El Heraldo de México
| 20 de septiembre de 1966
Columna Escenarios
Donde se dice la verdad sobre la farsa
Armando de Maria y Campos
La inquieta periodista Maruxa Vilalta, que ha intentado diversos géneros teatrales con varia fortuna, ha escrito ahora uno de los más difíciles y más antiguos: La farsa. Titula a su farsa Cuestión de narices y la divide en dos partes. La primera es menos afortunada que la segunda; en la segunda parte se trata de exaltar la libertad de vivir y de ser como isla naturaleza impone sus dictados.
La dirección de la farsa fue encomendada al señor Héctor Ledezma, y la verdad es que tornó confusa la acción. Tampoco es afortunada la escenografía de Antonio López Mancera. La interpretación tiene sus altas y sus bajas. pero el conjunto no permite que destaque personaje alguno de los muchos que en la acción intervienen.
El cronista está obligado a producirse con verdad, porque no actúa como un simple conversador y cuanto dice queda impreso. El periodismo es noticia y la noticia es historia. Así entiende el cronista el periodismo y como escribe para lectores de diversa preparación cultural, no se le puede reprochar su afán de divulgar lo que muchos no tienen obligación de saber.
Farsa es voz latina y su mejor definición, a la pata la llana, es decir que se trata de una pieza cómica, breve por lo común, y sin más objeto que hacer reír. Pero se puede decir más. Fábula es la representación de un hecho, real o imaginario, verosímil o inverosímil. Debe estar plena de incidentes grotescos.
Y ahora un poco de historia. Farsas fueron llamadas en la Edad Media unas composiciones teatrales dedicadas a entretener o a moralizar con un tono jocoso o burlesco.
Las farsas ya eran corrientes en el siglo XIII, pues que acusan su existencia Las leyes de partidas. En Italia dieron origen a la commedia dell'arte; en Francia, a las sotties, moralidades y sermones jocosos; en España, a los autos.
Las farsas, que empezaron teniendo un carácter religioso y representándose en los templos y en los claustros de las catedrales, acabaron por convertirse en piezas profanas.
En España, durante la primera mitad del siglo XVI, tuvieron su apogeo las farsas con autores como Juan de la Encina –Farsa de Cristina y Febea–, López de Yanguas –Farsa del mundo–, Gil Vicente –Farsa de Juiz de Beira–, Lucas Fernández –Farsas y églogas–, Sánchez de Badajoz –Farsa del molinero, Farsa del matrimonio–, Juan de Pedraza, –Farsa llamada danza de la muerte–, Cristóbal de Castillejo –Farsa de la Constanza–, Juan de Timoneda –Farsa trapacera, Farsa Floriana...
En el teatro moderno se califican de farsas todas aquellas obras cuya intención didáctica o moral queda exteriorizada con agudeza o humorismo. Los intereses creados, de Benavente, son un buen modelo del género.
La farsa ha dado en todas las literaturas un personaje característico, a quien se encomiendan los desplantes grotescos, las malicias intencionadas, los chistes... En España, el gracioso. En Inglaterra, el clown. En Alemania, Hans-Würst. En México se acostumbra llamar farsante al político, porque hace de la política una farsa.