Revista de la Universidad
Columna Teatro
Disquisición acerca del Huevo
Jorge Ibargüengoitia
Hace unos diez años, en la época en la que gozaba yo de los favores del Centro Mexicano de Escritores, alguien leyó en una de las juntas de esa institución la traducción que Tomás Segovia hizo de un cuento de Ed Howell que trataba de un niño que iba a la playa a recoger huevos de gaviota. Cuando me preguntaron mi opinión acerca de lo que acababa de leerse, dije, para ilustración de las cinco matronas norteamericanas que estaban allí presentes: "Es que en México no se puede decir 'huevos' tantas veces." La carcajada que soltaron las susodichas matronas me hizo comprender, con horror, que habían entendido el significado exacto de mis palabras. Bueno, pues anoche tuve la misma sensación cuando vi que frente a una taquilla, sobre la que estaba escrito en grandes letras EL HUEVO, había una inmensa cola de señoras emperifolladas y peinadas a lá Pompadour.
Aparte del título, obra tiene para el público el atractivo de que en su reparto figuran puros genios de la televisión. A pesar de estas premisas siniestras, hay mucho que decir en favor del espectáculo en cuestión.
A pesar de tantos años que llevo en la marina, los cientos de crónicas teatrales que he escrito y de que en mi casa tengo una televisión regalada, debo confesar que yo nunca había visto a Chucho Salinas, porque no vi ni Ocúpate de Amelia, ni Pelícano, ni Los fantástikos [sic], ni Vamos a contar mentiras; y lo siento, porque me pareció un actor de lo más respetable. Desde luego, es de los poquísimos mexicanos capaces de actuar cómicamente dos horas sin llegar a la payasada.
El caso es que Chucho Salinas, Magis, es el hombre que está fuera del huevo y nosotros, todos los demás, hombres y mujeres, estamos adentro. El huevo es "el sistema", dice la traducción. El sistema está hecho a base de prejuicios, tales como la idea de que cuando uno se levanta en la mañana, se siente ágil y fresco o de que basta con decirle a una mujer "tlc, tlc", para que conteste "O.K.". "Eso dicen todas las canciones", dice Magis. Ésta es la única falla de la obra, o mejor dicho, de la traducción. Yo nunca he oído una canción que diga "se levantó ágil y fresco", ni nada por el estilo.
El caso es que como Magis no se siente ágil y fresco al levantarse, consulta a un médico, que lo encuentra perfectamente sano. "Es que no me siento ágil y fresco cuando me levanto." "Yo tampoco", le contesta el médico. Después de una investigación, Magis llega a la conclusión de que la mayoría de las personas se [p. 30] levantan por patriotismo, no porque se sientan ágiles y frescas, "como dicen las canciones". Ahora bien, esto demostraría que las bases del sistema son falsas y que, en realidad, todos estamos fuera del huevo de los que se sienten ágiles y frescos y metido en otro en el que todos se levantan por patriotismo En otras palabras, que las canciones no tienen nada que ver con la vida real. ¿Quién, por ejemplo, conquista una mujer con sólo decirle "tlc, tlc"? Nadie. O tiene que decir mucho más, o ni eso. Magis tarda tres años en perder su virginidad. Y la pierde por compromiso. Roba diez mil francos y pone tanto cuidado en explicar a la cajera la desaparición del dinero, que ella malinterpreta su interés y se lo lleva a la cama, sin que él pueda resistirse porque se siente muy obligado con ella. Cuando el dueño de la tienda, que es un mariconazo, descubre que Magis es amante de la cajera, lo corre. Así que Magis pierde el empleo, no por robarse los diez mil francos, como dice la tradición de que el que la hace la paga, sino por cumplirle a una anciana.
Magis está fuera del huevo, que es la tienda. Aunque por otra parte, está dentro del huevo, en donde nadie es virgen. Pero como todos cuentan que conquistan mujeres con sólo decirles "tlc, tlc", él se siente fuera del huevo. En esta época de cesantía, Magis descubre la verdad acerca de otra parte del sistema: el amor.
Su hermana Justina tiene un novio, que por cierto le consigue empleo. Ahora bien, este novio, se consigue (a sí mismo) una mujer mucho mejor que Justina y entonces comprende "que no era amor lo que sentía por Justina" y rompe el noviazgo. Pero a Justina le había prometido matrimonio y ella quiere que cumpla. Magis es el encargado de hacer que el novio cumpla.
