Revista de la Universidad
Columna Teatro
Fando y Lis
Jorge Ibargüengoitia
Desde hace dos horas estoy leyendo notas sobre Arrabal o sobre su obra. Para que se vea lo que eso significa, voy a permitirme citar algunos pasajes:
"... Arrabal, como sus grandes maestros [Beckett y Ionesco], es en el fondo muy literario, muy intelectual, pues casi todo lo que quiere decir está expresado a través de ideas, de símbolos, que son capaces de suscitar en el espectador una discusión interior de todas sus motivaciones." —Carlos Solórzano (México en la Cultura, número 663). "...Fernando Arrabal, que tiene menos de treinta años y vive en París, podría ser, por las apariencias, un discípulo de Ionesco. De cualquier manera, son sus ideas teatrales las que son estimulantes; pues filosóficamente es un pelmazo." —Edith Oliver (The New Yorker, nov. 25 de 1961). "La sencillez extrema del diálogo (lo mismo que la sabiduría de su construcción dramática) prueba que Arrabal –que es un excelente matemático– busca la pura forma, que llevada a un límite podría alcanzar la belleza abstracta de una fórmula matemática, o de los dibujos animados de Norman Mac Laren." —Geneviève Serreau (Evergreen Review número 15).
Solórzano dice de Arrabal: "discípulo e imitador de Beckett..." La Serreau cita como antecedentes suyos (de Arrabal) a Strindberg, Jarry, Kafka, y sobre todo a Chaplin en su primera época; Piazza cita a los mismos, más los hermanos Marx, Kuen Su, Borges y Gurthier; cuando lo descubran, los críticos españoles hablarán de Goya, seguro... y así ad infinitum.
¿Qué se saca en claro de todo esto? Que Solórzano no debió traducir la obra para después ningunear al autor, que no hay nada más fácil en el mundo que conseguirle a alguien padres postizos, etcétera... ¿Pero qué adelantamos en el conocimiento de la obra? Nada.
"¿Qué te pareció la obra?" le pregunté a uno de mis amigos. "Es Beckett" –me contestó. "¿Y es bueno ser Beckett?" le pregunté. "Sí, pero éste es un Beckett muy malo." Y vuelta a lo mismo.
Voy a contar la obra: un hombre lleva a una mujer inválida (supongo que su amante) a Tar. Se quieren mucho. Su relación consiste en que ella lo provoca para que la torture, y él la tortura. Viven el uno para el otro, muy solos. En el camino encuentran a tres hombres que también van a Tar y que discuten entre sí todo el tiempo. Hay algo en Fando que le hace apetecer la compañía de estos tres hombres y su constante "ejercicio intelectual". Hace todo lo posible por trabar amistad con ellos. Después de varios esfuerzos, vence la indiferencia de los tres hombres, entre otras [p. 31] cosas gracias a que comparte, en cierta forma a Lis con ellos. La relación de los dos amantes cambia después de este encuentro, porque Fando quiere compartirla con quien sea. Como siempre, ella lo provoca, y él la tortura, ella lo provoca, y él la tortura, hasta que –claro la mata. Los tres hombres tratan, en vano, de recordar la historia de Fando y Lis. Cuando ven a Fando que va al panteón, como le había prometido a Lis al principio, llevando una flor y un perro, ellos lo acompañan.
No se necesita ser un malpensado para comprender que esta obra es erótica. Ahora bien, ¿cuándo ha escrito Beckett una obra erótica?
Para un espectador como yo que no siente una grave necesidad de interpretación analítica de símbolos, la historia podía ser efectivamente la de un hombre que lleva a una mujer paralítica a un lugar muy lejano, y que en el camino la mata en un arranque de pasión, y los tres hombres que discuten, tres compañeros de viaje. Pero la caracterización es tan escueta, y hecha con tanta malicia, que todo se convierte en una metáfora. Si supiéramos, por ejemplo, la edad de los personajes, o el grado de su cultura, la metáfora desaparecería. De alguna manera sabemos de los personajes sólo lo que es universal. Ésta parece ser una característica de cierto teatro moderno, que se mueve en un plano metafórico: ambiguo y trascendente, y al cual sí, indiscutiblemente, pertenecen tanto Arrabal como lonesco y Beckett.
