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Columna El Teatro
La Compañía Argentina de Joaquín Pérez Fernández, o no hay nada más nuevo que lo viejo
Armando de Maria y Campos
El viernes –8 de agosto– se presentó en el teatro Fábregas, la Compañía Argentina de Joaquín Pérez Fernández, bajo el signo de Danzas y cantares de España, tan ambicioso como prometedor. Es Pérez Fernández hombre maduro, de perfil de ave, de movimientos elásticos, de charla viva y ondulante, como si su conversación bailara. Nació en Ferrol y muy joven se trasladó a la Argentina, y se hizo actor y bailarín, sometiendo su afición y su temperamento a las disciplinas clásicas más estrictas. Dicen que cuando hacía teatro, lo hacía en gran actor, pero que, a la postre, resultó mejor bailarín. Ahora lo es excelente, clásico y moderno, madura su visión artística, del mejor gusto por lo que se refiere a la presentación plástica de su bello espectáculo, reducido, tanto vale decir alquitarado, a escenificaciones de danzas y cantares de España y de América, secundado por un grupo de bailarines y cancioneros, figurinistas y acompañantes al piano, tan acoplado y entonado, que contemplarlo y escucharlo constituye deleitosa satisfacción.
¿Folklore puro? ¿Teatralización simple de danzas y canciones? ¿Convencionalismo del mejor gusto? ¿Invención o capricho? De todo un poco tiene el espectáculo organizado en la Argentina por Pérez Fernández. La veta la descubrieron en España tres grandes artistas de corazón: "Argentinita", García Lorca y el torero Sánchez Mejías; los dos últimos planearon el último espectáculo españolísimo de Encarnación López, con raíces de folklore –canciones, bailes, trajes, coreografía sencilla, finalmente elaborada– que había de revelar un pasado capaz de convertirse en presente vivo, inagotable...
Descubierta la ruta, divulgado el propósito, convertido en realidad presente un pasado inédito, el camino pudo ser transitado por muchos y aun hollado por bastantes. En España, los "espectáculos folklóricos" han puesto en grave crisis al teatro propiamente dicho, en particular a la zarzuela, a las variedades, al género ínfimo. En América, todos los artistas españoles capaces de tan noble empeño, han creado "su" espectáculo, a base de danzas y cantares de España y... de América. Cuando Encarnación López vino al Fábregas –recién desaparecido el gran torero y animador Sánchez Mejías– encabezando el reducido cuadro en que figuraban su hermana Pilar, Albaicín y el guitarrista Pepe Badajoz, y presentó por primera vez las danzas y los cantos de España, fina, transparentemente escenificación, comprendimos los mil caminos que abría a la imaginación y al buen gusto de los que quisieran seguir las rutas recién descubiertas. Años más tarde, una artista dinámica y valiente, María Antinea, imitó –ella creyó que en grande– el breve y fino espectáculo de "Argentinita". Entonces se dijo que el suyo era una calca del gran espectáculo que en Buenos Aires había creado el gran artista del arte flamenco Miguel de Molina, y cuando éste pudo al fin montar el suyo para nuestro escenario del Iris, tuvimos, es la verdad, un deslubramiento y la positiva revelación de lo que con un baile, una copla y un vestido arrancados de la veta popular de cualquier rincón de España o de América, se podía lograr, si, además de todo eso, se poseía lo que Dios otorga a los artistas de su predilección...
El espectáculo de Joaquín Pérez Fernández es consecuencia de lo que he mencionado antes, y pareciéndose a aquéllos, es diferente, porque Joaquín Pérez Fernández no es, claro, ni "Argentinita", ni "María Antinea", ni Miguel de Molina, sino él, un bailarín que no desconoce ninguno de los secretos de la técnica de los bailarines rusos o italianos, que ha sido actor antes que bailarín, que conoce a fondo la geografía coreográfica de España, y que tiene mucho gusto y habilidad para encontrar elementos que le secundan –aunque ninguno de ellos se revele verdaderamente notable, como no sea el figurinista– y le acompañen. En esto del acompañamiento, ha tenido la feliz ocurrencia, de que sea, no un pianista –como empezó a hacerlo Antonia Mercé en sus inolvidables, no superados, recitales de danza, o con un guitarrista, además de un pianista, como lo hacía Encarnación López–, sino dos perfectamente sincronizados, los que le acompañen los bailes de España, de Argentina, de Chile o del Ecuador...
En el primer programa, de los cinco que se propone presentar en México, Pérez Fernández incluyó la escenificación de un bambuco colombiano: El trapiche, el de una romanza chilena –muy popular en México a principios de siglo–; Pregúntale a las estrellas, una composición que reúne varias melodías de danzas aborígenes del Ecuador, y una "evocación de la Argentina de Rosas –1840–", en la que se cantan vidalitas y se apunta el baile "el pericón", en la parte correspondiente a América, y la jota de La boda de Luis Alonso, de Jerónimo Jiménez, vestida a la goyesca, según figurines de Rivas, pero bailada a lo ruso, y un trozo de Falla, en el que se presentó el director de la compañía, revelándose gran bailarín español, en la parte de la evocación ibera.
En la segunda parte hubo cuatro números dedicados a España: Ecos de Asturias, la danza lagarterana que arregló Jacinto Guerrero y la imprescindible fiesta entre gitanos, en las cuevas granadinas, con bulerías antes de bajar el telón, y dos consagrados a América: el pregón del cholo frutero en la sierra peruana y una caricatura de la aparición del tango en Buenos Aires, como producto argentino, sin contar un villancico anónimo que bailó el propio Pérez Fernández, intérprete también de la danza de los lagarteranos. De muchos de estos números me habré de ocupar, por separado.
El conjunto que dirige y preside Pérez Fernández causó la mejor impresión, por lo bien vestido y sabido de todos sus números. Los pianistas –Sofía Knoll y Alfredo Rodríguez Mendoza– fueron aplaudidos en números a ellos encomendados, particularmente en la danza ritual del fuego, de Falla, que se vieron obligados a repetir.