El Día
Columna Se alza el telón
Cayó el telón en el Cervantino
Malkah Rabell
Algún día no lejano tendré que revisar todo lo visto y oído en ese 8° Festival Cervantino. que sólo fue una parte. de lo ofrecido. Una parte mínima de todo ese maremágnum de teatro dramático. de conciertos de música, espectáculos de danza, conferencias, exposiciones, encuentros entre prensa y los artistas visitantes, y Dios sabe cuantas cosas más. que ni el ojo ni el oído pueden abarcar en su totalidad, ni el pobre cuerpo logran aguantar. Sobre todo cuando, como yo, sólo estuve allí diez días. También sería muy necesario, una vez tranquilizada, hablar acerca de todo lo positivo y también de lo negativo, que el Festival Cervantino aporta a la ciudad de Guanajuato y a todo el país. Por el momento, apurada por el tiempo, y ya de vuelta a la capital. trataré de dar un breve resumen del último día, ese domingo 18 del actual. cuando se clausuró el evento. Día cuando la ciudad estaba llena de turistas, y los guanajuatenses, quizá ya cansados de tanto ruido, anomalías y abrumadora presencia de extraños, soñaban en volver a su tranquilidad cotidiana.
El programa del día se inició a las 17 horas. en el precioso Templo de la Compañía, cuya visita ya de por sí es un espectáculo, Alexis Weisenberg, ofrecía un concierto de piano con música de Bach, Schumann y Chopin. que lamentablemente no pude escuchar por habernos retenido en la oficina de prensa la obligación de esperar la entrega de los boletos para la Ceremonia de Clausura. Boletos que eran muy escasos y sólo le tocaban a colaboradores de diarios, y uno por periódico. Pero supe que Weissenberg se lució sobre todo en la ejecución de Chopin.
A las 19 horas, en el teatro Principal la Compañía Española de Teatro Manuel Collado ofreció Historia de un caballo, obra que tiene mucho éxito en las principales ciudades del mundo, comedia musical simpática, con muy hermosa música adaptada por José Nieto, que nos cuenta la melancólica vida de un caballo que no deja de parecerse extrañamente a un ser humano, con sus desdichas y su lucha por la sobrevivencia que termina con unos pocos huesos calcinados por el sol. Las historias de caballos no son frecuentes en el escenario. Quizá si esta obra, adaptada al arte dramático de una narración de León Tolstoi para el Teatro de Leningrado, fue tan rápidamente aceptada por el teatro occidental, se debió a que unos años antes otra historia de caballos: Equus de Peter Shaffer, triunfó tanto en Broadway como en casi todas las capitales europeas.
Bajo la dirección de Manuel Collado, la comedia, en una versión más española más acorde al temperamento latino realizada por Enrique Llovet, tiene ritmo, alegría, una hermosa escenografía muy funcional de Carlos Cytrynovski, un buen reparto bastante joven, en el cual se destaca sobre todo el actor veterano José María Rodero en el papel protagónico, y le ha valido a Manuel Collado el premio de la mejor dirección del año. Pero es sobre todo su tono tolstoiano que en la versión de Rozovsky y Yuri Riashensteu se vuelve muy popular de que el caballo que nace distinto, "desde la cuna empieza a sufrir" y al llegar a viejo es rechazado y pateado por la manada de los jóvenes equinos, llega al corazón del público, y éste, entre melancolía y alegría, recibió con grandes aplausos el final de la representación.
Pero era el programa de la clausura que iba a recibir el máximo triunfo del festival y no sólo de ese día con La era romántica, ballet que llevaba al escenario del teatro Juárez a cuatro monstruos sagrados de la danza: Alicia Alonso, Carla Fracci, Cheslaine Chesmar y Eva Evdokina. Ya desde las 8.30, las escaleras, las puertas, los corredores y el foyer del teatro empezaban a llenarse por un público impaciente y predispuesto al entusiasmo. Muchos habían llegado de la capital y hasta de otros países sólo para asistir al evento. Y cuando el espectáculo se inició, la sala, los palcos y los cuatro pisos del teatro se encontraban repletos, con no pocos espectadores de pie, imposibilitados de conseguir asiento.
Fue en realidad una velada única, esa producción realizada, concebida, producida y dirigida por Joseph Wishy especialmente para el Festival Cervantino, aunque la mayoría dé las coreografías se debían al famoso Antón Dolin el último de los "grandes" coreógrafos, el "último fantasma que aún está con vida" como el mismo Dolin se expresa. No sólo fue único el haber reunido en Guanajuato a cuatro "divas" –quizá las más famosas en la actualidad– como la cubana Alicia Alonso, la italiana Carla Fracci, la francesa Cheslaine Thesmar, y la ruso-norteamericana Eva Evdokima, sino el programa mismo. Programa que recurría a danzas rarísimas [a] veces utilizadas en nuestro siglo y que son debidas al siglo XIX, en los años cuando nacía la escuela romántica y casi, todos sus temas se deben a la década de 1830 como La Peri de Theophile Gautier, o La Esmeralda basada en la novela de Víctor Hugo: El jorobado de Nuestra Señora de París: o bien como Roberto el Diablo ballet de la ópera de Meyerbeer de 1831, que fue precursor e inspirador de La sílfide que nada tiene de común con Las sílfides. Estas tres danzas. en el teatro Juárez fueron bailadas, la primera por Eva Evdokimova, la segunda por Carla Fracci y la última: Roberto el Diablo por Alicia Alonso.
De esta espléndida producción que volverá a reponerse en otras ciudades del mundo, como en Caracas, Génova y Milán, y para noviembre será bailada en México en el Bellas Artes, a vuelo de pájaro sólo podemos mencionar, que pese a la fama de todas sus participantes es, a pesar de la edad y del estado de salud, aún la más impresionante, Alicia Alonso, aunque, tal vez, como las grandes actrices, resulte un poco sobreactuada.
Otra sorpresa del espectáculo, fue el espléndido cuarteto que formaban los cuatro bailarines. Jorge Esquivel, Michel Denar, James Urbain y Peter Schaufuss, quienes, según mis muy modestos conocimientos dancísticos no quedaron muy en zaga a sus ilustres compañeras femeninas. Y el público compensó a ese cuarteto con unos aplausos que demostraban cuán entusiasmado se hallaba ante esas Variaciones para cuatro concebidas como el equivalente masculino y pieza acompañante del Gran Pas de Quatre de Giselle, que dio la oportunidad a esos cuatros bailarines de ofrecer un despliegue de virtuosismo técnico individual.
A esas mismas horas, en la Plazuela San Roque se terminaban los Entremeses cervantinos presentados por el Teatro Universitario de Guanajuato, entre los aplausos la alegría, el entusiasmo tanto del público que llenaba la plazuela como de unos espectadores improvisados que ocupaban los techos, los balcones y las ventanas de las casas vecinas y hasta se hallaban encaramados en los árboles que rodean la plazuela. El Festival terminaba, pero los Entremeses van a continuar, para alegría de los guanajuatenses y para la fama de su ciudad.