El Heraldo de México
| 15 de noviembre de 1966
Columna Escenarios
El teatro Noh en México
Armando de Maria y Campos
El teatro Noh japonés ha ofrecido dos sesiones con obras de este tipo al público mexicano, y en las dos el teatro de Bellas Artes ha servido de asiento a centenares de espectadores ansiosos de conocer este espectáculo único en el mundo, porque las fuentes de su origen nacen en los primeros siglos de esta Era. El Noh es el género dramático más elevado que conozca la literatura japonesa. En su origen, la palabra Noh significa "ejecución", o bien "composición". Se ha escrito mucho sobre este género de teatro oriental pero a decir verdad el lector o el espectador se encuentra como ardilla en jaula. Vueltas y más vueltas y las mentes occidentales no acaban de entender este género de teatro compuesto al parecer por sacerdotes en el "período Muramachi" (entre mil trescientos treinta y ocho y mil quinientos sesenta y cinco). Desde entonces hasta fines de la Edad Media japonesa (1868), las representaciones de los Noh estuvieron muy de moda entre la casta militar, casi como un ritmo. El Noh, en efecto, exalta las virtudes heroicas del guerrero, cuyo código consagrado, el Bushido, imponía el sacrificio de todo bien terreno, empezando por la vida misma, en homenaje a los ideales de nobleza, dignidad, lealtad y fidelidad al propio señor.
Pero en el Noh, en el teatro, la palabra carece de importancia y de valor. Entender la sugestión del Noh a través de una versión no es fácil para un espectador de Hispanoamérica.
Los viajeros, no me refiero propiamente a los turistas, que han visitado Japón estos últimos años, nos hablan de su experiencia personal del teatro Noh. Reino del sueño pálido, de la evanescencia vesperal, de la disolución de toda forma en tenue bruma, en penosa tristeza. No es posible con esta descripción entender lo que es el teatro Noh. Lo cierto es que los géneros dramáticos Noh y Kyogen, nunca se adaptaron al gusto popular, sino que fueron gozados exclusivamente por las clases aristocráticas. Hasta antes de la Segunda Guerra Mundial, por lo menos. Ahora hemos conocido tres piezas del teatro Noh. Las tres soberbiamente presentadas y completamente ininteligibles. Una pertenece al siglo XI, otra al XII y otra el XIV. De las tres se conservan los textos íntegros. Se sabe quiénes son sus autores. Algo adelanta el espectador. Pero como la palabra, no importa que sea japonesa, carece de importancia, la acción, lenta, lenta, no es fácil de comprender. De las tres que vimos, Tamakazura es una pieza en dos actos de Konparu Zenchiku de la que sólo vimos el primer acto. La pieza correspondiente al siglo XII es en un acto largo, largo, escrita por Zeami Motokiyo y la más reciente, que corresponde al siglo XIV fue escrita por un dramaturgo y actor de nombre Konparu Zenchiku. La pieza Kiyotsune prende la atención del espectador. Pero en general los símbolos ahogan toda intención verdadera de la acción mínima que contemplamos. Se satisface la vista con la suntuosidad y riqueza del vestuario, pero digan lo que digan, el teatro japonés Noh, como otros géneros, está muy lejos de nuestra sensibilidad teatral. Lo mismo debe ocurrir con los otros géneros del teatro japonés de los que hablan y hablan con elogio los viajeros que los han visto en el propio Japón. El cronista se siente anonadado ante opiniones ilustres. Bernard Shaw, durante su visita al Japón, subrayó que no había visto nada más interesante que el Noh; Ezra Pound que adaptó varias piezas basándose en la traducción de Ernest Fenollosa, dice que "el Noh es sin duda una de las mayores artes del mundo, y muy probablemente una de las más recónditas"; y W. B. Yates también utilizó extensamente el principio poético del Noh y adoptó la máscara en algunos de sus dramas.
El Noh, mas que cantado, es recitado. En el escenario además, de la reducida orquesta de flautas y tamboriles, hay un coro que narra los sucesos no representados, y en determinado momento, dice las palabras del actor que danza. Los actores que desempeñan los papeles principales llevan máscaras de laca, tendientes a la deformación y la impasibilidad en un principio (siglos XIV y XV); con el tiempo se aligeraron hasta hacerse exquisitas (siglos XVI y XVII). Sobre todo para los personajes femeninos la máscara no suprime la mímica confiada al movimiento de los ojos y a ciertos hábiles juegos de luces sobre la misma. El cronista calla, mira y deja que corra su emoción...