FICHA TÉCNICA



Título obra Debiera haber obispas

Autoría Rafael Solana

Grupos y Compañías Compañía de Luis G. Basurto

Elenco Anita Blanch, Lucha Núñez, Carmen Sagredo, Héctor López Portillo, Enrique Díaz Indiano, Arturo Soto Ureña, María Rubio, Raúl Ramírez




Título obra Un macho

Autoría Edmundo Baéz

Dirección Fernando Wagner

Elenco Noé Murayama, Leonor Llausás, José Gálvez, Marianela Peña, Magda Monzón, Che Quintero, Camacho (el Mago)

Espacios teatrales Teatro Virginia Fábregas




Cómo citar Solana, Rafael. "Un macho de Edmundo Baéz, dirige Fernando Wagner (continuación)". Siempre!, 1959. Reseña Histórica del Teatro en México 2.0-2.1. Sistema de información de la crítica teatral, <criticateatral2021.org>



TRANSCRIPCIÓN CON FORMATO

Siempre!   |   16 de diciembre de 1959

Columna Teatro

Un macho de Edmundo Baéz, dirige Fernando Wagner (continuación)

Rafael Solana

Ahora hablemos de la dirección y de las interpretaciones de Un macho, la obra con la que se ha inaugurado este año la temporada de la Unión Nacional de Autores.(1)

Fernando Wagner, creemos, se ha atenido a las indicaciones del texto, para su dirección; lo han criticado mucho, y le han señalado algunos errores; pero pensamos que Wagner esta vez se ha limitado a mostrarse, como debe hacer siempre un buen director, respetuoso del texto puesto en sus manos. Nosotros tenemos la creencia de que en el teatro lo principal es el autor, y de que todos los demás elementos, director, actores y actrices, escenógrafos, electricistas, deben tener como preocupación principal servirlo, ajustándose siempre a la creación literaria y no tratamos de modificar o de enmendarle la plana. Wagner dio a la obra el tono que tiene, hizo vivir en ella a los tipos que el autor creó, y resolvió los problemas, si a eso se le puede llamar resolver, en la forma indicada en las acotaciones.

Los actores también siguieron respetuosamente el texto, y encarnaron con exactitud los personajes imaginados por el dramaturgo. Noé Murayama, que se puso un colchoncito para parecer barrigón, se metió dentro de la creación del comediógrafo y le dio cuerpo; podría tachársele de estar monocorde, insistente, lineal; pero en vano se buscaría en el papel ocasión de romper esa monotonía, pues el personaje está inflexiblemente sostenido. Las que podrían haber sido escenas de ternura, las de la madre, en el final de primer acto, tienen lugar en medio de una de las muchas pavorosas borracheras del personaje, y entonces están tan teñidas de alcohol como todo el resto del papel. Para Noé Murayama no podrá ser esta obra el triunfo consagratorio que él esperaba; el público se fatigó con la reiteración de su ebriedad y de sus balaceras, y no lo tomó todo lo en serio que habría sido de desearse; pero nada de eso ocurre por su culpa.

Leonor Llausás, en el papel de Juana ("Chema y Juana", dijo el sarcástico Julio Monterde que debería haberse llamado la obra, o "El Cancionero Picot") sufrió lo indecible, y lloró tan amargamente como suelen llorar las heroínas del mismo autor en las películas; se vio guapa, y se salió del tipo que generalmente prefiere hacer (y que ha hecho ya en películas de Báez, en Talpa, por ejemplo); sonó convincente, y el público tuvo en consideración, para juzgarla, que su papel es de los que en el argot teatral se llaman "huesos". Por su parte José Gálvez, el tercer personaje, esta vez tocó una nueva cuerda de su extensa gama: la de la discreción, que era casi la única que no le conocíamos; o ha estado admirablemente simpático, o ha estado odioso, o rematadamente mal, como estuvo hace poco en La rosa tatuada; pero discreto, no lo habíamos visto estar; como que quiso llamar poco la atención; y lo logró.

