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Columna El Teatro
Ajustes y reajustes en los teatros metropolitanos
Armando de Maria y Campos
El secreto –secreto a voces– era conocido por todos. Las malas entradas, en descenso constante, mientras los presupuestos de artistas y de trabajadores subían más y más cada día, provocarían tarde o temprano el cierre total de los teatros metropolitanos... si los dirigentes de la Federación Teatral no ajustaban sus exigencias a una realidad que nadie podía negar; si los empresarios se abstenían de ofrecer a "vedettes" de dudosa popularidad sueldos que no podían pagar el empresario de la acera de enfrente, y si los directores de la Asociación de Actores colaboraban aceptando ajustes y reajustes.
No es prudente sacarle los trapitos al sol a nadie. ¡Todos en él pusisteis vuestras manos!... El resultado es que el teatro en México pasa por una de sus más agudas crisis. ¿En México nada más? En cualquier lugar del mundo. Por culpa también del cine, que acostumbró a las estrellas y a los luceros a cobrar honorarios que no puede cubrir el teatro, y al radio que ofrece al público, ¡gratis!, a los mismos artistas, por los que el teatro –lugares incómodos, modesta presentación, falta de ensayos– tiene que cobrar precios que hasta hace poco no eran inferiores a los que se hacen pagar los cines cómodos por mediocres películas extranjeras.
¡Todos en él pusisteis vuestras manos! Y más que ninguno, el empresario. Porque esta crisis que el teatro metropolitano viene arrastrando desde hace mucho tiempo, ha producido un tipo de empresario ignorante de la materia que trabaja, caprichoso y caprichudo, o bien forrado de billetes que no le importa perder, o tan carente de ellos que, si pierde, no paga a nadie; tímido con los delegados de "las agrupaciones", audaz para anunciar lo que sabe que nunca podrá cumplirle al público, que parece que se deja engañar, que parece que no protesta, pero cuya protesta consiste en volverle las espaldas al empresario –¡líbranos, Señor del empresario (o empresaria) que a la vez es "cabecera" de cartel!– que lo ha hecho víctima de su engaño, de sus burlas, de su falta de seriedad y cortesía.
El más reciente de los fracasos teatrales, la temporada de Soto en el Iris, decidió ¡por fin! a los empresarios de espectáculos revisteriles a reunirse para cambiar impresiones y estudiar cómo podían remediar en parte la crisis a que habían llevado sus propios negocios. Acudieron a la cita –7 de octubre– los empresarios auténticos (y los empresarios fantasmas) de los teatros Fábregas, Ideal, Lírico, Follies, Colonial y Tívoli; tal vez los representantes de los del Iris y Arbeu, y, citados por éstos, algunos ejecutivos de las agrupaciones sindicales de actores y autores, de tramoyistas y apuntadores, de electricistas y empleados. Se discutió y, claro está, se declamó. Y se tomaron varios acuerdos, cómo integrar una Unión de Empresarios Teatrales –en activo–; solicitar que es como arar en el mar, de todos los sindicatos gremiales rebaja de salarios, hasta un 30%; gestionar, que es como predicar en el desierto, que los dueños de los teatros acepten cobrar menos por los alquileres. Pedir su apoyo al C. jefe del Departamento Central, esto sí, bueno, y eficaz de seguro. ¡Ah!, solicitar de las "primeras figuras" que reduzcan sus pretensiones. Ante el vacío casi absoluto de las salas donde actúan, este acuerdo carece de sentido. Continúan las solicitudes: a la Compañía de Luz y Fuerza, para que reduzca sus tarifas. Y no faltó el entre nosotros clásico ¡viva México!: impedir que las compañías extranjeras disfruten de mayores privilegios que las mexicanas.
El primer paso en firme fue dirigido a reducir los elevados costos de la publicidad desplegada, haciendo publicar en los principales diarios y revistas, bajo la responsabilidad de la Federación Teatral y de la Asociación de Actores, porque la naciente Asociación de Empresarios Teatrales no se atrevió a intentar esta prueba del fuego, una "Cartelera Teatral", con un minimum de lineaje, igual para todos los teatros, lo que obliga a una redacción ponderada, respetuosa; y ojalá que no vuelva a ser absurda o mentirosa.
La Asociación civil de empresarios: presidente, Armando Cuspinera; secretario, Manuel Cárdenas; tesorero, Carlos Lavergne, y vocales Américo Manccini y Alfonso Brito, viene celebrando plática de orientación. En la primera reunión el señor Cuspinera puso el índice en la llaga; el problema no es precisamente de reajustes en las tarifas de la tramoya, la publicidad o la renta del local, sino en ajustes entre ellos mismos, los empresarios y los elementos artísticos que dan la cara desde los escenarios. Bien está que en las "plantas" de trabajadores no haya uno de más ni uno de menos. Pero lo fundamental es que arriba, en la escena, estén los actores y los autores que el público reclama y no los que le son indiferentes. Sean quienes sean y vengan de donde vengan. Lo otro es como escribir en el viento...
Síntomas de la crisis teatral del momento. En el Arbeu, una función extraordinaria ¡a beneficio de la empresa! Se cantó –viernes 10– la Marina por la Magaña, Naya, Freyre– al que se anunció como tenor, ¡qué publicistas! En el Fábregas, segunda salida de El gesticulador de Usigli, sin público y en el Ideal nueva salida del galán de cine Armando Calvo con El conflicto de Mercedes de Muñoz Seca, y teatro lleno... de la colonia cinematográfica invitada al efecto. Una efemérides: el debut, al lado de Calvo, de la bailarina Carmen Molina, convertida en excelente dama joven. En el Lírico, Follies, Tívoli y Colonial continúan los mismos programas de variedades. Y otro síntoma: Calvo parece estar decidido a no dejarse "robar escena" por las gracejadas de Isabelita Blanch, no importa que tenga que recurrir a idénticos extremos.