Revista de la Universidad
Columna Teatro
Concepto versus apreciación
Jorge Ibargüengoitia
"En el nombre de Cristo, ¡deteneos!
¡Tened piedad de estos pobres indios!"
Fervorín pronunciado por Jorge Ibargüengoitia
ante la chusma reaccionaria.
El primer libro de historia de México que tuve se llamaba Mi patria. En una de las primeras páginas había un grabado que representaba a dos indios que se habían acercado a las líneas españolas y rebanado de sendos macanazos los pescuezos de dos caballos. Los indios eran los buenos, y los conquistadores, los villanos. El Cura Hidalgo era bueno; Morelos era mejor; Santa-Anna era un malvado que vendió a México; la batalla del 5 de mayo, una gesta gloriosa... En secundaria fui a caer con los maristas; ellos me explicaron que los indios eran pederastas y hacían sacrificios humanos, y que fueron redimidos por los misioneros gracias al genio de Cortés. Hidalgo era un viejito chocho; de Morelos, ni hablar; Guerrero era masón; Santa-Anna perdió Tejas gracias a las maquinaciones diabólicas de Gómez Farías, otro masón; la batalla del 5 de mayo la ganaron los mexicanos sólo porque Márquez había quedado de presentarse con quince mil hombres para apoyar a los franceses y falló a última hora, etcétera. Mi educación no terminó en catástrofe porque, como tuve oportunidad de oír las dos versiones, acabé por no creer en ninguna, pero mi caso es más bien excepcional, y hace apenas cuatro meses estuve en una cantina irapuatense con dos licenciados borrachos mirándose torvamente entre sí.
—“Recuerde, licenciado, que soy liberal”.
"Y usted recuerde que yo soy conservador."
Si esta peculiaridad del mexicano de ver el mundo como una película de vaqueros, con villanos y "muchacho", se refiriera sólo a la política, la cosa no tendría tanta importancia; pero lo malo es que en el campo del arte sucede exactamente lo mismo. Hace pocos días, un amigo mío, que fue maestro de escultura, me explicaba: "No me interesaba que mis alumnos hicieran cosas bellas, sino que captaran el 'concepto'." Como los que lo escuchábamos lo miramos tan asustados, nos explicó que el "concepto" consiste en el desarrollo de este axioma: "El arte de una época debe corresponder al pensamiento de la misma." Lo que a primera vista parece una platitude, resulta –después de reflexionar– una afirmación compleja para todo el que no esté armado de una ignorancia supina, y en manos de un maestro decidido corresponde a este otro axioma: "El arte de una época debe corresponder a lo que a mí me dé la gana." Para un pintor de la Escuela Mexicana, el pensamiento actual es: "México... los pechos cobrizos de la madre mexicana... la frente joven que en sudor se moja, nunca ante otra más alta se sonroja México... al trabajo fecundo y creador... ciñe ¡oh, patria! tus sienes de oliva... etcétera." Para un pintor abstracto, en cambio, el pensamiento actual es: "¡Que viene la bomba! ¡que viene el bongó! bebamos, comamos y gocemos, porque mañana moriremos." Para un dramaturgo de "mensaje", el pensamiento actual es: "Estamos sitiados, estamos frustrados, mientras más solo está el hombre, es más hombre." Y así ad nauseam.
En la práctica, esta situación se convierte para el estudiante en un verdadero caos. A mí me sucedió. Por ejemplo: en primero de facultad (esto era hace diez años), Usigli empezó por hacernos leer El arte poética de Aristóteles, que es una de las lecturas más aburridas y más inútiles de que yo tenga noticia; y luego nos explicó, en unas cuantas clases y con una facilidad asombrosa lo siguiente: los griegos son los únicos clásicos verdaderos; la tragedia griega (la única tragedia) es el exponente más elevado y más perfecto de teatro que haya producido la humanidad; después de dos mil quinientos años, sus obras conservan una frescura extraordinaria. Eurípides es el primer romántico. (No sé por qué, pero este concepto llevaba implícito algo peyorativo.) Después de Eurípides, el teatro decae. Vienen los romanos, que no hicieron más que copiar mal a los griegos, y que produjeron una serie de tragedias sentimentales, y "poco teatrales", y una comedia de segundo orden, porque no se ocupa de los grandes temas de su tiempo. Así, hasta el Renacimiento. Shakespeare es romántico, pero el único romántico bueno, porque logró hacer un teatro de "caracteres". El teatro español in toto se va a la basura, porque no logró hacer un teatro de "caracteres". Molière es un genio, pero no puede traducirse. Quitándolo a él, el teatro francés es falso. Después de esta etapa más o menos extraordinaria, aparecen algunas figuras que logran salvarse de la mediocridad general, tales como Ibsen,... y así hasta nuestros días...
