Siempre!
| 27 de enero de 1960
Columna Teatro
Cada noche muere Julieta de Federico S. Inclán, dirige Xavier Rojas
Rafael Solana
El primer estreno mexicano del año ha sido un enorme éxito.(1) La Sala Chopin estaba completamente llena; había gente parada, o sentada en las escaleras y en el suelo; felizmente, no se enteró de nada de esto el licenciado Peredo, que habría mandado clausurar el teatro a menos que se le explicara que esa gente no había pagado boleto, sino era el gremio de los camarógrafos; pero aun así, el peligro de los sellos era eminente.
Estaba el “todo México” de estos estrenos (que no es todavía el de los del Insurgentes), es decir, críticos, columnistas, autores, actrices, directores, actores; y, además las familias del autor y algunos actores, y una porra de Gálvez, el actor principal, que funcionó como claque [sic] y desde muy al principio de la representación hizo a la sala entrar en calor, riendo de muy buena gana y aplaudiendo algunos bocadillos.
Conocíamos ya la obra, y la teníamos por buena; pero una feliz interpretación la ha hecho subir; el escenógrafo (por supuesto, David Antón) supo crear un ambiente apropiado (realista en los dos primeros actos, poético en el último) y la dirección atinadísima de Xavier Rojas imprimió un ritmo sostenido y un tono amable a toda la interpretación, salvando con gran habilidad ciertos escollos presentados por el libro. Bueno, se tenía derecho a esperar una gran función; los críticos acababan de decretar que ese autor es el mejor autor, que ese director es el mejor director, que ese actor es el mejor actor, que ese escenógrafo no es el mejor escenógrafo solamente por causa de los estatutos, que prohíben que se le premie todos los años, y que ese actorcito joven es toda una revelación; sólo faltaban por premiar las mujeres (¡y qué bien habrían estado María Douglas y Kitty de Hoyos en esos dos papeles, por cierto!); pero era lo que se llama un reparto estelar, de arriba abajo; había en el escenario laureles como para acolchonarlo.
El ingeniero Fritz Schroeder, que ya firma orgulloso con todas las letras de su apellido (que son bastantes) y no tímidamente con el materno, como hizo al principio de su carrera, cuando no las tenía todas consigo, está en el apogeo de su talento dramático; ha adquirido ya una soltura que es verdaderamente maestría para el manejo y la creación de sus personajes y para la resolución de todos los problemas escénicos; todos sus personajes tienen vigor, personalidad, dibujo propio; sabe el autor qué quiere, para qué los quiere, cómo los quiere; los lanza a escena con una firmeza y una seguridad que sólo tienen quienes han aprendido a dominar todos los secretos del oficio; los hace entrar y salir en forma necesaria, y ninguno se parece a otro, pues todos tienen muy bien recortado su perfil. El director quiso en esta ocasión subrayar uno de los aspectos de ellos, arrojarles una luz más viva por el lado humorístico, que es con frecuencia el que más vivamente resalta; pero tiene otros; tienen lado poético, lado tierno, además del irónico o caricaturesco; ha hecho Federico Inclán esta vez, como ya antes muchas otras veces, una obra excelente; la preferimos, desde luego, y con mucho, a la que acaba de serle premiada como la mejor comedia mexicana del año pasado, Detrás de esa puerta.
Con ser una obra vigorosa y perfectamente bien hecha, no es impecable; creemos que tiene un lado flaco, y lo encontramos en los discursos, especialmente en el del tercer acto que se llama “testamento”; el ingeniero no tenía ninguna necesidad de incurrir, en esa escena, y un poco en algunas otras, en cierta ingenuidad y en cierto mal gusto, en que cae con estos desahogos; si verdaderamente ese personaje es tan quijotesco, tan idealista, y desprecia tanto el éxito de taquilla y el dinero (el Sancho de la pieza está representado por un millonario), creemos que pudo tener don Fritz la elegancia de no sucumbir a esos excesos verbales en que se convierten sus lamentos y sus diatribas contra todo lo que tiene ese éxito; parece como si le doliera a don Federico, como si lo envenenara y lo requemara, el que el vodevil, o el astrakán, tengan éxito; como si en vez de despreciarlo lo envidiara; las embestidas contra lo afrocubano lo d´alarconesco son de mal gusto; habría sido más elegante evitar esas parrafadas; y, nos preguntamos, ahora que ya se desahogó el ingeniero, y gritó su protesta ante el público de estreno, que es el que puede interesarse en eso, ¿no sería bueno meter un poco de tijera y quitarle algo de esos sermones a la pieza, en beneficio del público de las demás representaciones, que no va a que lo aleccionen y a que lo regañen, sino a ver una buena pieza de teatro? Nosotros pensamos que ganaría mucho la obra si esa poda se le hiciera; y el personaje dejaría de parecer amargado y adolorido por los triunfos ajenos, y sería de este modo más fino y más digno, como quisiéramos que fuera... después de todo, es el que en esta obra representa al autor... y al autor así lo preferiríamos...
