Siempre!
| 27 de abril de 1957
Columna Teatro
La locura de los ángeles de Luis G. Basurto, dirigen Fernando Wagner y Carlos Navarro
Rafael Solana
Antes que en México, donde inauguran con ella el teatro Juárez dentro de ocho días, Luis G. Basurto quiso estrenar su nueva y hermosa obra La locura de los ángeles (o El retrato de un ángel) en los teatros Felipe Carrillo Puerto, de Veracruz; Principal, de Puebla, y Macedonio Alcalá, de Oaxaca; y ahora irá con ella también a Torreón, Monterrey, Saltillo y otras plazas.
La compañía que anda haciendo La locura de los ángeles en provincia es completamente diferente de la que la estrenará en la capital; y aun dentro de la compañía de la gira hay cambios; por ejemplo, el papel que hasta ahora ha hecho, en Veracruz, Puebla y Oaxaca, Alejandro Parodi, en Torreón, Saltillo y Monterrey va a hacerlo Luis Bayardo; es el que en México interpretará el actor Héctor Gómez.
¿Cuál compañía hace mejor la pieza? Sólo podremos decirlo después del estreno metropolitano(1); la versión para la capital la ha dirigido Fernando Wagner, que es un catedrático de dirección, varias veces laureado (aunque otras haya sido criticado duramente); la versión provinciana la dirigió un hombre que en esto tiene una experiencia corta; el actor Carlos Navarro.
Vamos a hablar un poco de la obra en sí misma (que conocíamos ya por varias lecturas) y luego agregaremos algunas palabras acerca de los artistas a quienes vimos interpretarla en Puebla.
Luis G. Basurto, al llegar a lo que Dante llamaba il mezzo del camin de nostra vita (los 35 años de edad) ha alcanzado una madurez artística admirable; se siente que todo aquéllo a lo que aspiraba, lo ha conseguido; todos los que pudieron descubrirse en sus primeras obras como ideales, han sido superados; el principal de ellos era el éxito; Luis Basurto, de acuerdo con la religión del siglo XX, aspiraba más que a cosa ninguna en este mundo al triunfo, y ya lo tiene; en el terreno del teatro, que es el que Basurto escogió para desenvolverse, el triunfo necesita del aplauso del público, según enseñó a los escritores de su generación y a los de las siguientes el querido maestro que fue Xavier Villaurrutia; el éxito de Torre de marfil o de Cenáculo literario que puede ser satisfactorio para un poeta lírico, no puede bastar a un dramaturgo, en el teatro; para ser válido, para ser vivo, tiene que enfrentarse al gran público de teatro, a la masa de los espectadores comunes de un país, y no solamente a un corto grupo de distinguidos intelectuales invitados; en este sentido, yendo en forma directa a los públicos auténticos, interesándoles, arrancándoles su aplauso en la sala, su elogio en la prensa, y su dinero en la taquilla. Luis Basurto ha superado ampliamente como autor dramático los éxitos, por finos y valiosos que ellos puedan considerarse, de un Alfonso Reyes, digamos cuya Ifigenia cruel es más para ser leída que para ser representada, o de un Octavio Paz cuya Hija de Rapaccini, con ser muy hermosa poesía (como todo lo de Paz) no se ha enfrentado a los públicos populares, sino sólo a un auditorio universitario selecto.
Alguien ha dicho de Basurto, violentando mucho las proporciones de los términos de comparación, naturalmente, que es el Sófocles del teatro mexicano moderno, un teatro cuyo Esquilo sería Rodolfo Usigli y cuyo Eurípides está resultando ser Federico Schroeder Inclán; dicho sea todo esto sin ánimo de rebajar un ápice de su importancia a Celestino Gorostiza, que es un autor excelente, aunque corto, o de ignorar la valía de Emilio Carballido o de Sergio Magaña que son dos muchachos de muchísimo talento. En efecto, Basurto representa en nuestro joven teatro ese punto de madurez, de equilibrio, que en Atenas representó el autor de Edipo en Colona, que vino a desbancar al autor de La Orestiada, que había sido el fundador de ese teatro, y que preparó el terreno para el advenimiento del autor de Medea, que fue su continuador en el tiempo. En términos de pintura mexicana, que nos están más próximos, diríamos que Usigli fue el vigoroso, valiente, algo agrio y áspero José Clemente Orozco. Basurto es el infalible, el clamorosamente triunfal Diego Rivera, y Schroeder Inclán es el David Alfaro Siqueiros de nuestra escena. Quedan en ambas comparaciones dos lugares muy honorables, el de Aristófanes y el de Rufino Tamayo, para que cada uno coloque en ellos a otro comediógrafo mexicano de su preferencia.