De entre las segundas partes, pensamos que exageraron en el subrayado de sus encantos personales las actrices Marianela Peña y Magda Monzón, a quienes se visitó como para Cada quien su vida, cuando todo el resto del personal estaba vestido para Allá en el Rancho Grande; Che Quintero (Pedrito Pobre, hasta la noche anterior) cumplió decorosamente con su papel de gendarme, y Camacho (el Mago) hizo muy bien el suyo de "otro macho"; todos los demás artistas, y son muchos, incluyendo mariachis, bailaoras y hasta un niño que no habla, pero llora por nota, cubren sus particellas sin dejar nada que desear.

La dirección y la actuación fueron, pues, irreprochables, y, como dijo el autor, si la obra fracasó... no será por culpa de ninguna de esas personas.

Sabemos que Edmundo Báez ha tomado con mucha filosofía oriental (que recientemente adquirió en China) las bajísimas entradas de su obra, y que Robledo, el organizador de la temporada, tampoco se ha hecho mala sangre por ellas, Después de todo, para eso está la Unión de Autores, para poner las obras que los empresarios comerciales no pondrían.

Actuación de Anita Blanch en Debiera haber obispas de Rafael Solana

Fuimos una de estas noches a ver a Anita Blanch en la comedia Debiera haber obispas, que Luis G. Basurto ha repuesto en su teatro, con éxito de taquilla mucho mayor que el esperado (que por lo visto debe de haber sido muy poco).

El papel de Matea lo hemos visto antes a otras actrices entre las cuales la excelsa doña María Tereza Montoya, para quien fue escrito; así como las actrices tienen que ir cambiando y ajustándose a los diversos papeles que hacen, así también los papeles sufren modificaciones y matices y se ajustan al temperamento y a la personalidad de los diferentes artistas que los interpretan. La interpretación que Anita Blanch hace de Debiera haber obispas es distinta de la que han hecho antes otras actrices; pero no inferior; ella derrocha simpatía, gracias, en ese papel, como en todos los otros que ha hecho a lo largo de los últimos treinta y tantos años. Lucha Núñez y Carmen Sagredo hacen los papeles que estrenaron, y que han hecho casi siempre (aunque en alguna gira a California Eva Calvo sustituyó a Lucha); cada vez los hacen mejor; se siente que les han tomado cariño, y los han ido enriqueciendo y perfeccionando; ahora los bordan; Lucha, sobre todo, no pierde ocasión de adornar el suyo con gestos apropiados y con actitudes que vienen al caso; este es uno de los papeles en que mejor ha estado la señora Núñez.

Ahora hace Héctor López Portillo el papel que estrenó Felipe Montoya, y que Héctor ya hizo mucho en giras, el de obispo; lo hace muy bien; tal vez a veces lo habla demasiado de prisa, pero siempre con muy buen humor, con mucha gracia; también éste es, creemos, uno de los aciertos más felices de López Portillo en toda su carrera.

El papel que estrenó Héctor, ahora lo hace Enrique Díaz Indiano, a nuestro juicio, perfectamente bien, inmejorablemente; y el que estrenó Fernando Mendoza lo está haciendo, con derroche de vis cómica y de buena sombra, Arturo Soto Ureña, que le da un carácter completamente nuevo, y muy eficaz, pues mantiene al público en una hilaridad constante.

María Rubio hace ahora, chistosamente, el papel escrito para Emma Fink, y Raúl Ramírez acierta plenamente en el papel del político, que le viene muy bien; está espléndido de tipo, de voz, de actitud y de carácter, y su actuación será irreprochable el día, si llega, en que memorice bien sus líneas, con las que en las primeras noches, por falta de ensayos, ha tenido algunos tropiezos.

Nos pareció, en resumen, una excelente interpretación, digna del aplauso que cada noche cosecha, la que la compañía de Luis G. Basurto está haciendo de la comedia Debiera haber obispas, que ojalá pueda sortear estos días difíciles de fiestas y posadas y llegue a buen puerto, durante la breve permanencia que le ha sido prescrita en la cartelera del moderno y cómodo teatro de la avenida Thiers.


Notas

1. Se estrenó el 27 de noviembre en el teatro Fábregas. P. de m. A: Biblioteca de las Artes.