El actor que interpreta a ese personaje, a ese director escénico que por momentos se parece tanto a Seki Sano que llega a suponerse que el pleito con Kity de Hoyos era solamente propaganda para el estreno de esa obra, es José Gálvez, el mejor actor (ex aequo con José Baviera) que vio México en 1959, según una atinadísima elección de los críticos. Gálvez está brillante, y su porra lo aclamó con ovaciones cuajadas de bravos y de vivas; pero... ¿no piensan ustedes que ni siquiera tocó una de las facetas de su personaje? La parte irónica, la parte caricaturesca, cómica, incisiva, la gesticula y la vocifera muy bien, con esa voz muy fuerte y muy clara que le pertenece; pero... ¿y la parte poética?, ¿y la parte romántica? Esa fase la descuidó un poco. Es cierto que el autor exigía demasiado; imprimir un encanto romántico a un personaje que se pasa la función haciendo críticas amargas y exhibiendo una egolatría rayana en la insania, y muy frecuentemente en la amoralidad, era probablemente más de lo que se puede pedir a cualquier otro actor. ¿Quién habría podido cubrir con igual acierto los dos aspectos de este “Arniche”? Buscamos, y no podemos encontrarlo.
Nos anunciaron la presentación de una nueva actriz; nos dieron la sorpresa de presentarnos, en realidad, a dos; porque si es verdad que a Reina Montes no la habíamos visto nunca, podemos decir que a Graciela Nájera tampoco; o si la hubiéramos visto, no nos acordábamos; al ver su nombre en el reparto muchos supondrán que su papelito es corto; y es un papelazo; es el tercero en importancia, en la pieza, y casi iguala en importancia al de la joven, y tal vez lo supera en dificultad; Graciela Nájera verdaderamente nos pareció una revelación, al asumir este personaje fundamental, de clarísima primera actriz (que no habrían desdeñado las más famosas de nuestro teatro) y al resolverlo con una constante perfección; tal vez parezca a algunos que por momentos la señorita Nájera sigue mucho los pasos de Tana Lynn ( que no son malos pasos, pues es una actriz excelente) y hasta a ratos los de Kitty ( que también son buenos pasos); pero es innegable que, si bien todavía no podemos encontrarle una personalidad propia muy claramente definida, Graciela parece encaminada a convertirse rápidamente en una de las estrellas de nuestro teatro; desde luego, su actuación en Cada noche muere Julieta es la sorpresa de la noche, y tal vez la mejor de toda la representación.
Reina Montes baja un poco en escena de como luce en la calle; sus bellísimos ojos claros casi no se vieron, y el pelo negro la endureció un tanto; su belleza disminuyó bastante; en cuanto a su actuación, la sentimos insegura al principio; su voz era apenas audible; quizá la nerviosidad de una presentación ante un público en el que estaban todas las fieras fue muy grande, en el primer acto; luego fue dejándose dominar por el personaje, y se fue levantando; encontramos en ella una gran emotividad; transmite sus emociones al público, y eso es mucho; no es una actriz fría. Dio enorme encanto poético a su Julieta, una Julieta sin Romeo, como llamó Xavier Villaurrutia a la que Norma Shearer hizo en el cine al lado de Leslie Howard; toda la parte poética de la comedia recayó sobre la señorita Montes, que se quedó sola en este aspecto, tan importante, de la obra de Inclán, mientras todos los demás artistas se dedican a buscarle las cosquillas al público, a tratar de hacerlo reír, con preferencia a cualquier otra cosa.
Una buena actriz, la señorita Montes, a la que esperan muchos papeles en México, si decide continuar su carrera entre nosotros.
La otra actriz en la pieza es Magda Donato, a quien ustedes conocen perfectamente bien; todos sus bocadillos son incisivos; va poniendo ella un subrayado cómico a los parlamentos ajenos, y no tiene mucha personalidad propia; es el suyo un personaje secundario, que sabe sacar con su maestría habitual, y con su gran simpatía; y los otros dos actores son Fernando Luján (uno de los hijos de Ciangherotti, que no usa ese difícil apellido tal vez para que no se diga que intenta hacer valer el prestigio de su padre), que es muy simpático y tiene muy buena sombra escénica (su personaje es secundario también), y Manuel Zozaya, que en forma muy discreta dice las líneas de la pieza a la que le ha tocado caracterizar en esta maquinaria cómica. No luce en forma particular, pero tampoco desentona.
El director, Xavier Rojas, ha llevado su nave a buen puerto; supo escoger de entre los ángulos que le ofrecía la pieza el que más puede garantizarle el éxito de público, ya que no pudo hacerlos lucir todos en forma pareja; escogió el lado cómico, y consiguió hacer que la pieza camine a muy buen paso, con un ritmo vivo (salvo en la escena del testamento, que pesará siempre, mientras no se le haga una poda enérgica). Logró Rojas una combinación de 90 por ciento de risa con cinco por ciento de ternura y cinco por ciento de filosofía; quizá esa sea la proporción que prefiera el público, que, desde luego, se ha mostrado encantado con Cada noche muere Julieta.
Notas
1. 14 de enero. P. de m. A: Biblioteca de las Artes.