Cuando ve a la mujer que ha reemplazado a su hermana, no le queda más que felicitar a su protocuñado [sic]... y sin embargo, hace todo un enredo para obligarlo a cumplir sus promesas. "Amamos a una mujer mientras no aparece otra que nos hace comprender 'que no era amor lo que sentíamos por la primera'. Así que, en realidad, sabemos que el amor es una escalera, pero no cuántos peldaños tiene. ¿Cuántos serán los que se habrán conformado con su Justina?" La carcajada con la que acogió el público estas palabras, demostró que todos los allí presentes se habían conformado con su Justina. Mientras Magis está haciendo estas filosofías, entra en el huevo: en el negocio en donde trabaja por recomendaciones del novio de su hermana, encuentra a una mujer, completamente imbécil, de la que se hace amante; esta mujer tiene un marido con el cual Magis juega brisca en un café; por medio de esta actividad, conoce al señor Berthoullet y por medio de éste consigue un puesto en el gobierno y una esposa.
A Magis le gusta Carlota, la menor de las Berthoullet, pero se casa con Hortensia, la mayor. Está en el huevo. Tiene una familia política, una esposa y un puesto en el gobierno, un departamento moderno, etcétera. Pero no tarda en salir del huevo. ¿Por qué? Por querer guardar un pañuelo de Carlota como recuerdo. "Papá, dile que me devuelva mi pañuelo." Magis se resiste y Carlota despepita que la besa en los rincones, que la persigue, etcétera. Magis queda desprestigiado ante la familia Berthoullet, pero con el nacimiento de su primer hijo se arreglan las cosas y todo parece marchar sobre ruedas hasta que regresa de la Indochina el capitán Dugomier, que vuelve a sacarlo del huevo, porque ha tenido con Hortensia un amor de toda la vida. Y allí está Magis sentado, viéndolos amarse (platónicamente) en su living room. Al sentirse fuera del huevo, Magis se vuelve un canalla ingeniosísimo; Explota a Dugomier, se hace pasar a sí mismo por chantajista y a su mujer por prostituta, y termina poniéndose unos guantes y balaceando a su legítima esposa con la pistola de Dugomier que es de fabricación indochina. Por medio de este acto absurdo, de asesinar por celos a una mujer que no ama, y de lograr que condenen a veinte años de trabajos forzados a un inocente (Dugomier), Magis ha logrado entrar en el huevo de una manera definitiva, y no temporal, como las otras veces. Mejor dicho; este acto es la señal de que Magis ha entrado en el huevo, porque conoce el mecanismo del sistema; es decir, las fallas del sentido común. Magis no volverá a guardar como recuerdo el pañuelo de su cuñada, aunque probablemente hará con la antes mencionada cosas mucho peores, pero que entran dentro de lo que se puede hacer sin salir del huevo.
La obra es en el fondo tristísima y llena de melancolía. Hay allí un señor, por ejemplo, que estuvo a punto de nacer en Constantinopla, y que se casa con la segunda de las Berthoullet y que en un momento de intimidad le confiesa a Magis, su concuño, que la ilusión de toda su vida ha sido hacer el amor con una turca. O Rosa, que es completamente imbécil, que termina todas las conversaciones diciendo "no digas tonterías", y cuando Magis dice "empieza a hacer frío", ella le pregunta "¿en dónde?", y que después de mandar a su marido a dar un paseo, para quedarse sola con su amorcito, le dice a éste: "No debes venir aquí a estas horas. Ya sabes que a Eugenio le gusta leer el periódico. Debemos respetarlo. Bueno, ¿vienes o qué?"
Desgraciadamente, aparte de Chucho Salinas, que lleva el peso de la obra, todo lo demás de la puesta en escena del Sullivan es entre mediocre y francamente malo. La traducción es lo que pudiéramos llamar esponjosa; la dirección, descuidada; la escenografía, cursi; el maquillaje de Barberant, Tanson, Eugenio y José, lamentable; Niní que es una mujer muy bella que vive en los suburbios, resulta patética; Alejandra Meyer, o bien dice morcillas, o tiene un talento para dar la impresión de que está diciéndolas; Micaela Castejón, según parece no puede desarrollar un personaje que no tenga cuando menos novecientas líneas de texto. De este desmoche, se salvan las señoritas Berthoullet, que son así entre incoloras y sexy, Raúl Meraz, a quien le queda de perlas su papel de héroe sentimental y Antonio Gama, en el papel de novio de Justina. El fiscal de Alfonso Castaño es de todos, el peor. Amén.