FICHA TÉCNICA



Título obra El relojero de Córdoba

Autoría Emilio Carballido

Dirección Héctor Mendoza

Elenco Francisco Jambrina, Raúl Dantés, Amparo Villegas, Ana Ofelia Murguía, Antonio Gama, Antonio Alcalá, Socorro Avelar

Espacios teatrales Teatro del Bosque




Cómo citar Solana, Rafael. "El relojero de Córdoba de Emilio Carballido, dirige Héctor Mendoza". Siempre!, 1960. Reseña Histórica del Teatro en México 2.0-2.1. Sistema de información de la crítica teatral, <criticateatral2021.org>



TRANSCRIPCIÓN CON FORMATO

Siempre!   |   30 de noviembre de 1960

Columna Teatro

El relojero de Córdoba de Emilio Carballido, dirige Héctor Mendoza

Rafael Solana

El segundo número del Festival Carballido, ha sido el estreno de El relojero de Córdoba, en el Teatro del Bosque,(1) cuando todavía nos dolían las manos de tan fuerte como aplaudimos Las estatuas de marfil, en el Basurto.

Esos estrenos del Bosque siempre resultan algo fríos, se conoce que los arquitectos, o Serret, o quien sea, reparten las mejores localidades entre personas que no se dignan aceptarlas, seguramente embajadores o ministros, y entonces se queda desierta la zona más ostensible de la sala; apenas como oasis se situó por allí don Celestino Gorostiza, rodeado de desolación por todas partes.

Precedió a la función de estreno una noticia luctuosa, que causó verdadero pesar a los cronistas teatrales abonados a las primeras filas; la del fallecimiento de una figura muy familiar en los estrenos y muy querida de todos los asiduos: doña Josefa, la anciana madre del periodista, que de tan generales simpatías goza, don Ángel de las Bárcenas; esta señora de avanzada edad ocupaba una butaca de primera fila en todas las inauguraciones; por primera vez esta noche no la veíamos, sabiendo que no era accidental, sino que no la veríamos nunca más. Y a muchos nos causó profunda tristeza.

Pero dejemos esto, y vayamos con la obra. La expectación que había por ella era grande. Ha sido editada ya, y la hemos leído algunos. Conocida en lectura, nos pareció estupenda; pero no dejamos de consignar, en nota oportunamente publicada que mucho nos temíamos que se tratara de una obra más para leerla que para representarla. Ahora íbamos a salir de dudas.

La verdad, para decirlo pronto, es que representada la obra de Carballido, nos ha gustado menos que leída, al revés de lo que pasa muy frecuentemente, la representación no aumentó valores a esta comedia, sino se los restó. Pensamos que de una cosa como ésta el principal responsable es el director, y contra él vamos.

Héctor Mendoza sacó la obra lenta. Tenía que serlo, porque tiene muchísimos cambios de escenario. Esto leído pasa en un fragmento de segundo; en la escenificación no dejan de perderse algunos minutos, por muy rápidamente que maniobren los tramoyistas. Mendoza tuvo la idea, a nuestro juicio nada afortunada, de imitar a Marcel Marceau poniendo unas viñetitas vivas, como barro de Guadalajara o como porcelana de Sevres, a anunciar el número de los cuadros por comenzar, variante, dijo Magaña Esquivel de la forma en que se anuncian los rounds en las peleas de box. Quizá supuso que esta pequeña visión distraería un poco al público y le haría más leves los frecuentes y no suficientemente breves intermedios; no se logró tal cosa sino todo lo contrario, las viñetas cansan, y dan al conjunto de la obra un cierto aire de amaneramiento y de pedantería además de que su quietud va envenenando poco a poco a los espectadores.

Tampoco nos gustaron las luces. Utilizó Mendoza las cenitales o unas cruzadas desde las cajas el efecto, que probablemente quiso ser novedoso no es feliz; los personajes quedan en penumbra, aunque algunas decoraciones lucen mucho, pues se ven más irreales que si recibieran la luz de frente.

Esto de las decoraciones... (2) pues claro que da gusto ver una obra bien montada, lujosa, pero como que da tristeza también calcular el derroche, con lo que se ha montado esta obra podrían montarse diez, tiene tanta ropa, tiene tantísima gente también. Es un lujo que hasta resulta ofensivo si se le compara con la indigencia en que tienen que desenvolverse algunas otras empresas teatrales.

Aquí sí se ve que el gobierno ha tirado el dinero, que ha proporcionado sin límite todo lo que era necesario, y muchísimo más. Ya veremos lo que recoge ese gobierno a cambio de esta siembra de miles de pesos.

