FICHA TÉCNICA



Título obra Adiós guayabera mía

Autoría Antonio Ferrer

Elenco Héctor Lechuga, Jesús Salinas (Chucho)




Cómo citar Rabell, Malkah. "Adiós guayabera mía". El Día, 1976. Reseña Histórica del Teatro en México 2.0-2.1. Sistema de información de la crítica teatral, <criticateatral2021.org>



TRANSCRIPCIÓN CON FORMATO

imagen facsimilar

El Día

Columna Se alza el telón

Adiós guayabera mía

Malkah Rabell

Más vale tarde que nunca, según proclama el dicho popular. Así, que por fin, después de fallar a todas mis citas con la comedia de Antonio Ferrer, por fin pude verla, y sobre todo oírla. Aunque a decir verdad, la mitad de los chistes se me escapaban y no los entendía. Pero, con lo que entendí me bastó para reírme de buena gana. La "sensacional comedia musical" como se anuncia, de comedia nada tiene. Es más bien una revista al estilo de las carpas antiguas, con más lujo, mejores luces y mejores actores (aún cuando de las carpas salieron comediantes como Cantinflas. Pero no todos eran Cantinflas o Medel), y sobre todo con más disciplina directiva que creaba cierto orden hasta en las morcillas y en las improvisaciones. Pues bien, se trata de una revista con un levísimo hilo conductor y unificador, y una base que tiende a justificar el título, y la mayor parte del público que noche tras noche agota las localidades, viene con la ilusión de asistir a un espectáculo político.

Desde el punto de vista "político" (realmente se me hace exagerado aplicar semejante palabra a esta "guayabada"), el público se divide en dos. Unos que ingenuamente consideran el espectáculo muy audaz, los chistes "críticos" muy atrevidos, y el matrimonio que se encontraba sentado a mi lado comentaba de tanto en tanto: "¿Pero, cómo no los han metido en la cárcel por todo lo que dicen?" La segunda categoría de público consiste en los "intelectuales con barbas y anteojos" que al salir decían: "Me han desilusionado completamente". Los pobres inocentes se creían que iban a escuchar discursos sobre Tlatelolco. Las dos partes se equivocaban, el espectáculo ni era tan "audaz", ni tampoco tan inocente. Lo que me extraña es que la censura fue lo suficientemente inteligente para darse cuenta de que después de todos esos chistes pretendidamente "contra" el gobierno, éste salía victorioso: había conquistado una nueva simpatía, las prohibiciones y las censuras nunca pueden ofrecer. Y hasta se me hace que algunas de estas "bromas"; de la guayabera, del traje de la china poblana, y de todo el resto, fueron directamente sugeridos desde Los Pinos.

Por ejemplo, un gobernador que se suicida porque no cumplió con su deber merece un monumento y no la burla, y el público después de reírse del invento, guarda en el subconsciente una imagen simpática del personaje. Otro ejemplo, la esposa de un presidente que se conquista a un rey europeo y trata de venderle artesanía nacional, es, se me hace, bastante buena diplomática, aunque baile el zapateado. Y así toda la "crítica" bromista, va por el mismo camino. No es peligrosa, sino inocente, blanca y muchas veces psicológicamente útil. Todos los gobernantes, no tan sólo los democráticos, sino los inteligentes, han dejado que sus gobernados hagan bromas a su cuenta. Con las bromas, los chistes, la anécdotas, con las que pretendidamente se hace burla de los mandatarios, el pueblo desahoga su natural agresividad, su natural hostilidad, y después está mucho más propenso a tenerles simpatía.. Probablemente hasta los dictadores están mucho más dispuestos a escuchar las críticas –ya sea en broma, ya sea en serio, y hasta los reyes antiguos tenían sus bufones que les decían las verdades disfrazadas de humorismo– con mucha más benignidad de lo que permiten los funcionarios subalternos. Son siempre éstos últimos los que se muestran más papistas que el Papa, tanto por estupidez como por miedo a cometer una falta grave, que les haga perder el puesto... o la cabeza.

Así que en Adiós guayabera mía encontré un espectáculo con chistes de los cuales el primero en reírse era seguramente el señor Presidente. Sobraban algunos chistes "pesados" que nada tenían de político, con dos actores cuya especialidad es decir chistes, lo que hacen con mucha gracia: Salinas y Lechuga, que tienen el mérito –según mi gusto– de no tiznarse el rostro y de no usar máscaras ni harapos.