Siempre!
| 18 de junio de 1958
Columna Teatro
Inauguración del teatro Orientación con El canto de los grillos de Juan García Ponce
Rafael Solana
Si un teatro se inaugura dos veces, parecerá que se han inaugurado dos teatros... y si se dicen dos discursos de inauguración, parecerá que se han inaugurado tres; cuando se inauguró el Orientación,(1) nombre que se dará de noche al teatro que de día se llama de El recreo en la Unidad del Bosque, en Chapultepec, dos personas aparecieron delante del telón para pronunciar discursos oficiales; la primera dijo que “el licenciado Álvarez Acosta se había dignado conferirle el desde luego inmerecido honor”, y la segunda que a ella ese honor se lo había conferido no solamente el licenciado Álvarez Acosta, sino el licenciado Ceniceros, que es más; la primera persona, un distinguido académico de la lengua, con un modelo de seda azul turquesa que ya le tenemos muy visto, produjo un discurso bellamente escrito; la segunda, la actual jefe del departamento de teatro de Bellas Artes, en ausencia de Celestino Gorostiza, uno un poco picoso y que molestó a algún devoto del ídolo de nuestro teatro, que es Usigli (molestó a Basurto); el maestro Novo no dejó de incensarse a sí mismo un poco, recordando su actuación en la prehistoria de nuestro teatro, hace ¡ay!, tan grande número de años que le temblaba la voz al decirlo; Conchita Sada no se incensó menos, y nos hizo notar que ella ha sido, lo que es cierto, paladín y apóstol del teatro, desde años antes de que lo fuera Novo. Un interesante torneo de autoelogios que el público aplaudió con cortesía, en espera de que se levantara el telón para conocer al fin la obra premiada a Juanito García Ponce en el concurso de la ciudad de México, El canto de los grillos.
Desde luego, la pieza pareció mucho menos mala que la que se estrenó en el Seguro Social, La feria distante,(2) del mismo autor, y que había sido escrita posteriormente; también es posible que influya mucho en esta impresión la discreta postura en escena esta vez, con su correcta dirección y sus cumplidas interpretaciones; a La feria contribuyeron a hundirla director, escenógrafo y actrices; pero tampoco puede decirse de El canto de los grillos que sea una joya; es una copia más, otro ejemplar, de la gran serie de las piezas luisapepinistas, que son como el vidrio de Carretones; aunque tengan ligeras diferencias pertenecen a la misma edición, están cortadas por el mismo molde; la profesora universitaria que ha dado su nombre al movimiento (no es movimiento, es estancamiento) parece como si no nada más enseñara a sus alumnos la técnica de la dramaturgia, lo que es plausible, sino que les exigiera que, como ella hace, no se salieran de un solo argumento. Como los pintores del Renacimiento pintaban madonnas, muy parecidas entre sí, igual los alumnos de Luisa Josefina tratan todos el mismo asunto: las ganas que tiene de irse de un pueblo de provincia, alguien que al fin no se va.
Esta es una leyenda que ha hecho la señora Hernández, y que sus alumnos creen a pie juntillas; pero no tiene una exacta correspondencia con la realidad; no en todos los pueblos ni en todas las ciudades de provincia está la gente ahogándose y ansiando venir a la capital; hay ciudades provincianas cuyo crecimiento es muy rápido, en las que abundan las oportunidades de trabajo y de vida; pero en fin, consideremos esta obsesión, o esta manía, de la señora Hernández y sus discípulos como un tópico que aceptamos; piezas de mediocres, fracasados e indecisos que quieren salir de su agujero y no lo logran, como hay en la literatura francesa, a fines del siglo pasado, toda una época en que todas las obras tratan de las desavenencias de un matrimonio (de ménage) o en la cinematografía americana películas que tratan de un hacendado que quiere apoderarse de las vacas de su vecino, o en el cine mexicano cintas que tratan de un papá que no quiere que su hija se case con el hombre que le gusta...