Pero lo que más nos ha entristecido de la dirección de Héctor Mendoza es la superficialidad. La obra es preciosa, se dicen en ella cosas de muchísima profundidad, hay frases muy felices, momentos de gran autor. Con enorme sorpresa observamos que esos momentos pasan casi inadvertidos, que las mejores frases están dichas para adentro, de prisa y en voz baja, como para que no se noten, mientras se dedica el mayor énfasis a los bocadillos más triviales, a los chistes más baratos o a las escenas de regocijo más infantil. El cuadro mejor logrado es el del tianguis en el lugar del crimen, muy animado, muy jocoso, con unos graciosos cantantes vernáculos que entornan, lo más chistosamente posible un largo corrido. Esto es divertido, pero resulta baratón, revisteril, comparado con el tono literario de la pieza, que seguimos considerando excelente.

Fue lo peor de todo que Héctor Mendoza (¿o habrá sido Carballido en persona?) se dejó tentar por el demonio del aplauso fácil, y puso (o pusieron, si son cómplices) nuevos chistes (morcillas) que la obra originalmente no tenía, nada de ello muy novedoso ni muy inspirado, sino de mal gusto, y pobre. Indigno de personas del talento y de la altura (debe suponerse) de Carballido y de Mendoza.

Tampoco en la dirección de los actores acertó por completo Héctor. Lucha, a veces, con la longitud de ciertos monólogos, defecto que no se nota en la lectura; otras, con la inexperiencia de algunos artistas; cuarenta y cinco incluye el copiosísimo reparto (uno de ellos un asno) y ya comprenderán ustedes que no podían ser todas estrellas, hay mucha juventud principiante, hasta en los papeles de viejo. Por momentos esta abundancia de elementos incipientes da la representación un cierto aire de pastorela, de farsa estudiantil, de bufonada.

Aquí tienen ustedes un caso más de un espectáculo teatral que no resulta lo que uno esperaba, a pesar de que hay algunos excelentes artistas en el reparto, un joven director de mérito, un dineral, sin tasa, para decoraciones y para ropa, y hasta una obra magnífica que, a nuestro juicio, ha sido desvirtuada, tirada hacia la chacota y la bufonería y despojada en parte de su interesantísimo sentido, que en cierta forma la hace emparentar, según inteligentemente notó el crítico Fernando Mota, con Franz Kafka, aunque la verdad de las cosas es que hubo momentos con los chirigotas adicionales, como de coplas babilónicas, y con "el sueño" de don Leandro que se parece al garrolín de La corte de Faraón" en que más se piensa en el género chico español que en El proceso. ¡Qué lástima de obra!

De entre los intérpretes de El relojero de Córdoba, cuyo elevadísimo número ya dejamos anotado más arriba, se destaca muy notablemente, a nuestro juicio, don Francisco Jambrina, que sabe mantener su personaje dentro de límites de ponderación y de buen gusto, aunque por desgracia han sido puestas en su boca algunas de las morcillas más vulgares. Con el papel principal, el titular de la obra, carga Raúl Dantés, que sabe hacerlo con animación, y trata de vencer su natural tristeza y su opacidad habitual. Amparo Villegas hace muy bien su escena única, con mucha intención y mucho ángel, aunque exactamente en el mismo tono en que ha hecho todas las demás obras que le recordamos, desde La Celestina hasta Electra. Ana Ofelia Munguia(3) cumple perfectamente en un papel ingrato, que en nada le favorece. Antonio Gama, aunque lo anuncien con letras chiquitas, hace un papel tan importante como el de alguno de los de letras grandes, o más, y lo hace bien. Antonio Alcalá está explosivo en su pequeña parte. Socorro Avelar hace lucir, una vez más, su órgano vocal excelente.

No nos fiamos mucho, en esta ocasión, del regocijo popular, que no compartimos, por el estreno de El relojero de Córdoba; tuvimos la impresión de que mucho había en los aplausos y en las aclamaciones de amistad hacia el autor, pues no en toda la sala eran parejas esas manifestaciones. Nosotros seguimos admirando muchísimo la obra, una de las mejores de su autor, a quien tenemos en tal alto aprecio; pero preferimos leerla, sin lamentables morcillas, que verla representada, a tan altísimo costo y en forma tan poco satisfactoria.


Notas

1. 11 de noviembre. Emilio Carballido. Teatro, México, Fondo de Cultura Económica. p. 9.
2. El diseño de la escenografía y el vestuario estuvieron a cargo de Arnold Belkin. P. de m. A: Biblioteca de las Artes.
3. Probable error tipográfico pues se trata de Ana Ofelia Murguía. Idem.