Nos atrevemos a pensar que La locura de los ángeles es la mejor obra de Basurto, aunque no podamos apostar a que vaya a ser la de más éxito de taquilla; Miércoles de Ceniza tiene efectos teatrales irresistibles, golpes de eficacia indudable, y en todas partes ha sido acogida con entusiasmo; y Cada quien su vida tiene también valores dramáticos y condiciones particulares que hicieron de ella un éxito popular grandioso; sin embargo, hay en La locura de los ángeles ciertas cualidades literarias de composición dramática que no hubo en esas dos obras, ni tampoco en Toda una dama ni en Frente a la muerte, que son las otras obras de Basurto de mayor éxito.
También La locura de los ángeles está hecha, más que con ninguna otra cosa, con malicia teatral, con oficio, con dominio absoluto de la profesión de dramaturgo; también encontramos en ella, más que ningún otro elemento, la eficacia, esa eficacia que Luis Basurto ha conseguido y de la que sabe muy bien servirse en su provecho; pero al lado de esa eficacia y de esa seguridad en el uso (por fortuna esta vez no en el abuso) de los efectos teatrales, encontramos en La locura de los ángeles más poesía, un mensaje de mayor intimidad, más tierno, más cordial, más sentido; en Miércoles de Ceniza pudo señalarse un verdadero alarde en el uso de trucos, de “ganchos al hígado del espectador”; La locura, sin dejar de tener algunos de esos ganchos ( y tal vez más de uno innecesario: la revelación de la muerte de Alicia, en el tercer acto, por ejemplo, excesiva y hasta pleonástica), deja ver más la ternura, el amor con que han sido concebidos algunos de los personajes, el central desde luego; y eso le da un valor que en otras obras basurtianas ha quedado subyugado, relegado a un término secundario; el de doña Lolita es un personaje sentido, escrito con amor, y no solamente con talento de constructor teatral (en inglés casi se dice lo mismo arquitecto que escritor), como el personaje de Catalina, por ejemplo, que es una obra maestra de artificio, de habilidad escénica.
Basurto en su nueva obra, más que en ninguna otra, se muestra lo que es antes que nada en el teatro; un domador de públicos, un hipnotizador de espectadores; hace amar u odiar a los personajes a su arbitrio, hace sentir piedad, miedo, angustia, odio, cólera, frío, calor, según le viene en gana; pero si en algunos de los personajes a los que hace odiar hay oficio y aplicación de bien asimiladas recetas, en los que hace amar, y sobre todo en Lolita, no hay sólo sabiduría, sino amor verdadero, una ternura real, que se contagia, que vuela del escenario al lunetario, e impregna al público. La obra, por ello, llega a ser tan conmovedora, y tan instructiva, como un sermón; como predicado no solamente por un hábil orador, sino por un hombre íntima y profundamente bueno, capaz de hacer conocer y amar el bien... ¡y qué lejos estamos ya, en este terreno que vamos pisando, de las meras comedias policíacas, vodevilescas, chocarreras o de “locura sana” que infestan hoy el teatro!
Porque tiene de eso, deslizando en forma sutil y habilísima, porque no solamente es un entretenimiento para digerir la cena, sino es una lección de amor, de bondad, esta obra de Luis G. Basurto por lo demás tan buena y bien construida, teatral y literariamente, como cualquier otra suya o ajena, está por encima, pero muy encima, de lo que es común que encontremos en el teatro, y no sólo hablo del nuestro, sino del de todo el mundo.
Deja La locura de los ángeles en el espectador, además de la sensación estética de haber visto una obra perfectamente bien construida, y bella, esa impresión grata, dulce, de haber conocido algo bueno, entendiéndose el término bondad también en un sentido ético. Aquella confusión entre belleza y bondad que encontramos en Sócrates, para quien no había sino bondad bella y belleza buena, eso lo encontramos en La locura de los ángeles... ¿cómo no preferirla, así, a cualquier otra obra del teatro contemporáneo, mexicano o no? ¿Cómo no recomendarla? Basurto está volviendo (ojalá hubiese quienes quisieran seguirle por ese camino) a la integración de una sola unidad con los tres valores fundamentales, Belleza, Bien, Verdad (Justicia, sería el cuarto y tampoco es ajeno a ese término), que hoy andan tan separados... ¡qué pocas veces una cosa bella es cierta y es buena, y qué pocas veces una cosa buena es bella, y menos aún cierta!