Para un estudiante las cosas se hubieran simplificado mucho después de esta "clave" de lecturas, si no hubiera sido porque contemporáneamente se nos impartían otras clases contradictorias, como la de don Julio Jiménez Rueda, que durante un año habló elogiosamente del teatro español del Siglo de Oro, o las de don Francisco Monterde, con su teoría de que en México aparecen los grandes dramaturgos a principios o a finales de siglo (así que no nos quedaba más que resignarnos) y de que Sor Juana se había adelantado en una de sus obras, no recuerdo cuál, en doscientos años al teatro de su tiempo... o trecientos, tampoco recuerdo. Marchand, al mismo tiempo, nos hablaba primores (en francés) de la piece bien faite, tan vituperada por Usigli, Bernand Shaw y los demás. De vez en cuando aparecían figurones corno Díaz Plaja, que entraba como elefante desbocado en el salón de conferencias, subía al estrado, y tomando un gis ponía una raya horizontal en el pizarrón, y después en cosa de un cuarto de hora despachaba la historia entera de la literatura y del arte en una curva sinuosa que tenía como eje la línea horizontal, y que significaba la tendencia dominante de cualquier momento histórico. Por ejemplo: 500 a. C. hacia arriba: por clásico. 200 a. C. hacia abajo: por romántico. 1500 d. C. hacia arriba: por renacentista (clásico). 1650 hacia abajo: por barroco (romántico).1750 hacia arriba: por neoclásico (clásico). 1820 hacia abajo: por romántico (romántico). 1880 hacia arriba: por naturalista (clásico). 1890 hacia abajo: por el Art Nouveau (que es un neo barroco). 1900 hacia arriba: por cubista (clásico). 1920 hacia abajo: por surrealista (romántico)... "A últimas fechas nos decía Díaz Plaja con el ritmo moderno de la vida, la tendencia cambia cada dos años de clásico a romántico y viceversa."
El resultado de este adiestramiento era que una niña, por estúpida que fuera, podía después de tres años de facultad opinar, autorizada y autoritariamente, sobre cualquier obra de arte, aun sin verla. (Sé de una tesis cuyo título provisional era: El horror, el terror y el pavor en la literatura universal.)
Pero el tiempo pasa, y las gentes salen de la facultad y se esparcen por el mundo como tabernáculos ambulantes, llevando junto a su corazón sus malas mañas.
En México cada artista tiene su "concepto", y el que no lo tiene es un superficial o un primitivo. Cuando le llevo a un director una obra, nunca tiene el [31] valor de decirme que no le gusta –que sería la verdad–, sino que me dice que al mundo en estos momentos críticos le interesa el sexo; que los personajes no son reales porque no tienen ideología propia (como si alguien la tuviera); que es muy negativa o que es demasiado positiva; que estoy escribiendo teatro estilo siglo XVI; que la obra no es buena porque es farsa; que no estoy en contacto con el pueblo, y por consiguiente no entiendo el dolor humano, etcétera.
Se dice que tal cosa es casi un vaudeville o que es una farsa o que cae en el melodrama –como si fuera bastante decir– y nadie se ocupa de explicar si es un buen vaudeville o una mala farsa que sería lo pertinente.
Ahora bien, nada más natural que si una persona escribe tragedias piense que la tragedia es el más elevado de los géneros dramáticos, y que si escribe farsas piense que todos los géneros son equivalentes; que si alguien pinta abstracto piense que los figurativos están equivocados y viceversa, lo que no es natural es que la crítica adolezca de la misma parcialidad.
Sea porque somos un pueblo joven, o porque así está el mundo, el caso es que hemos sustituido la función de apreciación artística, que requiere ciertas condiciones físicas y mentales, por la función de clasificación, que en resumidas cuentas no requiere sino el aprendizaje de ciertos slogans, y que permite abrirse paso en la sociedad, tener temas de conversación, ganar amigos entre los del propio partido y enemigos entre los del contrario, y hasta escribir tratados extensos sobre cualquier asunto relacionado con el arte.