Siempre!
| 14 de septiembre de 1960
Columna Teatro
Rentas congeladas de Sergio Magaña
Rafael Solana
Las primeras palmas para el teatro mexicano, en este año nuevo de los autores nacionales que fue el primero de septiembre, fueron para Sergio Magaña, que estaba estrenando en el Iris,(1) con la casa a reventar, con un llenazo impresionante, su primera opereta, Rentas congeladas, en el medio de la benevolente expectación de un “todo México” tocado en esta ocasión de simpatía y cordialidad para la obra del autor de casa.
Muy conocida era ya esta pieza, por las muchas lecturas que de ella hizo Sergio; el muchacho disfruta de general aprecio, porque tiene ángel y se sentían muchas ganas de aplaudirle.
Dividió Magaña su comedia musical en dos mitades, y de la primera puede decirse que fue un franco éxito. La trama gustó, interesaron vivamente las situaciones, respondió el público con su curiosidad y su comprensión a los problemas nacionales que en ella se plantean, reconoció algunos tipos, y aplaudió tan vivamente algún número (el de los pistoleros) que hubo que repetirlo.
En esta parte las canciones son preciosas; no estuvieron, por desgracia, todo lo bien cantadas que habría sido de apetecerse; pero se dio cuenta el auditorio de que había inspiración, musicalidad, gracia o emoción en ellas; ese número de los pistoleros, el del maquinista, merecen pegar, y el de la mujer liviana, hacer sensación; es una de las mejores canciones mexicanas que hemos oído recientemente, tan buena como la de un Ferrusquilla o la de un José Alfredo Jiménez, o la de un Cuco Sánchez.
Además de tener bellas canciones y gracia en el libreto, la obra tenía buenas actuaciones, un reparto pensado como para comedia, con actores de verdad, aunque no con cantantes de verdad (salvo Mario Alberto Rodríguez y Salvador Quiroz); la revelación de la noche, Sergio Bustamante, que además de ser un actor estupendo (cosa que ya probó en un Calígula inolvidable) resulta que baila bastante, y que canta un poquito. Para nuestro gusto también iba bien vestida(2) y bien montada la obra,(3) sin exagerado lujo, pero con mujeres muy guapas y con ropa colorida y vistosa. La primera parte de Rentas congeladas nos pareció un plausible éxito. Y no olvidemos a Sergio Magaña, el autor, que también hizo, con gracia un papelito pequeño.
Ya la segunda parte del espectáculo no fue lo mismo, y tendrán ustedes la bondad de dispensarnos que sobre ella pasemos como sobre ascuas.
Sergio Magaña es un gran autor, tiene muchísimo talento y ha de seguir dándonos muestras de ello, o en nuevos dramas de la fuerza de su magnífico Moctezuma II, o en obras de la talla de la soberbia pieza Los signos del zodiaco; o en comedias tan graciosas como Rentas congeladas, pero más parejas, mejor cuajadas.
No nos extrañaría que algunas de las canciones de Magaña se hicieran populares. A nosotros nos parecieron buenísimas.
La casa de la Santístima de Rafael Solana, dirige Luis G. Basurto
Al día siguiente del estreno de Sergio, el mero día primero, don Celestino Gorostiza, director general del Instituto Nacional de Bellas Artes y uno de los mejores escritores dramáticos de México, hizo la declaratoria de la inauguración del mes del teatro mexicano, con un discurso tan inteligente como generoso, tan agudo como estimulante y tonificante para nuestro teatro.
No tenemos copia de las palabras de don Celestino; pero podemos recordar algunos conceptos, tan atinados como estos:
Si en México no se representan más frecuentemente las obras de don Juan Ruiz de Alarcón, de Sor Juana Inés de la Cruz o de otros autores mexicanos excelentes, no es por defecto de esas obras, sino porque el público todavía no ha llegado hasta ellas. En este septiembre lo que se hará en realidad no será brindar ocasión al autor mexicano de ser más conocido, sino brindársela al público de conocerlo mejor, en beneficio de ese público y de la cultura nacional, pues ya tenemos muchos autores magníficos y que ya no son ignorados (y mencionó a algunos triunfadores de nuestro teatro, como Basurto, Cantón, Inclán, Magaña, Carballido, Luisa Josefina Hernández, y algunos otros, callando, por modestia, su propio nombre).
El discurso del señor Gorostiza, tan noble en su intención como bien logrado en su forma, fue aplaudido largamente por el selectísimo público que llenaba y colmaba la sala “5 de diciembre”.
Después de las palabras del director del INBA, se procedió a hacer el estreno mundial de La casa de la Santísima,(4) la comedia que inauguró oficialmente el mes dedicado al teatro mexicano.(5)
La impresión que produjo fue excelente, y los aplausos que la premiaron fueron largos y cordiales. Es cierto que el público estaba formado, al mismo tiempo que por las mejores gentes de México, los críticos más inteligentes, escritores y personajes, por amigos del autor, y aun por familiares, de tal manera que los aplausos para el comediógrafo y la comedia, si los hubo, descontémoslos, como hijos de la amistad o de la cortesía, pero tenemos que reconocer que los dedicados al director y a los artistas esos sí que no tenían ningún otro motivo que la admiración y el reconocimiento de un trabajo estupendo.
