FICHA TÉCNICA
Título obra Los incendiarios
Autoría Max Frisch
Dirección Fernando Wagner
Grupos y Compañías Grupo Teatro Contemporáneo Independiente
Escenografía Marcela Zorrilla
Espacios teatrales Teatro de los Compositores
Título obra Nosotros somos Dios
Autoría Wilberto Cantón
Dirección Jebert Darién
Elenco Luis Bayardo, Enrique Aguilar, Francisco Jambrina, Elda Peralta, Virginia Manzano, Carlos Petrel, César Castro
Escenografía David Antón
Espacios teatrales Teatro Milán
CÓMO CITAR
Reyes, Mara (seudónimo de Marcela del Río). "[Nosotros somos Dios, Los incendiarios]". Diorama de la Cultura, 1962. Reseña Histórica del Teatro en México 2.0-2.1. Sistema de información de la crítica teatral, <criticateatral2021.org>
TRANSCRIPCIÓN CON FORMATO
TRANSCRIPCIÓN CON FORMATO 2
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Diorama de la Cultura, Excélsior
Columna Diorama Teatral
[Nosotros somos Dios, Los incendiarios]
Mara Reyes
Nosotros somos Dios. Teatro Milán. Autor, Wilberto Cantón. Dirección, Jebert Darién. Escenografía, David Antón. Reparto: Luis Bayardo, Enrique Aguilar, Francisco Jambrina, Elda Peralta, Virginia Manzano, etc...
Con perseverancia, aunque no es autor demasiado fecundo, Wilberto Cantón, escribe para el teatro desde 1948, año en el que se dio a conocer con su pieza: Cuando zarpe el barco. Cuenta ya en su haber con una prohibición de la censura a su obra: Malditos, lo que en estos tiempos puede bien mirarse como un galardón. Con Nosotros somos Dios, puede decirse que supera su última producción: Tan cerca del cielo, aunque vuelve a caer en algunos de los errores en que incurrió en dicha obra, como por ejemplo el tratar de aprovechar del público más su sensiblería que su sensibilidad; buscar con efectos melodramáticos el producir una emoción y otras veces hacerlo con frases demasiado sobadas. Es indudable que Cantón puso en su pieza una intención social que procura fortalecer el carácter: revolucionario de los gobiernos actuales; habla en favor de la rebeldía de la juventud y apoya la tesis del anticonformismo: “Para remediar los males de este mundo, nosotros somos Dios”, –dice uno de sus personajes– (por cierto que Cantón ha confesado que esta frase deriva de otra similar de Antonio Ros en El ciego de Asís y que es de la que entresacó el título de la obra). Trata de hacer de sus personajes seres humanos, capaces de contradicciones, de apasionamientos, de bajezas que cometen casi simultáneamente con actos nobles; esto se hace notorio fundamentalmente en el personaje central: Don Justo, al que a pesar de hacer aparecer como un hombre capaz de los más horribles crímenes, lo hace reivindicarse con su muerte. Si se juzgara la obra históricamente cabría preguntar a Cantón, por qué hace aparecer al representante del huertismo como un héroe; pero la obra estética tiene sus libertades y Cantón tiene el derecho de sustentar la tesis que él desee.
Jebert Darién, a pesar de los esfuerzos que hizo en su dirección escénica, ésta le resultó pobre y sobre todo desequilibrada; los personajes masculinos tienen vigor, agilidad en sus diálogos, los femeninos en cambio están planos, sin fuerza dramática ninguna. Por más esfuerzos que hacen Luis Bayardo y Enrique Aguilar –quienes realizan dos muy buenos trabajos– por avivar la interrelación con el público y por guardar un ritmo correcto, éste es roto a cada momento por Virginia Manzano, cuyas intervenciones están totalmente faltas de tempo, estereotipada su forma de actuación, pues si a Jambrina puede criticársele el ser siempre Jambrina, al menos él entra en situación y da las réplicas en la forma lo más cercana posible al personaje, lo que ya es mucho, la Manzano en cambio se pierde en una especie de delectación personal que nada tiene que ver con la obra artística. Elda Peralta, hace una dama joven discreta aunque también escasa de vida, en parte por la dirección y en parte porque el personaje mismo no se presta a mucho lucimiento debido a su falta de continuidad: lo que en un principio es una joven rebelde, llena de fuerza, a través de la pieza, su personaje olvida sus primeros ideales y se acartona. Carlos Petrel y César Castro, en papeles de menor importancia, salen airosos.
