Siempre!
| 3 de febrero de 1960
Columna Teatro
Inauguración del teatro de la Universidad con Despertar de primavera de Frank Wedekind, dirige Juan José Gurrola
Rafael Solana
La Universidad Nacional Autónoma ya tiene un local teatral propio;(1) ya tenía, desde hace pocos años, todo lo demás que se puede llamar teatro; le faltaba el casco, el lugar, y había ido a salto de mata por diversos grandes y pequeños coliseos capitalinos; ahora no necesita ya salir de sus propios terrenos para ofrecer espectáculos teatrales; nada tiene ya que alquilar o pedir prestado, pues ha inaugurado su propia casa dramática, en los terrenos del Pedregal.
El lugar resulta remotísimo; queda, calculado el tiempo, a la mitad del camino de Cuernavaca. Hay que salir de México con luz del día para llegar a tiempo a una representación nocturna; pero a todo se acostumbra uno; también el teatro de los Insurgentes, cuando se inauguró, fue considerado muy lejano.
Se trata de un vasto local; no es un teatrito de bolsillo, sino una sala bastante amplia, en el escueto y moderno estilo del teatro del Bosque o de la Sala Chopin, sin palcos, sino con solamente lunetario; nos dicen que el número de las butacas es de 450; la decoración es simplista; sin embargo, aunque no es elegante, ni acogedor, sino solamente funcional y más bien frío, el teatro tiene cierta comodidad, y una buena acústica; también su visualidad, en circunstancias normales, es buena.
Pero las circunstancias de la noche del estreno no fueron normales. Fueron extendidas invitaciones en número muchísimo mayor que el de los asientos; cuando los invitados llegaron, pocos minutos antes de la hora anunciada para el estreno, ya todas las butacas estaban ocupadas, suponemos que por estudiantes, o por otras gentes madrugadoras; sólo quedaban unas pocas, al frente; don Celestino Gorostiza quiso ocupar una de ellas, y lo levantaron los mozos, diciéndole que eran “para las autoridades”.
Le falta todavía a ese teatro una fase final para su madurez y su perfección, que era el uruchurtamiento; el teatro todavía no estaba uruchurtizado, y por lo tanto todavía no era del todo habitable; todavía se permitía fumar, lo que no tardó en hacer la atmósfera irrespirable para alguna parte del público; se permitía también ocupar los pasillos y las escaleras con sillones adicionales, o con los cuerpos de quienes no alcanzaron asiento; un número de personas igual al de las sentadas, por lo menos, se distribuyó en lugares no apropiados, y ni comió ni dejó comer, ni vio ni dejó ver, ni oyó ni dejó oír; lo único que se podía hacer a pleno pulmón era oler; el sudor, o cualquier otra fragancia, de la gente en esta forma acumulada, hizo el aire tan denso, que llegó a agradecerse, como el más soportable el olor de las colillas pisadas. Tampoco se comenzó a tiempo, sino con muchísimo retraso; no había inspector uruchurtiano que reclamara.
Aunque en realidad las palabras “inauguración de teatro” y “Uruchurtu” parecen contradictorias, pues “Uruchurtu”, piensan algunos, es vocablo vascuense que significa justamente “clausura de teatro”; y hay quien cree que más vale teatro abierto, aunque incómodo, pestilente y retrasado, que teatro cerrado, limpio, aireado y con muchas salidas de emergencia; es cuestión de opiniones.
Antes de que don Nabor declarara solemnemente inaugurado el Teatro de la Universidad se hizo notar al público allí acorralado que era un acierto haber encomendado la función de estreno al de más talento entre todos los jóvenes directores, Juan José Gurrola, que empezó como actor universitario y ahora dirige. Gurrola no es ya un desconocido para quienes siguen de cerca los avatares del teatro experimental y universitario, y se ha hecho premiar por los críticos, muy recientemente.
El joven Gurrola es uno de los directores más modernos de México, todo lo que hace tiene un aire de la mayor modernidad; desde los programas, pasando por la selección de obras, la decoración, el movimiento escénico, la iluminación. Todo es allí de última moda. Y eso tiene clientela.
Nosotros no tenemos de la moda una opinión particularmente respetuosa; pensamos que es la modernidad una cualidad de orden secundario; otra cosa es la novedad; la novedad, es decir, la originalidad, tiene una gran importancia, es una de las dos piernas sobre las que caminan las ciencias y las artes; es la pierna que avanza; la otra, la tradición, la conservación, es la pierna que sostiene el peso, la que proporciona la estabilidad; pero modernidad no siempre quiere decir originalidad o novedad; en todo caso, no en renglones importantes o significativos; y en el teatro tal como lo hace Gurrola no hemos alcanzado a distinguir sólidos valores novedosos, destinados a ser permanentes; no encontramos grandes hallazgos; no hallamos ni innovar ni renovar; las cosas más tienen aire de nuevas que verdadera pujanza renovadora; como en las modas; sí, es cierto que todo se ve muy moderno, las luces y la decoración; pero... ¿no estará todo en detalles superficiales? ¿No está a veces esa modernidad en el retorno, pasajero, por moda, de cosas ya probadas alguna vez, y que no siempre demostraron su necesidad o su acierto? La falta de decorados, por ejemplo, ¿es nueva? ¿No se probó ya muchas veces? Bueno... da aire de modernidad, aunque no sea ningún hallazgo actual.
Ni siquiera la obra Despertar de primavera, de Frank Wedekind, es nueva, sino solamente “a la moda”; ya los mismos universitarios hicieron antes cosas así (La hermosa gente, de Saroyan, era de esta cuerda, y nuestro Héctor Mendoza se había adelantado con unas Cosas simples que, si ustedes nos perdonan el atrevimiento, nos parece estar mejor que Despertar de primavera, y dispensen si hemos dicho alguna barbaridad).
Lo bueno del teatro universitario, y de Gurrola, y de Gastón Melo, el actor principal, y de los demás actores, es que están aprendiendo, están adquiriendo experiencias, y que cuando maduren y tengan asiento, y comiencen a preferir lo sólido y lo estable sobre lo moderno, lo apantallador y lo vistoso, tendrán una preparación, una carrera hecha y figurarán entre los mejores hombres del teatro mexicano; serán para entonces distintos de como son ahora; y creemos, mejores.
Están haciendo un noviciado, y lo están haciendo brillantemente.
Notas
1. Su nombre oficial era Teatro de Arquitectura y fue inaugurado el 19 de enero. P. de m. Biblioteca de las Artes.