Vean ustedes mismos, de hoy en ocho, La locura de los ángeles, y juzguen si tenemos razón en preferirla a Miércoles de Ceniza y a todo lo demás.
Ahora, unas palabras acerca de los intérpretes en el teatro Principal de Puebla(2) de esta obra magnífica y admirable.
La notable actriz Virginia Manzano, una de las más grandes de México, hizo un esforzado trabajo de composición para tratar de adaptar su personalidad artística y sus condiciones personales (edad, por ejemplo) a un personaje que está cortado justamente a la medida de otra actriz de condiciones y edad muy diferentes. Ya una vez fuimos testigos de un milagro artístico: María Tereza Montoya se metió dentro de un papel escrito (por Usigli) para doña Virginia Fábregas; pero la Montoya no trató de adaptarse al papel, sino hizo algo más; personificó a la Fábregas; se le ponía a uno el pelo de punta cuando, sabiendo que la Fábregas ya había muerto, era precisamente a doña Virginia a quien volvía a uno a ver en escena; fue algo admirable, inolvidable, uno de los triunfos más impresionantes que en su carrera ha obtenido María Tereza.
Virginia Manzano no trató de incorporar, ni de imitar, a doña Prudencia Grifell, para quien el papel está escrito con la fidelidad y la exactitud más asombrosas que puede poner un autor para cortar un personaje a la medida de un artista. Hizo la señora Manzano el personaje a su modo (un poco en el estilo de su Aminta de Las palabras cruzadas, que le aplaudieron tanto, en el teatro de la Comedia, en México). Tuvo que violentar su voz, sus movimientos, su maquillaje, para representar la edad que doña Prudencia realmente tiene; Virginia es una actriz muy estudiosa, muy profesional, y superó admirablemente la dura prueba; pero María Tereza tuvo aquélla vez la ventaja de que ya nunca le podríamos ver el papel de Verónica Muro a la señora Fábregas, que había fallecido... en cambio el papel de Lolita viuda De la Rosa sí se lo vamos a ver a la señora Grifell... y será injusto comparar; a doña Prudencia le vendrá como un guante... casi no será doña Prudencia quien haga el papel sino el papel será quien haga a doña Prudencia.
En cambio el papel deuteragónico, el de Catalina, pensamos que le viene mucho más a Hortensia Santoveña (que lo estrenó en Veracruz y en Puebla) que a Consuelo Guerrero de Luna, que lo hará en México; admiramos y queremos mucho a Consuelo; pero Hortensia está perfecta, insuperable, exacta, nacida para este papel; sabe ella hacerse un maquillaje, adquirir un porte, usar unos tonos de voz, que viene al papel en forma precisa y justa. Es por otra parte una artista de personalidad muy vigorosa, que proyecta mucho en el público; las reacciones que ella obtenía del público poblano eran de una fuerza que no podía menos que servir al éxito de la pieza.
Otro papel escrito especialmente para un actor determinado es el de Cayetano, que aquí hará Noé Murayama, para quien fue pensado, desde la primera línea a la última. En la gira lo hizo Héctor López Portillo, que es actor muy útil para todo, y que lo sacó eficazmente, aun cuando en plan de exigencia pudiéramos quejarnos de cierta confusión en su dicción, en los parlamentos más extensos del último acto, mucho mejor está en la gran escénica monosilábica del segundo; pero en esa Murayama deberá estar eminente; para eso la escribió así el autor.
Irma D´Elías hará en México el papel que en Puebla vimos a Julieta Velasco; Irma tiene muchísimo talento, personalidad y gracia, y estuvo a punto de ser declarada la revelación teatral del año pasado (la superó Judy Ponte en la votación de los críticos); pero creemos que difícilmente va a superar la sinceridad, la gracia espontánea, la frescura, la inocencia de Julieta Velasco, que está magnífica, y que mejora con mucho sus éxitos personales anteriores (la embajadora inglesa de Hoy invita la Güera y La isla de las cabras, ambas en el teatro del Globo de México).