Luis G. Basurto, que es ya un director experimentado, con muchas horas de vuelo, tal vez en ninguna de sus direcciones había acertado como esta vez; será porque tomó esta obra con más cariño que ninguna, estándole dedicada, como lo está. No solamente movió con mucha soltura a sus personajes dentro del escenario y supo conseguir el ambiente de época y de la clase social que la obra requería, sino definió muy bien a los tipos psicológicamente, y los matizó con maestría, se compenetró de la obra, en su conjunto y en cada escena; en fin, acertó plenamente y fue el responsable principal del éxito que obtuvo la pieza.
En cuanto a las actuaciones, pocas veces se habrá visto un cuadro más parejo y más distinguido; podrá estar satisfecho el autor, de que para cada uno de sus personajes encontró o poco menos, el artista ideal. La obra fue pensada y escrita para doña Prudencia Grifell, expresamente, y ella la ha estrenado. Encaja en el personaje a la perfección, por supuesto; y dice con tan buena sombra, con tanto ángel y tan enorme simpatía personal, además de su habitual maestría de actriz; su papel, que se apodera de las voluntades de los espectadores, y hace amable lo que tal vez en otra intérprete no lo habría sido; está deliciosa y encantadora, como siempre, y más que nunca. Ella tiene su lugar aparte, como triunfadora de una obra en que ella es el casi todo, está siempre en escena, y es el centro de todas las intrigas. El aplauso que le fue rendido fue clamoroso.
Pero la obra no es de actriz solamente, sino de muchos actores. Hay cuatro primeros actores, por ejemplo, todos importantes, todos básicos; hubo por eso que reunir un reparto excepcional, que se logrará muy pocas veces (¿no exageramos si decimos que desde La huella no veíamos un reparto tan cabal?); por ejemplo, Ernesto Alonso, que es cabeza de su propia compañía, accedió, por cortesía al autor, a ir a hacer uno de los primeros actores; y lo hace de una pieza, impecable, ponderado, justo, con emoción y con duende, con un infierno interior que se proyecta hacia el público y con sus habituales sobriedad y buen gusto; don Francisco Jambrina, que es un artista eminente, pero no parejo, y que algunas veces ha estado desganado o descolorido en algunas obras, esta vez raya a gran altura, se compenetra de su personaje, que habla mucho, y es el más difícil y el más ingrato, y hace que se sigan todos sus compactos parlamentos con interés, sin perderle una sílaba; está magnífico. Mario García González supo caracterizar y definir muy bien su personaje, ruidoso y vulgar, contrastándolo con otros en la escena; está también excelente; sin embargo creemos interpretar el sentir de la mayoría del público si anotamos que de los cuatro principales actores el que se lleva la palma es Augusto Benedico, que dio una enorme profundidad anímica a su personaje, lo vivió con intensidad, le puso pasión y emoción; lo que él dice es lo que más hondo llega a la gente; quizá sea porque el papel se presta para ello; pero el caso es que obtiene Benedico uno de sus mayores triunfos.
Hay en la obra dos papeles de dama joven y los dos están excelentemente interpretados, uno por Yolanda Guillaumin, que es una joven y bella actriz en el principio de su carrera, todavía sin muchas tablas, pero mostrando ya posibilidades muy valiosas, y el otro por Malena Doria, que ya se dio a conocer en varios papelitos, pero en esta ocasión da su primer paso firme y definitivo por el camino del triunfo; también ella, como Benedico, o más que Benedico, puso emoción en sus escenas, las dijo con el alma y con el corazón, y logró conmover con ellas al público; la sinceridad y la emotividad de esta joven y linda actriz pueden llevarla muy lejos, sobre todo cuando, como en este caso, pone todo su empeño y todo su cariño en el desempeño de un personaje.
Otras dos actrices se lucen; Gloria García, que tiene pocas escenas, pero intensas, y que las saca en un tono levantado, fuerte, con mucha intensidad y con el requerido pathos, y Esperanza de Llano, que tuvo para el autor la gentileza de abandonar su propia compañía, de la que es cabeza, y su propio teatro, para venir a sumarse a este reparto espectacular; su papel es corto, pero ella consigue darle relieve.
Falta mencionar ya, solamente, a Antonio Gama, que presta vigor a sus dos importantes escenas, Antonio Alcalá, que aunque muy joven y con corta experiencia, luce figura, simpatía y comunicatividad, y Augusto Lavalle, que cumple con su cometido. Hay algunos comparsas, que no desentonan.
La escenografía no es lujosa, ni muchísimo menos;(6) pero ambienta y funciona. Los fondos musicales, muy bien escogidos.
Notas
1. El 31 de agosto. Leslie Zelaya y Julio César López. Sergio Magaña, catálogo inédito, México, CITRU, INBA, 1989.
2. El vestuario fue diseñado por Lucile Donnay. Idem.
3. La escenografía estuvo a cargo de Antonio López Mancera. Idem.
4. Original de Rafael Solana.
5. El primero de septiembre en el marco de los festejos del 50o. aniversario de la Revolución Mexicana. Teatro posrrevolucionario Ciudad de México. DDF-Escenología, México, 1997. p. 228.
6. Diseñada por Leoncio Napoles. Armando de Maria y Campos. 21 años de crónica teatral en México, 1944-1965, 2 vols. México, INBA-IPN, crónica del 4 de septiembre.