Adecuadísima es la escenografía de David Antón. Los elementos decorativos que utiliza, como esos preciosos grabados de la época, no podían estar mejor elegidos, lo mismo que el mobiliario.
Los incendiarios. Teatro Compositores. Autor, Max Frisch. Dirección, Fernando Wagner. Escenografía, Marcela Zorrilla. Reparto: Grupo Teatro Contemporáneo Independiente.
De profesión arquitecto, además de dramaturgo, Max Frisch –nacido en 1911– es con Friedrich Dürrenmatt, uno de los máximos exponentes de la dramaturgia en lengua alemana, (aun cuando ambos escritores son de origen suizo) ambos pertenecen a la generación de la segunda posguerra.
En Biedermann y los incendiarios, se hace patente la profunda amargura que produjo en Frisch la Segunda Guerra Mundial, y la anécdota parabólica muestra la decepción que de los conceptos religiosos ha recibido este escritor. Su protesta ante la actitud irresponsable con que los hombres y los pueblos acatan la guerra no puede ser más evidente. Porque para Frisch el destino no es el que destruye al hombre, no adopta en ningún momento la postura de los griegos que presentan al hombre como un ser impotente para luchar contra su destino; por lo contrario, para él el único responsable de las catástrofes bélicas y de su negro destino, es el hombre mismo.
No descuida la crítica social; para él el típico burgués es un ser cobarde y culpable, es “muy difícil saber mostrarse duro en los negocios y al mismo tiempo conservar un alma buena para el resto del día” –dice Frisch del burgués– lo muestra hipócrita, desconfiado y a la vez impotente, incapaz de resistirse a los acontecimientos, es un ser débil. También al intelectual que sólo hace discursos en medio de la batalla, cuando nadie puede escucharlo, lo critica y lo pinta como “capaz de llegar al borde de la traición”, sin siquiera la capacidad de experimentar alegría.
Clama Frisch por una justicia que en su opinión no existe, ya que se ve que la “gente fina, nunca llega al infierno”. Se desespera ante la indiferencia humana que después de una catástrofe producida por la propia necedad [p. 3] del hombre, exclama: “¡Qué tanta historia por una catástrofe! Siempre hubo catástrofes… Además –y entonces ironiza– miremos un poco nuestra ciudad. Toda de cristal y aluminio... Realmente, desde el punto de vista edilicio, es una bendición que se haya destruido.”
Y cuando al fin, ha llegado la calma, la paz, cuando todo se ha reconstruido, viene la amargura nuevamente. “Olvidadas han sido las ruinas. Y el dolor olvidado. Y los gritos desesperados de los carbonizados, también olvidados. Más hermosa que nunca, más moderna que nunca, más altiva que nunca. Con más altura y prosperidad resurge nuestra ciudad” y agrega el corifeo: “Pero en el fondo, dentro del corazón, nada ha cambiado”. Esto es ya una advertencia... si nada ha cambiado quiere decir, que podría volverse a destruir la ciudad, también por la mano del hombre.
La manera que utiliza, para exponer sus conceptos, Frisch, es bastante peculiar, por una parte, participa de algunas ideas de Brecht en cuanto a la forma y en cuanto a tomar el teatro no como su medio de crear emoción, sino de hacer pensar al público. A cada momento le recuerda que no es la vida misma lo que está viendo, sino una representación teatral que traspone los acontecimientos reales con un cierto distanciamiento –para ello utiliza la parábola– que obliga al espectador a recapacitar en lo indebido de esas circunstancias. Procura que este espectador realice, pues, una toma de conciencia.