenos Aires, de La Habana, de Bogotá, etcétera, como los de Veracruz, Guadalajara, Morelia o Mérida.

En sus viajes a Europa el empresario mexicano don Salvador Varela se encontró (íbamos decir descubrió, pero el descubrimiento ya no se usa, sino sólo el encontronazo) a un autor nuevo de Madrid, como antes otros promotores habían hallado a Jaime Selom, y Basurto a Buero Vallejo, y a su paisano (de Basurto, pues ambos nacieron en la villa de Guadalupe) Ruiz Iriarte; en una generación anterior conocimos a Federico García Lorca, de quien nos enorgullecemos como si fuera nuestro; y a Alejandro Casona, y al calumniado Jacinto Grau; antes que a ellos, a don Pedro Muñoz Seca, a Pilar Millán Astray, a Luis Vargas, a Navarro y Torrado, y a los primeros Pasos, don Antonio y su hermano, tío y padre de don Alfonso Paso, un autor que aquí se hizo popularísimo. Un estreno de Gabriel García Márquez o de Mario Vargas Llosa, o de Manuel Puig, o de Jorge Díaz, autor chileno-argentino-español de Réquiem por un girasol, o de Carruyas, nos alegran tanto, o casi, como uno de Argüelles, o de Carballido, o de Héctor Mendoza. Ahora uno de los teatros del Instituto Mexicano del Seguro Social(1) ha sido cedido a las empresarias argentinas y mexicanísimas Carmen Castañeira y Ana María Curreño para que pongan una obra de Santiago Moncada, en cuyo reparto vemos a una cubana tan mexicana como Carmen Montejo: Raquel Olmedo, que habla el mismo idioma que las actrices mexicanas, españolas o argentinas que dan vigor, prestigio y grandeza a nuestro teatro. Y esa obra de Moncada, mejor que las que le hemos conocido antes, y que se llama Entre mujeres, promete ser un éxito aplastante, a juzgar por el triunfo que obtuvo, resonantísimo, en su función de prensa.

Desde luego, y esto quede asentado desde el principio, Moncada no es García Lorca, ni Casona, ni Benavente, ni siquiera Alfonso Paso (autor este último sumamente desigual, que tiene muy marcadas altas y bajas); pero es un autor absolutamente profesional, dueño de su oficio en medida asombrosa, un maestro que se las sabe todas en materia de técnica dramática. Su afán no es el de la originalidad, sino el de la habilidad en la construcción y el de la pericia para manejar las reacciones del público, y para proporcionar a las actrices papeles de lucimiento. Un grupo de cinco ex compañeras de escuela que se juntan muchos años después para desnudarse unas a otras psicológicamente, con los papeles tan bien equilibrados que todos puedan tener exactamente el mismo brillo, ya lo habíamos visto (sólo que aquella vez eran cinco hombres) en Tiempo de campeones; también se parece mucho la obra de Entre mujeres, en ciertos momentos, a aquella Cena de matrimonios, de Alfonso Paso, con la que Jorgito Ortiz de Pinedo obtuvo el triunfo mayor de su vida; y también El desperfecto, de Antonio Monsel, pieza teatral excelente basada en un cuento de Fiedrich Dürrenmentt. No ha inventado la pólvora Moncada con esa abracadabrante reunión de arpías, pero ha resuelto brillantísimamente el problema, que aun para muchos famosos autores está en chino, de no montar las conversaciones de dos en dos personas, como Salvador Novo hacía en A ocho columnas y en La culta dama, sino tener en escena en todo momento a cinco primeras actrices, ninguna de ellas callada, y cada una con su aria, con intervención de las demás y no en forma de rollo, como en Contrabando. Uno calcula que los mejores bocados se los comerán las actrices famosas; pero ni siquiera es así, sino todas van superándose unas a otras según el desarrollo de la pieza, que también nos ha recordado El solterón, de Xavier Villaurrutia, y una pieza de Casona (en el cine la hizo José María Linares Rivas) en que se hacía misma investigación sobre un adulterio, ingeniosa y cruel. Ambas posiblemente inspiradas en otra de Arturo Schnitzler.

