FICHA TÉCNICA



Título obra El príncipe de Homburgo

Autoría Heinrich von Kleist

Notas de autoría Héctor Mendoza / adaptación

Dirección Julio Castillo

Elenco Luis de Tavira

Escenografía Alejandro Luna

Coreografía Tulio de la Rosa

Música Luis Rivero




Cómo citar Rabell, Malkah. "El príncipe de Homburgo". El Día, 1975. Reseña Histórica del Teatro en México 2.0-2.1. Sistema de información de la crítica teatral, <criticateatral2021.org>



TRANSCRIPCIÓN CON FORMATO

imagen facsimilar

El Día

Columna Se alza el telón

El príncipe de Homburgo

Malkah Rabell

Caso sorprendente en una realización de Julio Castillo, director de escena que siempre se ha distinguido por el sello absolutamente personal que imprimía a todos los elementos de su creación: esta vez, en El príncipe de Homburgo, varias son las marcas que firman las diversas rúbricas creativas de su espectáculo. Castillo, para quien el nombre y la obra de un dramaturgo sólo eran pretextos para crear su peculiar universo escénico, en esta oportunidad, se apoyó en una adaptación que del drama de von Kleist –poeta alemán de principios del siglo XIX, cuyo romanticismo aún muchos discuten– realizó Héctor Mendoza.

Por lo común, Julio Castillo, aunque anunciaba a un escenógrafo, o a un coreógrafo, éstos seguían al pie de la letra las indicaciones del director. Esta vez la escenografía pertenece en su totalidad al arquitecto Alejandro Luna aunque recuerda la de Grotowski para El príncipe constante, tal como se parecen ambos títulos. A su vez, la hermosa música es de Luis Rivero, la coreografía de Tulio de la Rosa, y hasta la dirección presenta cierta influencia de Luis de Tavira, quien realiza la caracterización del Elector de Brandenburgo. Y, ¡Oh, milagro!, unidos todos esos elementos diversos bajo la creatividad de Julio Castillo, mantenidos en el puño de su imaginación, han dado como resultado un hermoso, muy hermoso espectáculo.

Ya de por sí resultaba sorprendente la elección hecha por Julio Castillo de un drama de Heinrich von Kleist. Realizador más bien abierto a las corrientes novedosas, hacíase curioso verlo emprender el montaje de un poeta actualmente poco conocido y encerrado en la estrechez de ciertos cenáculos. La adaptación de Héctor Mendoza da una amplitud moderna a la obra, aúna el drama del autor que se suicidó en 1811, a la edad de 34 años, con el drama de su protagonista, el príncipe de Homburgo, condenado a muerte por un exceso de heroísmo, que se considera como un acto de indisciplina. La adaptación de Mendoza crea como una especie de desdoblamiento de la personalidad de von Kleist: autor-protagonista. Los personajes del drama parecen vivir en la mente del dramaturgo, y el escenario se puebla de fantasmas, de sombras que parecen surgir del fondo del lago Vansee, al borde del cual se dieron muerte von Kleist y su amante, Enriqueta Vogel. Unos fantasmas que parecen nadar en el oleaje del lago que a veces se ríen a carcajadas de su creador, y otras veces conviven en torno de él, con él, en una ronda infernal.

Ese desdoblamiento de personalidades, lo subraya el director al dar a su conjunto un permanente ritmo de coreografía, el paso y el movimiento retorcido de la plasticidad expresionista. Y dentro de ese conjunto "retorcido" –o "expresionista"– la aparición repentina, tierna, bella y "romántica", de los dos amantes: Kleist y Enriqueta, parece como un sello típico de la personalidad y del talento peculiar de Julio Castillo. No sé si el final corresponde al original, pero ese happy end del Príncipe de Homburgo, que se salva gracias a su amor, yuxtapuesto a la tragedia de von Kleist que muere en un pacto suicida con su amor, es de una extrema y tierna belleza.

El montaje puede dividirse en tres planos. Uno, el que corresponde a la adaptación moderna, y sucede en la cabina de micrófonos de un televicentro, de una radio, o de un teatro donde los traductores –que irónicamente señalan un hecho local aún muy cercano– explican en español la interpretación soi-disant en alemán del conjunto. Segundo plano: la aparición del autor y de la mujer amada (que anacrónicamente sufre de una enfermedad desconocida en su tiempo: el cáncer). Y trasfondo del drama, que poco a poco va ocupando la totalidad del escenario y sumerge la acción: la tragedia del príncipe de Homburgo, con sus batallas y sus episodios épicos que el director realiza de una manera simbólica, con la intervención de contados actores, que no obstante crean en la visión del espectador una sensación dramática más emocional que una visión realista. Y esos tres planos, van modelados por la intervención de la escenografía, de las luces, por la música, por las canciones, por la coreografía y por la actuación de un conjunto disciplinado y entregado totalmente a su tarea, hasta formar todo ello, y todos ellos, una sola unidad, una emoción única, un espectáculo total.