Siempre!
| 30 de marzo de 1960
Columna Teatro
Terror y miserias del III Reich de Bertolt Brecht, dirige Héctor Mendoza
Rafael Solana
Una grata velada deparó Héctor Mendoza a sus invitados al estreno de Terror y miserias de III Reich.(1) La postura en escena fue excelente; la dirección, muy atinada; las actuaciones, dignas de elogio.
El nombre de la obra era como para asustar a cualquiera; ¡hemos visto ya tanto acerca del asunto! Sobre todo, en películas, es algo que se presta a las exageraciones del peor gusto, y más de una vez se ha incurrido en ellas; pero Bertolt Brecht no es un autor adocenado; su gran talento le impidió incurrir en los lugares comunes en que muchos antes que él se han precipitado. No acudió, para esta obra, al tono heroico, sino a un medio tono lleno de contención, y que sin embargo es perfectamente capaz de dar a cada cuadro toda su emoción y toda su fuerza. Tomemos un ejemplo:
Hay un cuadro, de los nueve sin conexión entre sí en que se divide la pieza, que menciona la persecución a los judíos en la Alemania hitleriana. ¡Cuánto hemos visto, oído, leído, acerca de esto! Nos han sido contadas ya muchas escenas de horror; algunas de ellas macabras, sangrientas; pero Brecht no nos ha pintado un nuevo infernal campo de concentración, ni nos habla de alguna fábrica de jabón con grasa humana, ni vemos golpes, ni empujones. Vemos a una mujer hebrea que se despide por teléfono de sus amigas, antes de partir para Amsterdam. ¿Esto es todo? Sí; ¡pero qué fuerza tiene! ¡Qué intensa emoción! Hace más este cuadro, sin violencia, sin fuerza física, sin crueldad corporal, para entristecer y horrorizar al espectador, y para inducirle a odiar la discriminación racial, que lo que habría podido hacer una escena de muertos, de niños estrellados contra las paredes o de ancianos empujados dentro de un foso.
¿Y qué decir de ese magistral cuadro final, El espía, en que está atemperada por cierto melancólico humorismo una escena de miedo que también horroriza? ¿Y qué del cuadro La cruz de yeso que es otra pequeña obra maestra? Que habrían perdido mucho de su poder sobre el espectador si se hubiera cargado en ellos demasiado la mano; autor, artista, director, supieron todos contenerse dentro de unos límites tan justos, tan equilibrados, que no se puede menos que admirarles a todos. Y que dar a esta pieza, y a su representación, la palma sobre todas las obras que hemos conocido antes, y que han versado sobre un tema similar y que han tenido el mismo propósito.
Recomendamos sin reservas esta obra, y queremos disipar los temores de quienes imaginen, por el título, que van a pasar un rato desagradable; no, no van a escuchar propaganda política, sino a conocer una bella pieza literaria, muy bien escrita, construida con originalidad y con maestría por uno de los dramaturgos más importantes de nuestro siglo, el más importante entre los contemporáneos, en su idioma; y a tomar nota de un documento humano, transido de una emoción muy vigorosa, pero no desviado, violentado, o desquiciado por la pasión sectaria.
Héctor Mendoza, que tan brillante triunfo tuvo (y sigue teniendo, aquí y en otras partes del mundo) como autor de Las cosas simples, nos confirma ahora que también como director tiene un talento muy apreciable; no incurrió en ningún exceso, en ningún sentimentalismo de mal gusto, tampoco en ninguna jocosidad burda; es de una gran ponderación y de una inesperada madurez intelectual (él, es todavía una criatura), su trabajo en Terror y miserias del III Reich; para él un aplauso muy entusiasta; y otro para el escenógrafo, Alfonso Belkin,(2) que ha resuelto con simplicidad los problemas de la pequeña ambientación de cada cuadro, manteniendo un ambiente general y una unidad para toda la pieza.
Cada artista del reparto tiene que hacer varios papeles, unos mayores que otros; no hay “vedette”; la misma persona hace el estelar de un cuadro y saca la charola en otro, sometiéndose a una disciplina que da a la compañía el aire de muy modernamente organizada.
Sin embargo, como tiene que ocurrir, los buenos artistas brillan, sin que en nada les opaque el desempeñar papeles tan pequeños que incluso llegan a ser de utileros o de tramoyistas.
Excelente, magnífica, en su mejor noche, encontramos a Emma Teresa Armendáriz, que además de otros papeles más pequeños tiene el de la “mujer hebrea”, en uno de los cuadros más bellos. Sabe dar la señorita Armendáriz, que no es nueva en el oficio, toda la contenida emoción que ese cuadro tiene. Su acierto es completo.
También merece elogios Ana Ofelia Murguía, a quien habíamos perdido de vista en los últimos 12 años; ha cambiado mucho, físicamente, desde Como la primavera; ella tiene dos o tres pequeños papeles, que saca adelante, sin dejar nada que desear; luce, principalmente, en el cuadro con el que la función se cierra.
De los hombres, el mejor es Claudio Brook, actor ya perfectamente conocido de ustedes, y que muchas veces ha estado bien, principalmente en papeles de sajón en piezas policiacas; esta vez lleva media docena de personajes, dos de ellos muy importantes; y está en todos excelente; nos gustó también Antonio Medellín, que tiene buena figura y una bien educada voz, en el estilo de dicción de Nacho López Tarso, tan nítido; en Antonio Alcalá, también nuevo para nosotros, encontramos muchas cualidades estimables; Mario Orea tiene algunos papeles cómicos, en los que le acompaña Corona, a quien no recordamos, y la lista de actores se completa con el niño René García Azcoitia, que nada deja que desear en su personaje.
Muy entusiastamente aplaudimos Terror y miserias del III Reich, y la recomendamos en la más amplia de las formas.
Notas
1. En el teatro Orientación. P. de m. A: Emma Teresa Armendáriz.
2. Se refiere a Arnold Belkin. Idem.