Siempre!
| 31 de octubre de 1956
Columna Teatro
Semilla del aire de Antonio Magaña Esquivel, dirige Julián Duprez
Rafael Solana
Al día siguiente del estreno de la undécima obra de Luis G. Basurto se estrenó la primera de Magaña Esquivel(1); la cronología no protegió al debutante autor yucatanense, que de esta manera sometía su producción primogénita a la opinión de unos críticos que menos de 24 horas antes se habían enfrentado a la obra ya madura de quien ha escrito una docena de piezas (Miércoles de Ceniza tiene el número 11 entre las piezas basurtianas, pero ya hay otra más, de próximo estreno: La locura de los ángeles); algunos cronistas se sintieron inclinados al rigor (tal vez pensando, también, que Magaña Esquivel como crítico, no pocas veces lo ha ejercido) y juzgaron Semilla del aire con la misma severidad con que habrían enjuiciado la obra de algún dramaturgo ya muy fogueado.
Ese rigor no viene al caso; aunque Antonio Magaña Esquivel sea un hombre de teatro desde hace mucho tiempo, esta es la primera vez que se enfrenta al público como autor original (aunque como conferencista o maestro de ceremonias haya pisado muchos escenarios); y lo justo es mirar Semilla del aire como una primera obra, ver en ella lo que tenga de semilla precisamente, las promesas que encierra, las facultades que revela, y que pueden encontrar desarrollo en una serie de obras futuras.
Convengamos en que no está construida con la maestría de Miércoles de Ceniza, que habíamos conocido la noche anterior; pero sin duda tiene valores, que la hicieron merecedora de un accésit, al lado de Clotilde en su casa o Adulterio exquisito de Jorge Ibargüengoitia, en el concurso de El Nacional que ganó Emilio Carballido con La danza que sueña la tortuga o Las palabras cruzadas.
El principal mérito que se encontró entonces a este drama fue el de tener un vigoroso papel femenino, apto para el lucimiento de una actriz; eso es una cualidad en el teatro; su mayor desventaja, es, en cambio, el agrio tono en que se desarrolla casi toda; y no decimos toda por salvar algunas escenas de carácter erótico; pero a lo largo de la pieza entera no hay una sola sonrisa, un solo respiro para el espectador, que se ve obligado a presenciar las desavenencias de una familia algo vulgar en sus sentimientos y en su forma de expresarlos; Magaña negó al público el alivio de una escena amable, no digamos ya cómica, pero siquiera simpática; esto podrá ser una virtud si se estima que contribuye a la unidad estilística de la pieza; pero para algunas personas, no particularmente inclinadas a lo muy dramático, resulta una desgracia.
Ha habido quienes critiquen a Magaña como poco hábiles algunas de las entradas y salidas de sus personajes (algunos entran de puntillas, para oír lo que no debieran y espiar lo que está pasando, recurso que ha caído en desuso); pero en este punto se hace necesario recordar que Semilla del aire es su primera obra, y que son pocos los autores que nacen con el don de meter y sacar a sus personajes con habilidad; otros lo adquieren con la práctica; y es muy posible que Magaña Esquivel mismo, cuando escriba nuevas piezas, se ponga en ese caso.
Y hay, en fin, quienes se fatigan con este género dramático de alta tensión en que los personajes acaban por resultar enajenados, en los terceros actos, o antes (Martina, El niño y la niebla, Otra primavera, Aguas estancadas, y pueden ustedes seguir poniendo muchas obras en la lista); pero el hecho de que Semilla del aire pertenezca a un género que no para todas las personas es grato, de ninguna manera quiere decir que la pieza no esté bien escrita y que no haya sido un estimable, si no clamoroso, éxito de autor. Magaña Esquivel ha entrado al mundo de los comediógrafos mexicanos en activo, si no en forma escandalosamente triunfal, sí desde luego con un gran decoro, y su primigenia pieza merece el conocimiento y la atención de quienes siguen con interés el naciente movimiento dramático nacional.
Julián Duprez nos debía una dirección; la anterior suya, en el mismo teatro del Globo, en nada le favoreció, pues la obra se prestó poco al lucimiento y el primer actor naufragó en un papel en el que no encontró asidero; nadie cometió la injusticia de acusar a Duprez de aquel descalabro; hemos esperado, en la seguridad de que pronto Julián se sacaría aquella espina, que tan sin merecerla había venido a clavársele.
En Semilla del aire ya tiene Duprez tela de dónde cortar; cierto que todavía no es lo que puede dar de sí (en Altitud 3 200 en Bellas Artes, se lució muchísimo más); pero ya la mano directorial se deja ver en algunas actuaciones, y en el movimiento escénico, resuelto con sobriedad, sin alardes.
La veta principal en que trabajó Duprez fue la actuación de Carmen Montejo; Carmen es la mejor actriz en ese reparto y la obra viene a ser un solo de actriz coreado; la Montejo que la noche del estreno tuvo que vencer cierta afonía, producto de un estado catarral, mostró una vez más su gran categoría, su temperamento, su voz vibrante, su fuerza expresiva; es el suyo un personaje difícil que ella ha sabido entender e incorporar en sus diversas facetas; la Montejo triunfa plenamente en el papel de María Luisa de la pieza de Magaña Esquivel.
Inmediatamente después de ella pondríamos a dos actores de carrera; uno más avanzado en ella que el otro; a Fernando Mendoza, que si bien solamente aparece en el tercer acto, da autoridad, respeto, solidez a su personaje, haciendo gala del gran aplomo que una larga experiencia y una bien definida vocación le han conferido; el otro es Noé Murayama, que tiene un papel corto, pero que supo matizarlo y enriquecerlo no saliéndose nunca de situación, y actuando no sólo cada vez que tiene una línea que decir, sino en todo momento; su presencia en el escenario se hace sentir; Murayama, a quien Duprez ha dirigido con acierto, rebasa el corto papel que le asignaron, y es uno de los mejores artistas del programa. (Pronto lo verán ustedes en una película con Resortes, bajo la dirección del licenciado Fernández Bustamante).
Enrique del Castillo tiene el papel masculino más largo e importante; pero él no se pone a la altura de su personaje, que fue mucha pieza para un actor que tiene una experiencia corta; se le nota algo envarado, sin soltura, en la escena, atenido principalmente al colorido de su voz, que maneja con gran dominio; Del Castillo, que es sin duda una gran estrella en el mundo del radio, y que tiene larga experiencia en televisión, en el teatro todavía no se encuentra; en obras futuras tendrá que estar mucho mejor que en ésta.
Marichú Labra, de abolengo teatral, aunque acusa buena escuela, lucha contra ciertas desventajas y tampoco brilla especialmente en un personaje importante, aunque lo saca adelante, eso sí; y lo mismo ocurre con Elodia Hernández, que posiblemente no se encariñó mucho con su personaje y no lo estudió suficientemente para dotarlo de una mayor fuerza; la verdad es que lo ha dejado algo descolorido; Guillermo Herrera y Tere Velázquez (hija de Víctor Velázquez) que completan el reparto, no tienen oportunidad de brillar. La escenografía de David Antón, pobre, apenas suficiente; este artista en otras ocasiones ha lucido muchísimo más.
Notas
1. De la nota anterior se infiere que el estreno tuvo lugar el 12 de octubre.