El Heraldo de México
| 4 de julio de 1966
Columna Escenarios
Sartre: ¿por qué Las troyanas?
Armando de Maria y Campos
Hace poco un grupo de actores experimentales llevó a un escenario de Nonoalco una pieza de Jean Paul Sartre. Alguien me preguntó por qué no hice alusión a piezas de teatro más recientes de este escritor francés. La respuesta siempre tiene actualidad. La doy ahora.
Jean Paul Sartre ha estrenado en París una nueva obra: Las troyanas (se trata de una versión libre y muy personal de la tragedia de Eurípides del mismo título). La obra dramática anterior de Sartre fue Los secuestrados de Altona, estrenada en la temporada 59-60 y la anterior a ésta, Kean (1956). Como puede verse, Sartre, aunque se asome esporádicamente a los escenarios, no abandona el teatro, sino que hace simultánea su labor de dramaturgo con sus trabajos filosóficos (del mismo año que Los secuestrados de Altona es la voluminosa Crítica de la razón dialéctica) y con sus incursiones frecuentes en otros géneros literarios, incluido –desde 1964, con Les Mots– el género autobiográfico. Me parece obvio añadir que cada nueva aparición de Sartre en un escenario es un acontecimiento importante, y no sólo desde un punto de vista exclusivamente teatral.
En este comentario, yo quisiera tratar de responder a una sola pregunta: ¿Por qué el autor ha reactualizado Las troyanas? No es la primera vez que Sartre acude a la mitología griega, y este hecho, por otra parte, no tiene nada de excepcional: la gran aventura del pensamiento ateniense –en todas sus vertientes– es y seguirá siendo una fuente de constante referencia. Ortega y Gasset decía que la cultura griega es una piedra de toque para todo intelectual y que, según reaccione su sensibilidad ante ella, así se definirá esa sensibilidad. Esta observación orteguiana era enormemente aguda: en Atenas ocurrió todo, o casi todo, y en la riqueza y complejidad del pensamiento ateniense se encuentran virtualmente contenidas innumerables cuestiones fundamentales que hoy nos ocupan y preocupan. (Al cabo de veinticinco siglos de historia humana, cuando el primer hombre sale al espacio sideral, cobra una sorprendente actualidad aquella primera gran definición de un pensamiento racionalista: "El hombre es la medida de todas las cosas".)
Pero mi pregunta –¿por qué Las troyanas?– no se refiere a estas generalidades comúnmente aceptadas: la vitalidad de la cultura griega, la actualidad esencial de muchas de sus conquistas de pensamiento, las múltiples y aún contradictorias visiones que desde nuestro tiempo se han dado de las formas políticas, de las formas estéticas y, en general, de las formas de vida del hombre ateniense. Mi pregunta es mucho más concreta, y podría completarse así: ¿qué ha visto Sartre en Las Troyanas para reactualizar esta tragedia. de Eurípides? Quien conozca, aunque muy por encima, el pensamiento y la obra de Sartre, no podrá por menos de formularse esta pregunta con anterioridad a cualquier otra. La razón es clara. Sartre es uno de los escritores de hoy más radicalmente preocupado por los problemas de hoy. Con gran acierto, ha escrito Iris Murdoch: "Como filósofo, como político y como novelista, Sartre es profunda y conscientemente contemporáneo; tiene el estilo de la época" (Iris Murdoch: Sartre, un racionalista romántico). Podría, muy justamente, añadirse que también como dramaturgo. Pero no se trata exclusivamente de ese condicionamiento social e histórico que hace que la obra de todo escritor sea de su época, y sólo de ella. Una de las características definitorias de Sartre es el haber asumido esos condicionamientos sociales e históricos como algo constitutivo de su pensamiento y su obra literaria. Toda su teoría del "engagement" no es otra cosa. Por supuesto, cabría citar ahora abundantes textos sartrianos que corroborasen lo dicho. En la reflexión que a continuación recojo, tomada de ¿Qué es la literatura?, me parece encontrar una de las más explícitas y claras manifestaciones de esta posición de Sartre, a que aludo. Dice así: "No nos haremos eternos corriendo tras la inmortalidad; no seremos absolutos por haber reflejado en nuestras obras algunos principios descarnados, lo suficientemente vacíos y nulos como para pasar de un siglo a otro, sino por haber combatido apasionadamente en nuestra época, por haberla amado con pasión y por haber aceptado morir totalmente con ella."
Esta posición de Sartre ha sido constante y jamás desmentida. Lo ha sido en su obra filosófica y literaria y lo ha sido en su actitud de intelectual alerta frente a la situación del mundo. Es muy probable que Sartre se haya equivocado algunas veces, pero lo incuestionable es que Sartre no se ha callado nunca. Esto no se lo podrá negar nadie ni aún sus peores enemigos. Y claro es que éste no callarse, que éste hablar resuelta y decididamente de los problemas vivos de la época, es una virtud; es una gran, una admirable virtud intelectual.