Siempre!
| 14 de agosto de 1957
Columna Teatro
Buenos días tristeza de Françoise Sagan, traducción de Julia Guzmán
Rafael Solana
Cuando se supo que la dramaturga mexicana Julia Guzmán acometía la valiente empresa de adaptar para el teatro la celebrada novela Bonjour, tristesse, de la adolescente francesa Françoise Sagan, se dividieron las opiniones; hubo quien dijera que no había escogido bien, pues por mucho que haya vendido un millón de ejemplares en francés y ya cientos de millares en otros idiomas, la novelita de la Sagan es mediocre; y también hubo quien pensara que obraba con mucha pupila, porque sin duda esa obrilla ha sido comentadísima, y es ya famosa en el mundo entero; se podía considerar, en principio, que la empresa tenía risueñas perspectivas taquilleras, pero un porvenir muy poco prometedor.
Hay que confesar, sin embargo, después de ver la obra, que Julia Guzmán ha hecho milagros, Julia es una comediógrafa ya consagrada con algunas de sus obras anteriores, como Divorciadas, La casa sin ventanas, y, especialmente, Quiero vivir mi vida, premiada por los críticos como la mejor obra teatral mexicana del año de su estreno; pero lo que ha hecho con la novelita de la Sagan aumenta su crédito enormemente. Ha hecho, de una nadería literaria, cuyo éxito de librería está basado en su cinismo y su morbosidad más que en méritos estéticos, una obra de teatro interesantísima, que tiene al público pendiente de los acontecimientos, y en la que alcanzan vida y personalidad los personajes. No dudemos ni por un momento en afirmar que Buenos días tristeza, de Julia Guzmán, pieza de teatro, es mejor obra que Bonjour tristesse, novela, de Françoise Sagan. He aquí un caso (y existente varios) en que una adaptadora no solamente no ha hecho perder nada a una novela al llevarla al teatro, sino la ha hecho ganar.
Por cierto, también la ha dignificado; sin haberle quitado nada de su exterior áspero, cínico, deprimente, Julia Guzmán ha conseguido darle un fondo limpio, noble, que la novelita no tiene; en la novela, todo es descorazonador y lamentable; en la pieza de teatro, brilla una lucecita; así las cosas, no solamente la pieza de teatro no es inmoral, como lo es profundamente la novela, sino hasta da una lección ética, al pintar como no deseables, como merecedores de ser evitados, los resultados a que lleva una conducta como la que la mayor parte de los personajes observan; en síntesis: mientras la Sagan se muestra partidaria de ese género de vida que pinta, o al menos deja entender que no es posible escapar a él (eso será en su país), la Guzmán lucha contra eso, protesta, y pone como el único ejemplo digno de ser seguido y como el único personaje inspirador a Ana Larsen, que en la novelita de Françoise es solamente una pobre víctima, atropellada por el nuevo modo de vivir que la autora proclama. El público de México ha de simpatizar mucho con esta interpretación, a la mexicana, a la país joven y sin el estado de putrefacción de otros países más vividos y más sufridos, que Julia Guzmán ha sabido inteligentemente encontrar como sentido de la obra, sin para nada modificar ni estropearla, sin siquiera falsearla. Es como si nos presentara la misma estatua que antes habíamos visto, pero la iluminara con una luz diferente. Por eso puede decirse que sin haber alterado la obra, Julia la ha dignificado, y le ha dado un sentido mejor que el que tenía el librillo francés.
Buenos días, tristeza, no deja en el espectador el asco que deja en el lector y de la novela; por el contrario, satisface, interesa, y por todo ello es un éxito, un gran éxito, de la autora, a quien hay que felicitar en forma muy entusiasta. Así las cosas, la obra no solamente puede, sino debe ser vista por todos, y especialmente por las familias.
En fin, el triunfo de Julia Guzmán, con ser notable, no era inesperado; ella es una autora de ya antiguo prestigio; en cambio el triunfo de Kitty de Hoyos... ese pensamos que, en ese grado, no se lo esperaba ni su mamá, ya tan famosa.
Kitty es una chica muy linda. Se suele serlo a esos 16 floridos años que ella ha tenido siempre; pero ella abusa de su derecho de ser hermosa; le han hecho una monísima naricilla, se ha dotado de un fascinante color de pelo, y ha llegado a esculpirse un cuerpo que es un himno a la naturaleza y al arte; su silueta es bellísima, y ella lo sabe muy bien, y no lo recata; en esta obra sobran las oportunidades de que luzca hasta donde la censura lo permita, y no es el menor atractivo de la función el tener siempre delante a esa estatua viva, admirable prodigio estético. Sin embargo, podríamos asegurar que nadie se hacía acerca de Kitty grandes ilusiones de carácter artístico. Se sabía que se iba a ver a una mujer preciosa; pero no se esperaba nada más; así la hemos visto antes en películas y en alguna corta intervención teatral; por esto la sorpresa que nos da Kitty al revelarse como una actriz es de las que tiran de espaldas.
