FICHA TÉCNICA
Título obra El soldado de chocolate
Notas de autoría Adaptación a la obra teatral Arms and the man de Bernard Shaw
Dirección Enrique Alonso
Elenco Alicia Aguilar, Salvador Quiroz, Jorge Pais, Liza Willert, Blanca Torres. Ángel Casarín, Enrique Alonso
Música Oscar Strauss
Espacios teatrales Teatro Reforma
Cómo citar Rabell, Malkah. "La hora del recuerdo: El soldado de chocolate". El Día, 1975. Reseña Histórica del Teatro en México 2.0-2.1. Sistema de información de la crítica teatral, <criticateatral2021.org>
TRANSCRIPCIÓN CON FORMATO
imagen facsimilar
El Día
Columna Se alza el telón
La hora del recuerdo: El soldado de chocolate
Malkah Rabell
¿Cómo es posible reírse de alguien que tiene el sentido del humor de reírse de mí mismo? Semejante sujeto anula las armas del burlador. Algo por el estilo sucede con la representación de El soldado de chocolate que se ofrece en el teatro Reforma. Entre un público que en su mayoría pasa del medio siglo, y un conjunto que, en su mayoría, está a punto de llegar al medio siglo, resultaba fácil caer en el ridículo. El director Enrique Alonso, logró salvar de ello a la escueta compañía con sus contados elementos que aún guardan fidelidad al género. Llamado por Alicia Aguilar, más en plan de amigo que de profesional, para montar la opereta de Oscar Strauss, basada en el texto de Bernard Shaw: El soldado de chocolate, Enrique Alonso hizo lo que pudo y pudo muy poco. La opereta en sus buenos tiempos contaba con un amplio coro, con un brillante ballet, con una gran orquesta, lujosa escenografía y no menos lujoso vestuario. Bien montada la opereta no le va en zaga a la comedia musical, al contrario, creo que es más digna y mucho más divertida, aunque hoy se nos hace más cursi. Pero prefiero un Soldado de chocolate en "guasa" que una No, no Nanette en serio. ¿Qué podía hacer Alonso con sus cuatro coristas, sin ballet, con un pianista como toda orquesta, con una escenografía armada de trozos y pedazos, buscados a diestra y siniestra, y con un vestuario hecho con muy buena voluntad, pero sin posibilidades económicas? ¿Verdad que nada? Pues Alonso hizo algo. Se río de sus desgracias, de sus imposibilidades y de la cursilería del género. Transformó todo lo sentimentaloide de la obra, en farsa, donde todo el mundo sobreactúa intencionalmente, pero sin llegar a lo grotesco, Y la risa de Alonso no tuvo la menor maldad, el menor rechinar de dientes, ninguna crueldad. No ejecutó en la horca al género, lo despidió con ternura, como a un viejo amigo al cual se ama, tratando de esconder su tristeza bajo la chanza.
Y allí estaba el público, a la hora del recuerdo, a la hora de la nostalgia de lo que fue y ya no vuelve, enfrentado a sus viejos amores. Un público que con lágrimas en los ojos se daba cuenta –o tal vez ni siquiera se daba cuenta– de que sus antiguos galanes ya llevan bisoñé (por lo menos moralmente), y la opereta que alegraba su adolescencia ya camina toda anquilosada. El público, como el viejo enamorado que vuelve al lugar de sus antiguas felicidades, se limpiaba los ojos y suave, muy suavemente canturreaba el leitmotiv, ese precioso leitmotiv de El soldado de chocolate que tanto se parece al leitmotiv de los cuentos de Hoffman.
El actor de opereta es casi tan ególatra y vedettista como el de la ópera, y no suele someterse fácilmente a disciplinas ni consejos directivos. "Así lo representaba mi abuela, la gran actriz fulana" asegura, y es imposible sacarlo de su terquedad. Cuando a un primera figura de opereta se le ocurre introducir una canción de Agustín Lara en una opereta de Lehar, ningún pobre y desdichado director podrá convencerlo de lo contrario. O él se sale con su canción ("Este es mi gran éxito, señor") o presenta su renuncia ocho días antes del estreno. Pues imagínese que estos últimos mohicanos hasta se sometieron a cierta disciplina. No mucha y no todos. Pero algo, es algo.Alicia Aguilar tiene, una voz preciosa, y canta muy bien, mas nunca fue actriz y en esta opereta de Strauss hace sus primeros pininos, y no los hace tan mal. Salvador Quiroz, que desde mucho se siente el único galán de la opereta en México; especie de Jorge Negrete acostumbrado a ser su propio amo y señor, por lo mismo como Bumerli, el soldado suizo, que más entiende de chocolate que de armas, actuó según su propio capricho. Pero como aún tiene buena figura y cierta semejanza con Wolf Rubinsky, no le faltan apasionadas partidarias entre el público femenino de cierta edad. Jorge Pais, aunque su parte era menor, la cantó muy bien. Tanto Liza Willert como Blanca Torres, son actrices simpáticas y no les falta oficio. Ángel Casarín tiene una mala dicción, pero en el papel del héroe cómico, el ridículo Alejo, su falla de dicción hasta resultaba un mérito. ¿Quién más? Ah, sí, me olvidaba. En el papel de Popoff, tan cómico como su nombre, Enrique Alonso tuvo menos méritos que en su heroico papel de director.
¡Adiós opereta! ¿O tal vez simplemente au-revoir?