El Heraldo de México
| 10 de noviembre de 1966
Columna Escenarios
El olvido como gloria
Armando de Maria y Campos
Ahora hace cincuenta años que murió el primer español a quien fue concedido el Premio Nobel. Don José Echegaray, el hombre que fue considerado en su tiempo como el más representativo de España, está hoy injustamente arrinconado en el desván de las figuras ilustres que nadie se toma la pena de recordar. Comediógrafo de altura, matemático de prestigio internacional, fundador del Banco de España, político excepcional y hombre que gozó de extraordinaria popularidad, está poco menos que fosilizado en la memoria de la gente, ha recordado algún periodista español; diré su nombre: José León Cano.
Cito al periodista León Cano, porque logro una entrevista con doña Ana Rivera de Echegaray, descendiente directa por linea femenina de don José Echegaray, y que guarda en su casa recuerdos de su bisabuelo. Mejor que especular por cuenta propia sobre la olvidada personalidad de Echegaray prefiero hacer hablar a su distinguida descendiente.
Son cosas que pasan en España no sé por qué. Recuerdo que en Venezuela asistí a un gran desfile, una verdadera manifestación popular. ¿A quién se dedica este homenaje?, pregunté. "A don Fulano, que fue maestro de Bolívar". En cambio, aquí a mi bisabuelo, lo trataban hace poco en un importante periódico de "figurón". Figúrese usted, llamar "figurón" a un Premio Nobel. Pero estas cosas resultan muy desagradables y se deberían evitar de alguna manera.
Echegaray esperaba y no esperaba alcanzar el Premio Nobel, porque su nombre sonaba desde hacia tiempo en el ambiente intelectual del mundo de entonces. Parece que no le sorprendió cuando lo obtuvo, en 1904, compartido con Federico Mistral. Con el producto del premio se compró una casa con 23 habitaciones. Recientemente fue derruida y nadie en Madrid se acordó que en ella había vivido Echegaray. Su teatro fue un teatro de su tiempo. Está escrito para el público de entonces, y es natural que la sensibilidad haya cambiado mucho, pero sus obras obtendrían éxito cuidando mucho de ambientarlas exactamente en la época en que fueron escritas, a fin de que el lenguaje, un tanto rebuscado de aquel tiempo no se hiciese notar demasiado. Ahora, el teatro de Echegaray está olvidado, injustamente olvidado, como toda su obra. Es la reacción de las generaciones que se rebelan contra todo lo que han hecho los padres y los abuelos. Pero a su tiempo creo que volverá a resaltar en su justo valor, porque la fuerza dramática de la acción no ha perdido vigencia. Esa misma fuerza que hizo, cuando se estrenó El gran Galeoto que el pueblo de Madrid acompañase el coche en que salía del teatro Echegaray con antorchas encendidas. A ningún otro autor español le ha ocurrido cosa semejante.
Conviene que las nuevas generaciones sepan algo de este ilustre autor dramático. Don José Echegaray y Eizaguirre fue, además, un notable matemático e ingeniero, profesor de la Escuela de Caminos y de Física Matemática de la Universidad Central de Madrid. Diputado, director de Obras Públicas y ministro de Hacienda; participó en la formación del partido republicano progresista, aunque luego acabó abandonando la política y dedicándose tan sólo a su labor científica y dramática. En este campo, tras su primera obra, El libro talonario, destacan posteriormente Mancha que limpia, La esposa del vengador, El loco Dios y Mariana. En 1890, a los cincuenta y siete años de edad –vivió ochenta y tres– ingresó en la Real Academia Española de la Lengua. El Nobel de Literatura le fue concedido, según la Academia Sueca, por sus "numerosas y brillantes composiciones que habían resucitado la gran tradición del drama español".
Se casó muy joven con una dama muy bella. Al menos en opinión de Amadeo de Saboga, quien decía: "La vista mas fabulosa de Madrid es la mujer de Echegaray" Alfonso XII confirmaba este aserto asegurando que "lo mejor que se podía ver en España era la Giralda de Sevilla y la mujer de Echegaray".