Diorama de la Cultura, Excélsior
Columna Diorama Teatral
Contemplando 1962 - II
Mara Reyes
Así como registramos que el Instituto Nacional de Bellas Artes pudo llevar a cabo una temporada de teatro mexicano que obtuvo un éxito popular muy encomiable, es necesario hacer notar que este año desapareció la Compañía de Repertorio que había fundado el INBA el año de 1961 y con la que montó varias obras importantes. La desaparición de esa compañía implica un fracaso en lo que respecta al hecho de que existiera una compañía con elenco fijo que pudiera por medio de un entrenamiento conjunto, hacerse cada vez más eficaz, además de las ventajas que trae para los actores el pertenecer a una compañía de esta índole, que con un trabajo bien desarrollado liquidaría tanto el vedetismo como la improvisación.
A cambio de esto nos dio el INBA la Temporada de Oro del Teatro Mexicano y la Temporada de Teatro Popular, en la que Lola Bravo hizo un trabajo insuperable al poner en escena Las brujas de Salem de Arthur Miller y Puños de oro, de Clifford Odets, brillantemente montadas, con el talento que caracteriza a esta directora, y para finalizar el año, estrenó en el Teatro del Periodista, Escorial de Michel de Ghelderode. Es digno de aplauso el que el INBA haya sostenido por lo menos esta compañía de Teatro Popular, que tanta falta hace en nuestro ambiente; esperemos que en el presente año su labor sea más continua.
Fuera de temporada, el INBA nos brindó La visita de la vieja dama, de Friedrich Dürrenmatt, el más grande autor vivo de lengua alemana, que se dio a conocer en México con esta obra; desgraciadamente la protagonista, Rosita Díaz Gimeno hizo, con su estruendoso fracaso, desmerecer esta representación.
IMSS
Muy buena fue la labor del Seguro Social en materia teatral en 1962. La presentación de Juego de reinas, de Hermann Gressieker, y Gedeón de Paddy Chayefski, en el teatro Xola son dignas de aplauso, lo mismo que de Cyrano de Bergerac, de Edmond Rostand, en el teatro Hidalgo, así como la reposición en la Unidad Independencia, con un público popular, de Edipo rey, de Sófocles. Hubo en estas obras buena dirección –especialmente las de José Solé de Juego de reinas y Gedeón–, lo mismo que magníficas actuaciones; sin duda la de Ignacio López Tarso podría calificarse como la mejor del año, aun cuando José Gálvez casi no se queda atrás. Por supuesto no todo fue caramelo, también el Seguro Social nos brindó una obra sin mérito ninguno: Los caballeros de la mesa redonda, de Jean Cocteau –dirigida, extrañamente, por José Solé– y que no pudo salvarse ni por la obra, ni por la dirección, ni por las actuaciones; y la dramática –no cabe otro calificativo– escenificación de La Orestíada, de Esquilo, en la que Isabela Corona se llevó las palmas en cuanto a lo que se llama un fracaso escénico.
Homenaje
El 26 de marzo se llevó a cabo el homenaje a José de Jesús Aceves, con motivo de su fallecimiento, hombre de gran valor con quien el teatro mexicano quedó en deuda. Aceves fue el fundador de los teatros de bolsillo en México y su pérdida dejó un hueco imposible de llenar.
Teatro cultural
Pocos son los grupos que se arriesgan a montar obras de interés cultural (llamémosle así al teatro que quiere ser arte y no juego) dadas las dificultades económicas, por una parte, y por la otra la reacia acogida del público que no quiere pensar, que no quiere sentir, que sólo busca en el teatro un motivo de diversión y entretenimiento, sin mayor profundidad. No obstante, hubo varias incursiones en este terreno: a principio del año el director teatral Alexandro hizo la representación de un <Poema dinámico para un inmóvil de hierro; que constituyó toda una novedad (no sólo para México) debido a los recursos y a las formas de que se sirvió para hacer esta representación. El espectáculo se llevó a cabo con motivo de la inauguración del Mural de Hierro, de Manuel Felguérez en el cine Diana.