Según el artículo de Geneviève Serreau, ninguna obra de Arrabal habia sido montada antes de noviembre de 1960. De la única puesta de que yo tengo noticia es de la del Cementerio de los automóviles, que se estrenó en Nueva York apenas una semana antes que se estrenara aquí Fando y Lis en el Teatro de Compositores; así que, como quien dice, éste sí es un verdadero estreno mundial.
Dice Solórzano en su nota de México en la Cultura; "...la escenificación deberá ser siempre crítica y nunca sentimental deberá conservar al espectador en el mismo grado de observación que los protagonistas guardan respecto a su mundo en vez de despertar en ellos un sentimiento blando de simpatía o de compasión." Todo esto quiere decir que, para Solórzano, el teatro moderno está basado en la premisa contraria a la del griego, que precisamente pretendía provocar en el espectador la piedad y el terror, y efectuar por medio de estos sentimientos una purificación interior. Para Solórzano "las ideas, los símbolos [del teatro moderno] son capaces de suscitar en el espectador una discusión interior de sus motivaciones". Es decir: las ideas y los símbolos provocan una crítica moral, que era exactamente la finalidad del teatro de tesis del siglo pasado, o bien una discusión dilettante de cuestiones psicosomáticas. Lleva implícito todo esto un reproche discreto a la puesta en escena del Teatro de Compositores, que es sentimental, melodramática, guiñolesca y excelente. No entiendo cómo alguien puede estar sentado en una butaca viendo durante dos horas en escena una relación sadomasoquista sin participar activamente en ella. El único comportamiento verdaderamente crítico en estas circunstancias es salirse del teatro.
Si una mujer es paralítica, y además está encadenada, y la dejan desnuda al borde de un camino para que sirva de solaz a los transeúntes, y si por fin la golpean hasta matarla, tiene que resultar conmovedora. Y la acción es tan melodramática como la de Las dos huérfanas, o bien como la historia de la florista ciega de Luces de la ciudad. Claro que hay melodramas trascendentes y melodramas a secas: Fando y Lis pertenece a la primera especie: es un melodrama que sirve de ilustración a otra cosa, pero no como alegoría, sino como metáfora.
Pero dejemos a un lado las lucubraciones.
Con un tono de subjetivismo dogmático (que según Carballido es la tónica de nuestros cronistas teatrales) voy a decir lo siguiente: para mí, el programa formado por las pantomimas de manos y Fando y Lis, es el mejor espectáculo que ha montado hasta la fecha el Teatro de Vanguardia. Es primera vez que Alexandro ha dejado esa maldita tendencia que tiene de ir acumulando detalles hasta llegar a un conjunto tan abigarrado en el que no se puede distinguir nada. La dirección fue tan sencilla como la obra en sí creo que muy respetuosa e intensamente emotiva (lo cual me parece como ya dije acertado). Héctor Ortega y Betty Sheridan me parecen los únicos actores en México que podían haber representado los dos papeles titulares: muy profesionales, muy aplicados, con gran dominio de sus recursos, y ella francamente guapísima; él tiene una voz pésima, no por el timbre, sino por la falta de flexibilidad; ella, a veces; es modosa; ambos tienen cierto peligro de desbocarse, pero todo esto puede corregirse con el tiempo. Los otros tres personajes, interpretados por Alexandro, Farnesio y Carcaño, resultan muy graciosos y muy simpáticos. La escenografía y el vestuario fueron dos milagros de economía, operados respectivamente por Felguérez y Lilia Carrillo: la escenografía con unas vigas prestadas y el vestuario con unos trajes viejos, que no puedo explicarme de dónde los sacaron. La música de fondo, excelente, melancólica y nostálgica, de Bix Biederbecke y "Toot, toot, Tootsie, goodbye, toot, toot, Tootsie, don't cry... "