El primer acto de El canto de los grillos es completamente luisapepinista, y es moroso, lánguido; el tercero vuelve a ser esencia de luisapepinismo; todo el mundo baja la cabeza, no pasa nada, quedamos donde estábamos al empezar, como en Los frutos caídos o en Botica modelo o en Los sordomudos; ha venido alguien de fuera, a revolver un poco el agua... ese alguien se va, y todo vuelve a estancarse y a aplacarse... esta es la pieza de Juanito García Ponce... y estas son las piezas de la misma escuela.
Pero el segundo acto divirtió al público, le hizo reír, lo despertó de su letargo; es que ese acto no es tan luisapepinista como los otros, sino que es eminentemente carballidiano; asainetado, pintoresco, con buen humor, parece más inspirado en Rosalba y los Llaveros que en las tristes y deprimentes piezas de la señora Hernández. Si han los jóvenes de seguir a un maestro, más nos divierte que ese maestro sea Carballido, que es desde luego mejor comediógrafo que su compañera la maestra Hernández. En ese segundo acto la gente sí se entretuvo. Tenemos que decir que es, con mucho, el mejor de los tres de que consta la pieza.
No creemos que el maestro Novo haya sacado los pies del plato en esta ocasión; su talento no brilla, pero sí se deja ver su profesionalismo; y la dirección de la pieza se desliza sin tropiezo, sin defecto de bulto, es correcta, limpia, como tenía que esperarse de persona con tantas horas de vuelo.
De entre los artistas, unos nos han gustado más que otros; Pilar Souza, quizá con el papel que mejor se prestaba a ello, se ha lucido; estudió y compuso muy bien su personaje, sin exagerarlo ni ridiculizarlo, sin orillarlo a extremos de mal gusto; creemos que es ésta la mejor interpretación que hemos visto a Pilar, que ahora sí se muestra una actriz de una pieza, digna de papeles de gran responsabilidad; hasta ahora se la tuvo casi siempre en lugares secundarios; para nuestro gusto, su excelente dicción, su aplomo, su comprensión interna del personaje, todo ello producto de sus largos y bien dirigidos estudios, la hacen triunfar plenamente en una obra que si dura en nuestro recuerdo, será por esta interpretación excelente.
También nos ha gustado mucho, y la ponemos en segundo lugar, Socorro Avelar, que pisa la escena con fuerza y con seguridad, que se ha compenetrado de su personaje, y que lo dice con gracia. Para ella un fuerte aplauso.
Bien, sin sobresalir, a nuestro juicio, están Emma Teresa Armendáriz, Elodia Hernández, en una madre tonta, y Virginia Gutiérrez que es una mujer notablemente guapa, y una actriz de talento, pero que está fuera de tipo y de edad para esta frívola vampiresa, que habría debido ser mucho más joven, pequeña y leve.
Y algo menos que bien, la señorita Doring, debutante, todavía con defectos de enunciación, aunque con visibles cualidades, Felipe Santander, en quien no vemos ningunos adelantos y que parece más apto para un papel de menso que para uno de galán, y Héctor Gómez, a quien encontramos en esta ocasión duro y rígido, demasiado enojado, obstinado y golpeado para ese hamletito que le tocó hacer, siempre indeciso, débil, sujeto a lo que mande la última mujer que hable con él. Creemos que no estudió el personaje.
La escenografía, la de rigor para las piezas pepinistas: patio semitropical con flores... correcta, que es lo menos que puede esperarse de un maestro de tanto talento como Antonio López Mancera.
¿Será ya ésta la última pieza que trate el asunto del que se quiere salir de la provincia y al fin no se sale? ¿Todavía nos irán a refreír otras veces los mismos autores, o sus discípulos, este problema, que sobre ser tan discutible se hizo ya tan monótono?
¡Ojalá que ya en la próxima pieza provinciana pase algo! ¡Ya va siendo hora!
Notas
1. El 30 de mayo. Idem.
2. El 15 de Agosto de 1957 dirigida por Ignacio Retes. Tiempo, 13 de enero de 1958.