FICHA TÉCNICA
Título obra Doña Rosita la soltera
Autoría Federico García Lorca
Dirección Luis G. Basurto
Elenco Magda Guzmán, Virginia Manzano, Beatriz Aguirre, Miguel Maciá, Manolita Saval, Ana María Guzmán, Rocío Prado
Escenografía David Antón
Referencia Rafael Solana, “Teatro. [Doña Rosita la soltera de Federico García Lorca, dirige Luis G. Basurto]”, en Siempre!, 20 noviembre 1974.
TRANSCRIPCIÓN CON FORMATO
Referencia ElectrÓnica
Siempre!
| 20 de noviembre de 1974
Columna Teatro
Doña Rosita la soltera de Federico García Lorca, dirige Luis G. Basurto
Rafael Solana
Podrán decir ustedes, y tendrán razón, que se trata de un juicio meramente subjetivo; pero desde que las conocimos casi todas, unas por lectura y otras por representación, en 1934, de entre las obras dramáticas de Federico García Lorca otorgamos nuestra preferencia a Doña Rosita la soltera o El lenguaje de las flores. García Lorca, que, como su maestro Manuel de Falla, nunca temió ser pintoresco incurre en esta pieza en un pintoresquismo doble, el del país, que también tiñe otras de sus piezas, y el de la época. Hay quien diga que Doña Rosita... es cursi; pero lo es deliberadamente, con buen humor, con un ingenio crítico muy fino, muy agudo. No es la única obra en que Federico haya intentado el género cómico; antes lo había hecho en La zapatera prodigiosa; pero sí es la única en que lo cómico, lo caricaturesco, está mezclado a lo intensamente dramático, para desembocar en una tragedia incruenta, sin cuchillos y sin escopetas ni más sangre que la que tiñe por la mañana a la extraña rosa mutabile, que encontró en un libro de farmacia que le prestó José Moreno Villa. Recordemos que García Lorca es ante todo un poeta, y si no el inventor tal vez el más alto exponente del teatro poético. ¿Cómo podríamos afear a un paisano de Bécquer cierta delicuescencia, alguna melifluidad, tan propias del siglo como de la tierra en que situó el autor la acción de su drama?
Nos dio a conocer esta pieza Margarita Xirgu, y años después se la vimos excelentemente hecha a doña María Tereza Montoya. Más tarde la representó aquí una actriz más joven, Magda Guzmán, que con su personalidad dio nueva vida al papel. En realidad, de aquella temporada hace 40 años en que se la vimos a la actriz catalana lo que mayor impresión nos hizo fue la compañía. Doña Amalia Sánchez Ariño estaba eminente en el papel de la criada, en el que también brilló por todo lo alto doña Prudencia Griffell; don Alejandro Maximino también estaba excelente, y una vez más viene al caso recordar que con la Xirgu vinieron dos galanes de la talla de Pedro López y Enrique Álvarez Diosdado, y que su damita joven, de grave y cálida voz, era Amelia de la Torre, hoy doña Amelia una de las mayores primeras actrices que tiene España. Ni Magda ni María Tereza nos han hecho echar de menos a Margarita; pero la obra está repartida, hay otros papeles importantes, y es en ellos donde no siempre las nuevas representaciones de esta obra igualan a la primera que de ella presenciamos.
Esta vez, tras de repetir lo que hace años dijimos acerca de lo bien que le va el papel a la señora Guzmán y de lo perfecta que la encontramos en todas sus transiciones, hemos de decir que la empresa y el director han acertado plenamente en el resto del reparto. El papel de la criada, que es importantísimo, lo dieron a una consagrada primera figura del teatro, Virginia Manzano, y repartieron el de la tía, que también tiene mucha mira, a otra actriz excelente, que es Beatriz Aguirre, para quien no tenemos sino elogios, excepto por su peluca del último acto. Miguel Maciá, que ya lo había hecho, está muy fino y muy penetrante en el delicado papel del tío; son apuestos y dicen bien los galanes; Manolita Saval está graciosa, hasta un poquito por demás, en su madre de las solteras, y de entre todas las jóvenes damitas, que son ocho, si por su belleza destaca Ana María Guzmán, lo hace por su gracia, su picardía y su desenfado Rocío Prado, una chiquilla verdaderamente encantadora.
Doña Rosita la soltera es a nuestro juicio la mejor obra de teatro que hay hoy en las carteleras de México, y ni su dirección, de Luis G. Basurto, ni su escenografía, del rosáceo David Antón, ni su interpretación por una compañía dejan nada qué desear, sino por el contrario contribuyen a ofrecer al público un espectáculo de gran distinción artística.