Moncada, que de todos modos merece un gran elogio como escritor teatral, ha permitido que se deslice un cierto desequilibrio entre el primer acto y el segundo de su obra. En el primero la meta parece ser crear diálogos ingeniosos, satíricos, irónicos, a la manera de Óscar Wilde, para con ellos pintar los diferentes caracteres de las cinco féminas del reparto; en el segundo, el ideal perseguido es acumular sorpresas sobre sorpresas, golpes teatrales sobre golpes, aunque para ello se recurra a veces al bajo truco de “lo que dije no era cierto”; otro tópico es emborrachar a una de las damas para sacarle la sopa; algo más bien corrientón; pero todo, en el conjunto y en el detalle, resulta funcional, y hace efecto en un público que sigue la trama embebido, que suelta el trapo en los momentos de risa, que son muchos; y permanece asustado, aterrado, en los de las sensacionales revelaciones. Con la novedad, esa sí lo es, de que en esta ocasión la gran empresa patrocinadora del espectáculo no se limitó a boberías de telenovela, sino permitió que cobre la narración perfiles del teatro sexual y de atrevido lenguaje al que suele llamarse “fuerte”.

A dirigir esta magnífica obra fue llamado el señor Marcos Miranda, a quien no recordamos haber conocido antes. Le elogiaremos el cuidado que puso en no incurrir en obviedades tan burdas como caracterizar con lentes a la intelectual, con vestido de flecos y variados colores a la prostituta o con un traje sastre a la lesbiana. Su principal problema debió de ser conseguir cinco primeras actrices que aceptaran representar cuarenta y cinco años. No conocemos a ninguna mujer que confiese tener esa edad. Las que realmente la tienen se hacen la ilusión de todavía dar el gatazo de que no han llegado a ella, y no son sino las que ya pasan de los setenta las que aceptan medallas o diplomas que den testimonio de la antigüedad. Estas cinco, todas parecen estarse aumentando fechas, lo que en los casos de algunas por lo menos ha de ser muy cierto. Hablan de arrugas o de celulitis, y nada de esos vemos los espectadores; son chicas bellas y aun alguna de ellas bellísima. Aunque en actuación están muy parejas, pues a ello se presta la habilidad con que están repartidos sus personajes, dos evidentemente tienen mayor autoridad escénica, más cancha y más fuerte proyección (Raquel Olmedo y Rosa María Bianchi; los programas las anuncian en orgen rigurosamente alfabético). Uno espera, por ejemplo, que la que menos se deja ver en el primer acto vaya a crecer mucho en el segundo, y así realmente ocurre; con una salvedad: la gran escena de mano a mano en que dos se enfrentan hasta parecer ir a desgreñarse (pero ya están desgreñadas desde antes, con peinados infortunadísimos) no se produce entre las que uno creía. Sino hay sorpresa.

Utilicemos también nosotros el orden alfabético para mencionarlas: Nuria Bages, que está preciosa, se fuma los bocadillos más alegres y efectistas de toda la obra, en un papel algo subrayado por demás, pero que ella saca con muchísima gracia y con enorme vistosidad. La Bianchi se adueña del escenario cuando el texto le da oportunidad para ello, y todo el tiempo tiene al público en un puño. Macaria, que el primer acto lo pasa algo callada, y que lleva el papel menos simpático, tiene la más ruda prueba de su vida en un diálogo cargado de dinamita, cerca del final. Silvia Mariscal, cuyo papel parece el más provisto de asideros, sufre imprevistos cambios, y matiza con mucho talento su personaje. En cuanto a la maestra Olmedo, da cátedra de dicción, de intención y de gracia y nos toma el pelo atrayendo sobre ella sospechas, como en una obra de Ágata Christie, para al final escurrir el bulto. Todo está muy inteligentemente planeado y resuelto. Si en un obra de teatro es virtud ser teatral, cosa que suena muy natural, autor, director y actrices se dan un festín de teatralidad, que el público no puede menos que agradecer con su mayor aplauso, y, eso esperamos y vaticinamos, con su copiosa y prolongada asistencia. Para nuestras amigas Carmen Castañeira y Ana María Cureño, también por orden alfabético, vaya nuestra felicitación más efusiva y entusiasta.


Notas

1. Se refiere al teatro San Jerónimo. P. de m. A: Biblioteca de las Artes.