FICHA TÉCNICA
Título obra Violinista en el tejado
Autoría Joseph Stein
Dirección Manolo Fábregas
Elenco Manolo Fábregas, Guillermo Orea, Bertha Moss, Armando Arreola, Alonso Castaño, Julián de Meriche, Raquel Olmedo, Carmelita Molina
Coreografía Fernando Azevedo
Música Ruiz Armengol
Productores Manolo Fábregas
Referencia Rafael Solana, “Teatro. [Violinista en el tejado de Stein, dirige Manolo Fábregas]”, en Siempre!, 11 de marzo 1970.
TRANSCRIPCIÓN CON FORMATO
Referencia ElectrÓnica
Siempre!
| 11 de marzo de 1970
Columna Teatro
Violinista en el tejado de Stein, dirige Manolo Fábregas
Rafael Solana
Se estaba reservando Manolo Fábregas, para reaparecer como actor, hasta que encontrase un papel lo suficientemente estelar como para hacer notar su grandeza, y, como empresario, a que surgiese una obra mayúscula, de esas que tienen mucha dirección, mucha gente, mucha ropa, escenarios, movimiento, algo grande. Y ha encontrado ya todo, el personaje y la obra; de manera que se ha echado a navegar, con viento en popa, en una producción que suponemos ha de durarle todo el año, y con la que tal vez pueda superar la marca de cinco y medio millones de pesos de entradas que alcanzó con El hombre de la Mancha.
Violinista en el tejado, que es la nueva obra que Manolo nos presenta, tal como en Nueva York, en Londres o en París (a crear algo original prefiere Manolo generalmente reproducir lo que se hace en las grandes capitales) no alcanza, como comedia musical, la perfección, la calidad literaria, la belleza musical, la agilidad, de Mi bella dama, que sigue siendo el non plus ultra de las comedias musicales, y que Manolo mismo nos presentó aquí con esplendor inolvidable; pero quienes hayan admirado Hello, Dolly, o El hombre de la Mancha, encontrarán que en nada desmerece de esas grandes producciones. La obra de Stein peca tal vez de no pocas obviedades; sus diálogos suelen ser triviales, sus chistes, conocidos; agradecemos que en el episodio del quid pro quo de la venta de la vaca y la petición de mano de la hija no se haya insistido mucho, porque eso es un sketch que aquí es ya archisabidísimo; pero con los incidentes no muy originales de su pieza ha hecho el autor una obra amable, que se va deslizando con suavidad, y a la que sólo encontramos como defecto, en caso de serlo, cierta disparidad entre los dos actos en que se la divide (parecía más lógico y más equilibrado partirla en tres) porque el primero y más largo resulta en todos sentidos más ameno, movido y brillante que el segundo, sobre el que domina un tinte de tristeza, de melancolía.
La dirección es soberbia, y, si no por idearla (pues está copiada) hemos de felicitar a Manolo por realizarla; hay algunos momentos en que está tan bien movida la escena, llena de gente, que se siente verdadera satisfacción de ver evolucionar con exactitud a tantos actores y bailarines sin confundirse ni entrechocarse; el reparto es enorme, y no faltan en él las estrellas, casi siempre en papeles que no las necesitaban; así, por ejemplo, para solamente un par de escenas no muy largas cada una, hay allí talentos de la categoría de un Guillermo Orea o una Bertha Moss, que, por supuesto, hacen verdaderas creaciones de esas escenas breves; también están estupendos Armando Arreola, Alonso Castaño, Julián de Meriche. Deliberadamente estamos escribiendo esta nota sin ver el programa de lujo que nos regaló Fela, para sólo citar, de las 100 personas que hay allí, a las que se hayan quedado en nuestra memoria; otra de ellas, que nos pareció deliciosa, encantadora y brillantísima, es la cubana Raquel Olmedo, linda y ágil, graciosa, y buena cantante; si no temiéramos ofender su largo currículo (pero sólo la recordamos en ¡Ah, qué mujeres!) la propondríamos como la revelación del año, ya que para nosotros lo fue. Y magnífica y triunfal hemos encontrado una vez más a la siempre admirable Carmelita Molina, que es el segundo personaje de la obra, y que se hace grata al público en todo momento.
Manolo es la estrella absoluta, hasta olvidando que es el productor, el director y el dueño de la casa. Canta, y no mal, baila, lo suficiente, se ha caracterizado excelentemente, y tiene una actuación llena de intención y de buen humor, o de resignada tristeza cuando eso pide su escena. Para que no se nos fuese a olvidar que es la estrellísima recurre a dos expedientes: el ya casi olvidado de tener un reflector que le siga en todo momento, hasta en las escenas más oscuras, y el de quedarse sólo en escena cuando se abre por segunda vez el telón, después de permitir en la primera (y en la tercera, y en las que siguen) que toda la compañía comparta con él los aplausos.
Un espectáculo grande, y al que poco faltó para ser grandioso, es Violinista en el tejado, con Ruiz Armengol al frente de la orquesta, con Azevedo a la cabeza de los bailarines, con escenas, como el baile de las botellas, o el de la fiesta de la boda, o el de la taberna, que son comedia musical de primer orden y que traen a México un tipo de espectáculo que gusta mucho en Londres o en Nueva York, y que nuestra ciudad no tendría si no los trajese, y lo presentase con este esplendor y este lujo, Manolo Fábregas, a quien cada noche el público sepulta bajo el peso de las triples ovaciones que ampliamente se ganan el actor, el director y el productor, a todos los cuales aquí felicitamos efusivamente.