Kitty tiene algo tan grande tan grande como su belleza y como su juventud: su ambición; nada le parece fuera del alcance de sus alas, y a todo aspira con voluntad inquebrantable; se ha propuesto ser actriz, ha estudiado cuidadosamente, y, sobre todo, pone el alma en su interpretación; podrán fallarle alguna de esas cosas que sólo da una larga experiencia (la de ella es cortísima); pero lo suple todo con su entusiasmo, con la sinceridad, con la pasión que pone en vivir su papel, hasta lograr comunicar sus emociones al público, y hacerlo vibrar con ellas.
En Buenos días, tristeza, Kitty de Hoyos se va creciendo de acto en acto; si en el primero luce su hermosura, principalmente, en el segundo, convence, y en el tercero, entusiasma; hasta el grado de que podríamos decir que último cuadro de la pieza tal vez nadie habría podido sacarlo con igual intensidad de emoción. En ese cuadro está ella perfecta; y como en otros cuadros está muy bien, y mal en ninguno, el balance viene a ser para ella altamente favorable. Es más que posible que vaya a ser Kitty de Hoyos la revelación teatral del año.
En un papel violentamente contrastante, opuesto, brilla esa actriz en plenitud que es Malú Gatica, muy bien escogida, por su distinción, su dulzura, su suavidad, su autoridad, para la Ana Larsen, un papel que conquista todas las simpatías. En los primeros momentos se tiene la impresión de que Malú se comerá a Kitty viva, con su experiencia y su aplomo; luego las cosas van emparejándose, cada quien se anota sus bazas, y al final se siente que ha habido un excelente equilibrio escénico, al que también contribuye la interpretación muy acertada de Sara Montes, que no tiene mucho tipo de francesa, pero sí de lo otro, y que, además de mostrarse muy atractiva, en otro tipo de belleza que no es ni el juvenil de Kitty ni el aristocrático de Malú, sino algo diferente de ambas cosas, dice su parte sin dejar nada que desear; se completa un cuadrilátero de actrices acertadas con la catedrática Isabelita Blanch, que hace grande un papel chico, por su personalidad y su eficacia; ella pone la nota cómica, ligeramente caricaturesca (pero ligeramente, que está muy contenida, muy bien dirigida, muy dentro de límites justos) para dar mayor colorido a la comedia.
La parte flaca del reparto está en los hombres; Héctor Godoy, físicamente un ejemplar, adolece de cierta frialdad, de cierta falta de color; el papel que mejor le ha salido, hasta ahora, es el de un actor malo, en El ídolo, y luego, el de un bobo, en El canario, no recuerdo si de Neveux; no quiere esto decir que él sea malo o bobo, como tampoco se quiere nunca decir de una actriz, cuando le salen muy bien los papeles de cocotte, que ella lo sea.
El otro actor, Arturo Brisha, ha estado antes bien en la compañía de Marilú; pero nunca se le había asignado un papel de tan grande responsabilidad como éste; mal, no está nunca; pero le falta personalidad para llenar el personaje, en torno al cual gira toda la obra; lo hace un poco a la manera de Francisco Jambrina, en actitud y entonaciones; pero, desde físicamente, se necesitaba "más"; ahora, que si ese papel se lo dan a alguien capaz de llenarlo, el único que se hubiera visto habría sido él, porque el personaje de la obra es Raymundo.
Brisha suma puntos como escenógrafo; los elogios que haya que agregarle por este motivo le completarán la dosis necesaria, compensado los que hayan faltado por el otro concepto; no es el caso de recordar lo que de Ignacio Sánchez Mejías se dijo, cuando estrenó una comedia, que era "un valiente literario y culto banderillero"; pero sí creemos estar en lo justo al decir que si como actor, estando bien, no da toda la medida, como escenógrafo, en cambio, llena perfectamente las necesidades de la pieza, crea un ambiente, facilita la resolución de algunos problemas de pluralización de escenarios y, sin apegarse al realismo, logra algo amable de ver. Agreguemos para terminar que ha sido muy fluente y feliz la dirección, en lo que es difícil saber qué parte tocó a Jebert Darién y cual a Julia Guzmán, y que todos los personajes están excelentemente vestidos para las ocasiones y para sus caracteres. En suma, que Buenos días, tristeza, es algo que puede recomendarse muy entusiastamente.