Siempre!
| 29 de julio de 1964
Columna Teatro
Ay, papá, pobre papá, estoy muy triste porque en el clóset te colgó mamá de Arthur Kopit, dirige Juan José Gurrola
Rafael Solana
Uno de los privilegios que generosamente nos ha concedido el tiempo, al permitirnos llegar a una edad envidiable, ha sido el de poder haber sido y ser admiradores de tres generaciones, por ahora (así quiera el destino concedernos ver la cuarta) de damas del teatro, tan bellas como talentosas. Conocimos primero a Julia Guzmán, una hermosa escritora, mujer de gran prestancia y autora de dramas que alcanzaron el éxito; después, desde muy pequeña, hasta que se abrió como un botón espléndido, a su hija, Rita Macedo (que se llamaba Conchita cuando saltaba a la cuerda, en un pasado que todavía no puede calificarse de remoto); y a esta mujer bellísima, que conquistó la celebridad como actriz del cine y que como artista de teatro tiene ya bien probado su talento, agregamos ahora otra belleza más, Julissa, su hija, y nieta de Julia, encantadora damisela, en el abril de la vida, de quien ya nos consta, porque la vimos en el teatro, que es una preciosidad, y de la que hemos oído decir que canta, o algo por el estilo, en discos, o televisión, o tal vez hasta en películas que no nos ha sido deparada la oportunidad de ver. ¡Tres generaciones de belleza y de talento, si el de la tercera llega a probarse! He aquí una gran familia del teatro.
Hemos querido conocer a Julissa, acerca de quien confesamos nuestra ignorancia culpable (pues para algunos es ya una estrella) y hemos ido con curiosidad al teatro Milán, donde su madre la presenta, no en una obra de la abuela, como nos habría gustado, sino en una comedia americana muy moderna, de la que Rita es empresaria, y actriz principal(1).
Tremenda sorpresa se llevó el público cuando, al levantarse el telón, apareció una escenografía que no es de David Antón. Algunos se tragaron el chicle con el susto; otros se quedaron pasmados; alguno hasta aplaudió. ¿Era una maravilla esa escenografía, de Roger van Gunten? ¡Hombre, no! ¡Ni muchísimo menos! Pero al menos agradeció el público la novedad. La actriz a quien esperábamos no apareció en todo el primer cuadro, que, por cierto, algunos juzgaron tedioso. La vimos en le segundo. Se parece más a María Elena Marqués que a su propia madre, quien no le agradecerá que haga esta propaganda a una competidora hasta tiene un lunar estratégicamente colocado para subrayar esa semejanza. Es monísima, más que bella. Joven, eso sí tanto como su madre o más. Garrida, lozana, espigada, salerosa. Un encanto de muchacha. Si llega a desarrollarse, en el arte como su progenitora hizo, tiene un amplio porvenir delante; amplísimo, puesto que tan temprano comienza.
Un defecto le encontramos a esta muchacha, de un delito la acusamos: ha hecho creer a su madre, a Rita, que ya puede comenzar a hacer papeles de vieja. Se dirá la señora Macedo que, puesto que tiene ya hijos tan grandes, puede hacer ya en el teatro papeles de madre de tan grandes hijos. Eso no es cierto. Es un grave error. La verdad artística es diferente de la verdad oficial. Rita tendrá quién sabe cuántos años, que eso a nadie le importa, en su acta de nacimiento, y ya tiene hijos crecidos; pero sobre la escena sigue siendo una muchacha, una joven muy bella, tal vez hoy más bella que nunca antes, delgada, esbelta, con unos ojos deslumbrantes. Le viene más el papel de Julieta, que tiene 15 años, que el de madre de familia. Ya lo habíamos notado en otras obras; pero en la que hace ahora se nota más; trata la pieza de una madre mandona, hagan ustedes de cuenta que la interpreta Virginia Manzano en otra pieza, actualmente, en otro teatro; una madre ya en edad de ser suegra. Y eso, Rita Macedo, no lo da en el teatro ni con muchas ganas; tendría que ponerse una peluca blanca, unos anteojos; y entonces parecería abuelita. Por modestia, para no caer en el ridículo en que han caído algunas colegas suyas, que ya viejonas seguían haciendo papeles de chiquillas, Rita ha exagerado en sentido contrario, y ha querido hacer papeles de mujer madura cuando todavía en el escenario luce como una veinteañera. Y quizá lo que le haya metido esa idea en la cabeza haya sido ver que ya su ropa le venía a su hija, el año pasado; y que ahora ya no le viene.
