FICHA TÉCNICA






Cómo citar Maria y Campos, Armando de. "Los pastores en el teatro". El Heraldo de México, 1966. Reseña Histórica del Teatro en México 2.0-2.1. Sistema de información de la crítica teatral, <criticateatral2021.org>



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El Heraldo de México   |   26 de diciembre de 1966

Columna Escenarios

Los pastores en el teatro

Armando de Maria y Campos

Los primeros que acuden a la llamada poética de la Adoración son los pastores. Ese pastor, ése que está, precisamente, "comiendo sopas", cuando le llega la noticia del Nacimiento de Jesús, tiene ya en su gesto el secreto de la dulce versión, del sutil decir, de la ternura con que a lo largo de los siglos los hombres van a enfrentarse con el milagro del Niño recién nacido. Porque lo que cuenta a sus compañeros ese primer pastor, correteando a campo traviesa bajo la luna clara, nadie lo acertará a decir con mayor ternura.

La mula respinga,
y el buey la bajea,
y el Niño de Dios
dormido se quea.

Era tan sencillo, realmente, que se fue repitiendo río a río, olivo a olivo y criatura a criatura. De un golpe se desbordaron las coplas y surgieron las definiciones escalofriantes; esas dulces cantigas en las que el hombre decidió que lo mejor, sin duda, era acercarse a Dios con el corazón en los labios:

¡Oh, Virgen María!
¡Oh, Madre de Dios!
Noche de maitines
pariste a Dios,
Pastores, venid;
Pastores, llegad;
que el Rey de los Cielos
ha nacido ya.

En verdad que, aparte abril, capitán de la poesía, quizá sea diciembre, con su airoso penacho de fríos, nieves, hogueras y blancuras, el mes preferido por los poetas, caminantes de esas rutas de la Navidad, mitad punzante misterio, mitad helada, portal escondido, sencillez, humildad y estrellas de Oriente. Tantas cosas, que traspasan aun al corazón más severo, con igual intensidad que en los días claros y lejanos en que lloraban de júbilo los pastores, rodados por un paisaje primitivo de ríos de cristal, frutas silvestres, rosas de nácar y altos romances. Por eso el pueblo continúa desbordándose para cantar el gozo de Belén y repetir, una y otra vez, el alborozo de la cristiandad. La suya no es la intimidad poética del jardín oculto, sino la recogida y recatada sensibilidad del corazón emocionado que vierte, a voces, el secreto de su creación. De un lado, los sentidos, que aspiran a lo inefable; de otro, el ensueño ligero, alegrísimo, que no quiere prisiones.

Con esa gracia maravillosa, recién cortada, fresca y nítida de quienes sólo buscan amor, los pastores van cantando, fieles al rumor del pecho:

San José era carpintero,
carpintero, ¡ay!.
y la Virgen lavandera.
lavandera. ¡ay!
El Niño bajó del cielo
en una noche lunera.