Teatro
...De película. A México, con cariño
Pequeña historia de horror. Desface y desarticulación
Bruno Bert
En el teatro "El Galeón" se estrenó esta semana el espectáculo dé Julio Castillo ...De película que, conjuntamente con Grande y pequeño, la obra dirigida por Luis de Tavira, abre oficialmente las actividades del Centro de Experimentación Teatral del INBA.
Un mismo elenco trabaja en ambos espectáculos, demostrando tanto en uno como en el otro un interesante nivel profesional y un indudable entusiasmo que se contagia a sus personajes y se vuelca hacia el público que recibió muy cálidamente a las dos obras de contenidos, texturas y propuestas absolutamente distintas.
En el caso de ...De película, Julio Castillo construye un espectáculo a través del análisis del inconsciente colectivo mexicano en el lapso que va entre 1945 y 1968, tomando como ámbito único para la acción el interior de un cine de barrio y mezclando en él personajes de la realidad y de la fantasía, aquellos que emergen de la pantalla y aquellos que mitigan sus frustraciones a través de los actores de las películas. Personajes que se suceden y relacionan a través de los años manteniendo algunos de ellos una línea de continuidad, emergiendo otros como exponentes fugaces del momento que se va viviendo.
Tenemos así diversas tramas simultáneas: la primera, de las distintas vidas que se nos van mostrando, con sus conflictos generacionales y familiares, a través de los cuales vemos los sistemas de valores imperantes en el México del momento, la otra más amplia, que es el desarrollo del país en el mismo lapso, y, por último, el acontecer del mundo que se refleja no sólo en las modas y pensamientos de los personajes, sino también en la pantalla imaginaria de ese cine donde el público se emociona con la música de Glenn Miller, baila con Cantando bajo la lluvia y se horroriza con Psicosis o con los noticieros que nos llevan a los campos de concentración en Alemania.
La cronología no siempre es estricta, y el tiempo no tiene un desarrollo lineal, como no lo tiene en la mente de los hombres, en donde las acciones, los recuerdos y los deseos pueden asumir una lógica propia e interna, que es válida en sí.
El humor es un componente predominante para aquellos que pueden llegar a reírse de sus propias lacras y para el espectador que asume la crueldad de las acciones pero casi siempre en la doble posibilidad de reflexionar e ironizar sobre lo que está sucediendo.
La acción, con toda la complejidad de sus múltiples lecturas y con la multitud de personajes que se entremezclan permanentemente, está llevada con gran soltura y habilidad por Julio Castillo, que parece moverse no sólo con pericia sino con un gran afecto por ese tejido humano que, indudablemente, también hace parte de su memoria personal y que vuelca en esta Comedia humana con un trabajo de construcción donde además se advierte la participación de los propios actores, que seguramente aportaron lo suyo no sólo en el plano de la actuación sino también en lo que habitualmente llamamos construcción colectiva.
El espectáculo se cierra en la transición entre el hippismo y la matanza del 68 como una imagen contrapuesta entre dos polos que de alguna manera concluyen una época para abrirse a las contradicciones del presente, heredero de esa polaridad y con preguntas propias.
...De película dura alrededor de tres horas y tal vez la única sugerencia que podría hacérsele sería la de reducirla al menos en media, para concentrarla y pulirla como totalidad. Cosa nada imposible tratándose de una obra de experimentación.
En Grande y pequeño elogiamos la puesta, pero criticamos la política cultural que daba cabida a ese tema y al despliegue económico del montaje. Con ... De película no hay tal, y nos alegramos. Al César lo que es del César.
Pequeña historia de horror
Desface y desarticulación
Maruxa Villalta acaba de reestrenar Pequeña historia de horror (y de amor desenfrenado), en el Teatro El Granero del complejo cultural del Bosque, del INBA.
En el programa de mano hay una elogiosa introducción que Carlos Solórzano hizo a la publicación de esta obra. Personalmente respeto la erudición del maestro Solórzano y me preparé con el mejor de los espíritus para ver el trabajo. Pero poco a poco, a medida que se desarrollaban las acciones, mi voluntad se fue transformando en asombro y en el entreacto consulté nuevamente el programa con la esperanza de encontrar en él la clave que me permitiera reconducir mi desorientación y me bajara la luz de la comprensión. Fue inútil, ya que las letras escritas no coincidían en nada con lo que se me mostraba sobre el pequeño escenario.
El maestro Solórzano habla de la dificultad de convivencia en todas las latitudes de la Tierra, la imposibilidad de comunicación entre los individuos y el grupo, entre la unidad y la colectividad, y de la fácil transposición de estos conceptos, en la obra de Maruxa Villalta, para su lectura aplicada al México de hoy. Evidentemente suena no sólo interesante sino incluso profundo, y mucho más si el tema está tratado en clave de sátira, género que nos permite reír de lo horroroso pero también pensar sobre su trasfondo.
En Pequeña historia..., al menos en la puesta que acabamos de ver y suponemos la más fiel por corresponder a la misma autora, no sólo no hay mucho para pensar sino que no hay nada de lo qué reír. Los personajes son burdas caricaturas donde casi se pierde el original, que carecen de matices y de gracia y así, aquel que, aparentemente, debiera ser el más sugestivo e inquietante, la andrógina Tía Emily, es una amasijo de gestos vulgares y superficiales. Pero tampoco los otros tienen mucho para dar, ni el mayordomo que se vuelve payasesco e intrascendente, ni la protagonista femenina, exhibiendo un desnudo inútil en un personaje obvio, ni el "asesino" que se pierde en un fárrago de palabras interminables en un cuerpo rígido que está lejos de satirizar a sus homónimos reales del género detectivesco.
Tal vez ocurra que Maruxa Villalta sea mejor autora que directora, y el texto, desprovisto del trabajo de los actores, haya inducido al maestro Solórzano a ver e imaginar otras posibilidades que aquí no se encuentran en modo alguno.
Puede ser, ya que personalmente no leí un libro sino que vi una obra, lo que produce el inconveniente de no poder colocar la propia imaginación en el lugar en que está sucediendo la acción, ya que esta la sustituye y, al menos en este caso, no deja lugar a nada más.
En este sentido habría que tal vez intentar deslindar los resultados del trabajo interno, de la capacidad de los actores, ya que se les ve muy entregados y firmes en sus construcciones. Creo que es responsabilidad de la dirección el haberlos conducido a esa estructura final que ni los ayuda a ellos ni subraya lo mejor que pudiera haber en la obra escrita.
Sin embargo, Maruxa Villalta no es nueva en el oficio de dirigir, lo que me hace suponer que lo que vimos es justamente lo que ella quiso que viéramos. Y allí sólo cabe decir que no estamos de acuerdo ni con su concepción escénica ni con su forma de dirigir actores.