Rita se creyó que esta obra le iría. No le va nada. Le irá cuando la reponga dentro de 15 años. Ahora está fuera de papel. Ella podría haber hecho, sólo que es muy cortito, el papel que repartió a su hija, el que ella hace es un papel para la Manzano, o para Anita Blanch, o para Marilú Elízaga.
Pero... todo es ficción en el teatro, y más en el muy moderno; si creemos que es pescado un pedazo de hojalata, y que son plantas unos trapos, también podremos creer (aunque sea más difícil, porque es cierto) que Rita es una mujer madura y madre de tamaño hijo. Y ya metidos en esa suposición, tenemos que aplaudir su trabajo, que es formidable. La obra es de primera actriz; tiene parlamentos de hojas enteras, verdaderos soliloquios; y Rita los dice con muchísimo arte, de una manera muy moderna, por más que en algunos acentos y fruncimientos de labios y abertura de ojos alcanzamos a entender que dice cierta frases como se habrían dicho en inglés. Parece que se ha atenido más Rita al original, en su composición del personaje y en la memorización de los diálogos, que a la traducción(2), en la que, por cierto, abundan los errores; escuchamos un "salir fuera" y un "encerrar dentro" que nos pusieron el pelo de punta.
El papel de la hija de Rita es corto, y mucho más corto el del hijo, tan pequeño (el papel) como el del hijo de la Guilmain; Oscar Chávez y Julián Pastor hacen otros papeles breves; los otros dos importantes son; el de Roberto Dumont, que lo entendió perfectamente y lo hace con preciosismo, y el de Carlos Jordán, quien, con una sola escena, si bien larga, arranca las mejores risas de la noche, mantienen al público despierto (como no sucede a lo largo de toda la obra) y logra aciertos caricaturescos verdaderamente felices. Mucho han de aplaudir y felicitar a este actor por su actuación brillantísima.
Grandes felicitaciones merece también Gurrola, el director, que animó muchisimo la comedia, tan plana a ratos. Llenó con música y con movimientos largas escenas mudas, con las que alarga la duración de la pieza, que es breve; supo dar personalidad a objetos tan inanimados como las plantas; y creó, con gracia y buen humor, el clima de absurdo, de sueño, de chiste cruel, en que se desarrolla la farsa. Cada vez nos gusta y nos convence más este inteligente y moderno director, sin duda uno de los mejores de la generación más joven.
Hasta ahora no habíamos tenido ocasión de mencionar que la pieza que venimos comentado tiene el largo nombre de Ay, papá, pobre papá, estoy muy triste porque en el clóset te colgó mamá, y que su autor es Arthur Kopit. Se trata de una obra que ya ha obtenido la bendición, que tanto interesa a la empresaria señora Macedo, de los públicos de Nueva York y de Londres (aunque no estamos muy seguros de los de Londres, pero suponemos que Rita no la habría aceptado sin esa recomendación). Se trata de una pieza deliberadamente llena de absurdos, de cosas desconcertantes, extrañas, un tanto oníricas, un tanto abstractas, pero que, si sólo se toma uno la pequeña molestia de descifrar algunas claves, muy obvias, viene a tener un asunto más bien sencillo y pequeño burgués; la perniciosa influencia que en el desarrollo mental de un joven pueden llegar a tener una madre autoritaria; todo esto dicho con exageraciones y símbolos, como el que la madre mate al padre y traiga entre su equipaje el cadáver, la de que mantenga a su hijo atado con una correa, como haría con un perro, y otras no menos de bulto, Julissa, en este juego de alegorías, vendría a ser la invitación a la vida normal, que el joven acogotado por su madre rechaza. Otras obras con el mismo tema hemos visto y vemos; los novedoso de la actual está en el tratamiento, tan extravagante y alambicado como el título; pero no es nada que no se pueda comprender con un poquito de buena voluntad y de paciencia.
Felicitamos a Rita Macedo por importarnos, como ya antes hizo en el Sullivan y en el Fábregas, las obras escritas en inglés con las que de buena fe supone que va a alfabetizarnos y a mejorar nuestro teatro.
Notas
1. La obra se estrenó el 10 de julio. P. de m. A: Biblioteca de las Artes.
2. De Juan García Ponce y Miguel Ángel Domínguez. Idem.