Después, este mismo director puso con su compañía de Teatro Pánico, una obra suya: La ópera del orden. En ella hubo valores que no pueden pasarse por alto, no sólo dentro del texto, sino en la representación misma, pues más que todo era un espectáculo en el que la misma importancia tuvieron los actores, escenógrafos, el diálogo y la pantomima. De estas representaciones puede reconocerse la de Beatriz Sheridan, como la actuación femenina más sobresaliente de cuantas se pudieron apreciar durante el año; la única que pudiera hacerle la competencia sería Berta Moss, tanto por su trabajo en Una gota de miel, de Shelag Delaney, como por Mis queridos patanes de Neil Simon –aunque el género de obra ni siquiera puede compararse–; la escenografía de La ópera del orden no se debió a un solo escenógrafo, sino a cuatro: Manuel Felguérez, Vicente Rojo, Lilia Carrillo y Gironella, cuatro pintores, de los cuales el último se puso a sí mismo como elemento escenográfico vivo en la sección que le correspondió. La música del grupo Los ángeles negros también tuvo gran importancia.
Otro grupo también se aventuró en el teatro de avanzada: el Teatro Club, bajo la dirección de Rafael López Miarnau, la obra en cuestión fue La parodia, de Arthur Adamov, precursor del teatro de vanguardia, al que nadie había dado a conocer en México, y que dio pábulo a que Ema Teresa Armendáriz realizara uno de los trabajos mejores de su carrera con la interpretación de la Lilí.
¿Será por coincidencia qué los mejores directores de escena siguen siendo los mismos de años anteriores: Alexandro, Rafael López Miarnau y José Solé?
Digna de mención también fue la puesta en escena de Crepúsculo otoñal y Maestro jugador de Dürrenmatt, en las que Carlos Ancira y Claudio Brook hicieron muy buenos trabajos.
Otros intentos de teatro cultural, aunque en el terreno experimental fueron: Bajo el bosque blanco de Dylan Thomas, que dirigió Juan José Gurrola, con una gran belleza plástica y poética, aunque la obra no es teatral en absoluto –es según el autor “pieza para voces”. El perro del hortelano, de Lope de Vega, y Los incendiarios, de Max Frisch, fueron llevadas a cabo por un grupo que se acaba de formar: Teatro Contemporáneo Independiente, cuyo trabajo serio y cuidadoso habla mucho en su favor y que fue prácticamente el único grupo semiprofesional que recordó que este año fue llamado “Lope de Vega” en homenaje al IV centenario del natalicio de este clásico español.
Hubo otros intentos, como el de El difunto de Obaldía –autor desconocido hasta ahora en México– y Picnic en el frente de batalla de Arrabal, que se llevaron a efecto bajo la dirección de Nancy Cárdenas.
Las compañías extranjeras
Dos compañías extranjeras de teatro y un espectáculo de pantomima tuvimos la oportunidad de ver en México: el Old Vic, el Teatro de Cámara de Alemania y el mimo Samy Molcho.
Aun cuando el Old Vic al traer como única figura estelar a Vivien Leigh dejó mucho que desear –pues el vedetismo nunca ha sido una buena receta para el verdadero teatro– es importante que en México se haya podido apreciar el trabajo de estos intérpretes que son ejemplo de disciplina teatral, además de que ver lo que se hace fuera de nuestro país nos ayuda a romper un poco ese provincialismo en el que vivimos. El contacto con el mundo exterior es indispensable para aquilatar y valorar adecuadamente el trabajo que se realiza entre nosotros para descubrir mejor nuestros errores y nuestros aciertos.
El repertorio que trajo esta compañía no fue desgraciadamente el que hubiera sido de desear: La dama de las camelias, de Alejandro Dumas, hijo; Noche de reyes de Shakespeare y Grandes escenas de Shakespeare, esto es, ninguna de las tragedias de este autor que habría sido lo que mayor interés hubiera despertado, pues eso de las “grandes escenas” no deja de ser un popurrí sin unidad, un virtuosismo pero no un arte. Un gran actor pudimos apreciar en esa añeja compañía, famosa por su tradición: Basil Henson: verlo interpretar el Malvolio de Noche de reyes fue toda una experiencia.
El Teatro de Cámara de Alemania, tiene un elenco sin disparidades, ajustado y homogéneo, digno de elogio; puso en escena: El Capitán de Köpenick, de Carl Zuckmayer; El concierto, Hermann Bahr; Los físicos de Dürrenmatt –última producción de este autor– Y Dr. Med Hiob Prätorius, de Curt Goetz.
El mimo Samy Molcho, no causó gran impresión, quizá porque aún no llega a la madurez de un Marcel Marceau.