La Jornada Semanal
| 7 de septiembre de 2003
Columna El mono de alambre
Un actor a la deriva
Noé Morales
Eugenio Barba formula en El arte secreto del actor una interesante reflexión sobre las paradojas del oficio interpretativo. El teórico italiano utiliza el término "principios que retornan" para referirse a una de las claves más importantes para desentrañar el misterio (y más aún, para exponer una teoría que sirva para reconocerlo y ahondar en sus implicaciones prácticas) de la liturgia actoral: la aprehensión de ciertas normas y códigos estilísticos de actuación, implantados desde el nacimiento mismo del teatro, que permitan establecer parámetros de desempeño sin denuesto alguno del carácter único, fresco e irrepetible, con el que debe contar toda tentativa histriónica. Encontrar el equilibrio, pues, entre el canon y la libertad individual del intérprete, entre las reglas del estilo y la magia del aquí y ahora de la representación. Barba establece una comparación entre los estilos occidental y el oriental, resaltando que, contrariamente a la tradición de nuestro hemisferio, en aquellas latitudes el actor se sirve de "consejos absolutos", de códigos preestablecidos a los que, complementados con un sólido fundamento orgánico, debe adecuar su labor.
Acaso uno de los pocos documentos en los que se evidencie tanto esta diferencia sea el libro Un actor a la deriva, del japonés Yoshi Oida, editado recientemente en México por Ediciones El Milagro. En él, Oida expone no una especulación teórica, sino un testimonio vívido y honesto de su vasta experiencia en los escenarios europeos. El volumen, traducido por Rodolfo Obregón, da cuenta no sólo de lo aprendido durante dieciséis años en el Centro Internacional de Investigación Teatral fundado en París por Brook en 1968, sino también del crecimiento de quien concibe la actividad teatral como una ruta hacia el equilibrio espiritual y artístico.
Uno de los valores reconocibles en este libro es la sencillez, tanto de la escritura como de la perspectiva desde la cual Oida relata buena parte de su vida. Siendo un actor que empieza a destacar en Japón, Oida da un giro radical al aceptar la oferta de incorporarse al proyecto de escenificación de La tempestad, a cargo de Peter Brook. Guiado más por el instinto que por la certeza, el actor da el primer paso de lo que sería un largo, y por momentos doloroso, proceso de desarraigo. A partir de allí, con la asimilación paulatina de la conducta europea y sin poder desafanarse por completo de ciertos patrones culturales, el también director de escena experimentará lo que él mismo define como un continuo efecto de "flotación":
Hoy día puedo ubicarme en cualquier lugar lejano a Japón. Pero la sensación de flotar en el espacio permanece aún y desata otro tipo de ansiedad [ ] ¿Por qué estoy solo en este lugar?, ¿por qué estoy durmiendo aquí? ¿En qué me he convertido?, ¿en un ser sin hogar, sin familia, que flota a la deriva como un manojo de algas marinas?
Si el propio Barba define al teatro como un inalterable "escribir sobre la arena", situando en la condición efímera del arte escénico su virtud más trascendente, Oida entiende, al cabo de los años, que es justamente esa calidad camaleónica, ese sentido de desarraigo, de tránsito permanente, el que dota a la actoralidad de sus particularidades artísticas más destacadas.
En su recuento de las diversas giras al lado de la compañía de Brook por varias partes del mundo, Oida privilegia las anotaciones acerca del enriquecimiento que consigue a través de la confrontación de su bagaje artístico con el conocimiento de las formas antiguas de representación, casi todas con una fuerte carga religiosa, que encuentra en ceremonias y rituales de los lugares que visita. Hay, aunque no es lo que le interesa mayormente, un esfuerzo considerable por establecer diferencias y vínculos técnicos y de lenguaje escénico. Pero el núcleo de sus reflexiones es el reconocimiento de la honestidad y de la claridad éticas como dos de los valores capitales de la actividad artística, misma que no puede disociarse, en ningún momento, de la trayectoria del ser humano.
"Has realizado un largo viaje para llegar hasta el viajero." Oida cita este verso de Attar para ejemplificar su sensación tras un largo viaje por África. Lo mismo podría decirse tras la lectura de este libro, cuya austeridad y franqueza lo convierte en referencia obligada no sólo para quien quiera adentrarse en el estudio de la actuación, sino para todo aquél que conciba al mundo como una gran aldea global, y al mestizaje como uno de los fenómenos sociales y culturales más significativos del siglo XX.