Teatro
Job
De lucha y paciencia
Bruno Bert
"Hubo en tierra de Uz un varón llamado Job; y era este hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal..." pero a fin de probar lo que era obvio y aconsejado por Satanás, Dios quita a Job a su mujer y a sus hijos; a su fortuna y a su misma salud, para terminar devolviéndole todo duplicado al advertir que su piadosa fe continúa y que considera a su hacedor tan dueño de dar como de quitar, de acariciar como de golpear, sin que por esto se vea menoscabada en lo más mínimo su fe.
Tengo que confesar que la historia bíblica del libro de Job siempre me ha producido un harto rechazo y que no es la famosa paciencia del santo lo más cercano a mi propia sensibilidad. Claro que esto más allá del valor literario del texto, dado que se trata de un bellísimo poema de influencias orientales, y sólo por su tesis, que como alguien mencionó alguna vez, es una invitación a la fe heroica.
Héctor Azar ha montado en el CADAC Job, de Archibald Mac Leish, con la traducción de Salvador Novo; una pieza que indudablemente se basa en la leyenda bíblica, pero que queda recontextuada por la forma que le otorga el poeta norteamericano. Azar la menciona acertadamente como un auto sacramental de la vida contemporánea. El texto es denso y en muchos momentos sólo la habilidad de la puesta —simple, sin embargo, como todo lo bien elaborado— logra hacernos atractivo lo que supongo de no muy fácil tránsito en la lectura, no tanto por su complejidad, como por el espesor de las palabras, que se suman formando un cuerpo poético sustentador más de tesis que de imágenes, como corresponde justamente a un auto sacramental donde priva el carácter alegórico, que es una de sus características.
Esto no significa, sin embargo, que no existan algunas escenas donde las imágenes sean primordiales. Como el limpio momento de la comida, apenas sugerida la riqueza en los trajes y un par de candelabros, pero completa en sí misma; o la figura de la tragedia, y el mismo coro de las mujeres, con un vago aire clásico a pesar de los atuendos, tan acertados junto con las máscaras, en su cuchicheo de vagabundos y censores.
Los personajes de Dios y el Diablo están asumidos, como en un juego de cajas de representación, por dos vendedores ambulantes; el primero, naturalmente, de globos, y el segundo con unas lógicas palomitas, que cierran el trabajo regresando a sus primitivos oficios, abandonando las máscaras del Gran Teatro para continuar con su camaradería de cómplices como corresponde al doble juego de lecturas.
La postura del autor no coincide exactamente con su original milenario y su sesgo final humaniza lo que fue creación heroica dándole un traspasamiento social y un acercamiento crítico con una fina ironía teñida de cierta nostalgia que acentúa el apoyo musical.
A veces, al salir de la cuidada casona donde Héctor Azar dirige el CADAC, siento que el edificio mismo está impregnado por una sensación peculiar del tiempo, que no muy racionalmente me hace pensar en Proust, sobre todo en las páginas finales de El tiempo recobrado, donde el autor cristaliza en el valor de la obra la transferencia y la justificación de toda una vida, y vuelve a éste absolutamente personal y por ello trascendente. A este punto se vuelve molesto juzgar una puesta aislándola de la historia general de su autor: Job tiene mucho del Azar de hoy y de su trabajo de varias décadas en el campo de la cultura teatral mexicana que confluyen en esa vieja escuela y baluarte de sus ideas.
Luces, sombras, globos y máscaras en Job, de Archibald Mac Leish, puesta en escena de Héctor Azar. Teatro del Centro de Arte Dramático, A. C. (CADAC), Belisario Domínguez y Centenario, Coyoacán, tel. 554-9091; sábados, 19 y 21 y domingos, 18 y 20 horas.