Graciela de la Rosa nos dio una gran sorpresa en el papel de Ernestina; es una chica desenvuelta, inteligente, con bonita figura y mucha simpatía, alegre, comunicativa; parece presentarse ante ella un porvenir brillante; en ese papel no deja nada que desear.
Difícil es el papel que en provincias ha hecho Alejandro Parodi; tiene fuego, y gracia, y mucha ternura, a la vez que fuerza; Parodi lo sacó muy cumplidamente, aun sin estar en la edad que el papel pide; muchísimo menos está en edad Lucha Núñez que por disciplina y tal vez un poquito por diversión, hizo una vieja, a mil leguas de distancia de lo que es su personalidad, y desaprovechando una de sus mejores armas artísticas, que es su atractivo como mujer; pero lo sacó adelante obteniendo del público las reacciones solicitadas por el autor. Sólo para no defraudar a sus admiradores, que iban a buscarlo a él al teatro, el galán Carlos Navarro aceptó hacer, con gracia, con galanura, con desenfado y con autoridad escénica, un gendarme que tiene solamente una escena; lo suficiente para que el público reconociera su aplomo, su buena dicción y su magnífica presencia. Sólo en Europa habíamos visto que algún primerísimo actor, cabeza de una compañía (en Alemania Oriental) hiciera en una obra un papel de una sola escena... y con eso tuviera para dejarse ver y para justificar su categoría.
Ahora... a esperar a los actores de aquí... que tendrán que estar todos muy bien, porque la obra es magnífica, y todos los papeles son de dulce.
Ya hemos hablado aquí extensamente de las excelencias de la más nueva obra de Luis G. Basurto. La locura de los ángeles, con motivo de su estreno en el teatro Principal de Puebla; diremos solamente ahora una palabras a cerca de la interpretación que de ella hacen, en el con ella inaugurado teatro Juárez de esta capital, los dos excelentes artistas (uno en su cenit, el otro en su amanecer) para quienes fue escrita; es, como podía esperarse, una interpretación soberbia.
Doña Prudencia Grifell alcanza en esta pieza un triunfo grandioso, comparable, solamente, con el que obtuvo hace poco en el Insurgentes con Arsénico y encajes, que, sin serlo, parecía también obra escrita para ella, Basurto, con esa habilidad que ni su peor enemigo podría discutirle, escribió un papel que tenía el propósito de hacer lucir los mayores encantos de la señora Grifell, y que logra ese objeto; doña Prudencia está sencillamente adorable, deliciosa, en el personaje de doña Dolores Artasánchez viuda de De la Rosa. Nadie debe dejar de verla en esa que es una de las grandes creaciones de su larga y triunfal vida.
El otro triunfador es Noé Murayama; la obra fue escrita para hacer resaltar sus cualidades y disimular un poco los defectos que todavía pueda tener (y que efectivamente tiene); el papel fue medido y pesado para su expresiva máscara, para sus turbulentos ojos orientales y para sus manos finas. La todavía breve carrera de Noé Murayama va de triunfo en triunfo, en papeles que le han sido dedicados y en los que se desenvuelve a la perfección: Demetrio de Toda una dama; “Ojitos”, de Cada quien su vida; Chiribitaki, de A su imagen y semejanza, y ahora Cayetano de La locura de los ángeles; pocos artistas podrán decir que han tenido una iniciación tan brillante.
El entusiasta y efusivo, y emotivo Héctor Gómez, la tierna, delicada y fina Irma D´Elias, Amparito Grifell, Alicia Gutiérrez, Mario García González y la veterana y siempre excelente Consuelo Guerrero de Luna, cubren los demás papales de esta pieza que Fernando Wagner dirigió con acierto, en forma que no deja nada que desear; y David Antón supo dar ambiente y gracia a la escenografía, aún cuando dejó muy incómoda una puerta.
Hizo la declaratoria de inaguración del teatro el secretario general de la Federación Teatral, Francisco Benítez, con un discurso tan breve como sustancioso, y después el público halló la ocasión de tocar una gran ovación de admiración y de cariño a la inmensa artista Margarita Xirgu, que tuvo la gentileza de amadrinar el teatro cortando el listón que cerraba la cortina.
Notas
1. Que tuvo lugar el 25 de abril. P. de m. A: Biblioteca de las Artes.
2. La obra se representó en este teatro hasta el 11 de abril. P. de m. A: Biblioteca de las Artes.