FICHA TÉCNICA



Título obra El balcón

Autoría Jean Genet

Dirección Salvador Garcini

Elenco Tina French, Tina Romero, Ernesto Yáñez, Armando de León

Espacios teatrales Casa del Lago




Cómo citar Rabell, Malkah. "El balcón de Jean Genet". El Día, 1975. Reseña Histórica del Teatro en México 2.0-2.1. Sistema de información de la crítica teatral, <criticateatral2021.org>



TRANSCRIPCIÓN CON FORMATO

imagen facsimilar

El Día

Columna Se alza el telón

El balcón de Jean Genet

Malkah Rabell

Lo que para Malraux fue la "condición humana", para Genet lo es el "juego", el juego de disfraces en el cual cada quien se envuelve para ser lo que no es, pero que sueña ser, que desea ser. Lo que para Malraux fue la gesta heroica de hombres que buscaban una razón para sus vidas, para Genet es el "prostíbulo" y la prostitución. Un teatro que ni emociona ni enseña, pero que en nuestra época de "reyes desnudos" y de bluf, deja deslumbrados a numerosos jóvenes artistas y es llamado por ciertos teóricos "teatro puro". En nuestra época cuando no aparecen genios en la literatura ni en el teatro, ni en música o artes plásticas, Genet se vuelve "San Genet" y merece 500 páginas a Sartre.

En fin, ¿qué quiso decir Genet en El balcón? Otra vez vuelve al juego de disfraces tan frecuente en su obra, esta vez es en un prostíbulo, que es una "casa de ilusiones" para sádicos y degenerados, mientras en torno ruge la rebelión y tanto en un campo como en el otro, es una prostituta que se torna el símbolo del Poder y del triunfo. ¿Por qué? No lo entiendo, y siempre se prefiere lo comprensible a los herméticos. La idea mucho más clara es la que señala al jefe de policía como el auténtico Poder, como la fuerza que lo maneja todo y a quien nadie puede escapar, ni los de abajo, ni los de arriba; el jefe de Policía maneja desde el Prostíbulo hasta el Palacio Real. ¡Cuanto más convincente nos hubiera resultado tal afirmación si la hubiese afirmación si la hubiese expresado con menos palabras, con menos discursos, con menos reiteraciones! Me gustaría volver al mundo de los vivos dentro de medio siglo, para conocer las opiniones que merecería Genet a los hombres de 2025. Al finalizar la última guerra, el ídolo de la intelectualidad "audaz" era Ferdinand Crommelynk. Hoy, casi nadie se acuerda de él, y él mismo se ha burlado de la actual vanguardia llamándola: "Teatro para Escuelas Nocturnas". Nadie envejece más pronto que las extremas novedades.

Por fortuna, el espectáculo fue puesto en escena por un joven actor que apenas se inicia en la dirección escénica, Salvador Garcini, que demostró no sólo poseer una saludable inquietud, sino talento. Muy apegado al texto, fiel al pensamiento del autor –lo que hoy es bastante raro– tuvo, numerosos hallazgos felices al manejar los diversos espacios de la incómoda Casa del Lago, ensanchando el breve escenario al transportar la acción hacia los balcones y otras salas del edificio. Sobre todo al primer acto le dio un ritmo casi perfecto. Sus jóvenes actores no sólo pronunciaban con acierto sus parlamentos, sino que seguían la interpretación durante sus momentos de silencio y sus rostros jamás permanecían indiferentes, y sobre todo no gritaban ¡cómo se lo agradecen nuestros oídos! El director tuvo bastante medir da en lo referente a la "sexomanía" del autor, si tomamos en cuenta los desbordamientos a los que pudo dar lugar. Lo que no entiendo es por qué un cadáver debe ser velado desnudo, y ésto durante el transcurso de todo un acto que dura una hora. Otro de los aciertos de la puesta en escena fue la escenografía que colocaba la acción entre múltiples espejos, esos espejos que pueden reflejar cada gesto humano hasta lo infinito, y que tan caros le son a la ideología de Jean Genet.

Lástima que los actos segundo y tercero empezaron a colgarse y languidecer. Tanto discurso larguísimo nada harían perder al espectáculo al cortarse, dejando la última escena que al director permitió lucir un panorama de la ciudad en llamas. Los actores empezaban a volverse monótonos. Las escenas de lesbianismo entre Tina French y Tina Romero eran reiterativas, y la intervención de un nuevo personaje, el rebelde, fue desastrosa por la falta de experiencia del actor. A los dos últimos actos se les pudo cortar por lo menos una hora. Todavía no gozamos de la paciencia china para sopor tar un espectáculo de tres horas y quince minutos de duración, sobre todo en una sala helada, donde los chiflones entraban por puertas y ventanas, abiertas por necesidades escenográficas, y amenazaban con provocar pulmonías entre espectadores y actores, sobre todo que estos últimos andaban descalzos y semidesnudos. Francamente, este grupo de jóvenes intérpretes, entre quienes se destacaban Tina French, Ernesto Yáñez y Armando de León, merecen una medalla por su espíritu de sacrificio.