Siempre!
| 19 de septiembre de 1956
Columna Teatro
Con Los desarraigados de J. Humberto Robles Arenas se inaugura el teatro del Granero
Rafael Solana
Nadie ignora que es prodigioso el desenvolvimiento del teatro en México en los últimos años; nadie desconoce que rápidamente, del país más atrasado del mundo, teatralmente hablando, México ha ido pasando en forma increíble a ser uno de los países en que mayor y mejor desarrollo tienen los espectáculos teatrales; es conocido de todos el hecho de que, si hace apenas muy pocos años sólo había en México unos cuantos incómodos, viejos, pestilentes y polvosos locales, unas cuantas compañías medianas, muy pocas obras, casi todas malas, casi ningún director, y una manera de montar las obras retrasadísima y lamentable; hoy, en cambio, tenemos teatros modernísimos, cómodos y lujosos; las mejores obras del mundo, una estimabilísima producción local, directores excelentes, compañías enteras de magníficos actores, escenógrafos que rivalizan victoriosamente con los mejores del mundo, y hasta un público (esta es la adquisición más reciente) que frecuenta los teatros, y que sabe responder con su asistencia y su aplauso a los espectáculos que los merecen.
Pero hay momentos en que esos progresos se hacen tan ostensibles, que “se oye crecer la yerba”; la semana pasada, por ejemplo, el teatro mexicano ha crecido de un día para otro; el martes tuvimos el estreno de un estupendo teatro; de una soberbia obra; el miércoles, el estreno de otra obra mexicana; el jueves, un estreno sensacional, histórico, y un centenario de una bien acogida comedia; el viernes un segundo centenario; el sábado el debut de un actor chileno y la iniciación de una temporada de intercambio que parece en México prometedora de grandes cosas; el domingo un tercer centenario. Hace años los pocos aficionados al teatro en México no tenían a dónde ir; ahora no saben qué escoger, porque casi todo es bueno, y algunas cosas son estupendas.
Vamos por orden.
El martes se estrenó, en el Bosque de Chapultepec, el teatro del Granero(1); es un local pequeño, acogedor, decorado con el mejor gusto, en un estilo rústico, comodísimo por su visibilidad y su audibilidad, y por la extraordinaria cercanía del público, que sigue a los actores íntimamente; no hay que gritar, no hay que gesticular, en un teatro en que la última fila es la cuarta, y en que el espectador más distante del escenario está a tres metros; los asistentes al espectáculo se sienten metidos en él, compenetrados, con muchísimo mayor intensidad que en cualquier otro teatro.
Para este estilo de teatro, del que ya se nos había dado un atisbo en la Casa del Arquitecto, el arquitecto Contreras construyó una escenografía eficaz, creadora del ambiente; en estos teatros los escenógrafos trabajan con gran limitación, pues no hay telones, ni construcción sólida; sólo hay un tapete, los muebles, y alguna insinuación de puerta o cosa parecida; Contreras había hecho ya un buen trabajo en El deseo.
La obra de inauguación del Granero fue Los desarraigados, pieza mexicana (con obras mexicanas debieran inaugurarse todos los teatros de México, y ahora las hay) que fue premiada en el concurso del diario El Nacional, y que resulta ser lo mejor que de la producción nacional llevamos visto en este año; la firma J. Humberto Robles Arenas, de quien no esperábamos ninguna maravilla, pues, si ustedes recuerdan, Dos boletos para México, su primera obra (estrenada en Bellas Artes) era muy endeble, y Provincia, la segunda, tampoco se perdía de vista. En Los desarraigados Robles Arenas da un salto; se pone, de golpe, al nivel de nuestros mejores autores jóvenes; y tal vez supera a muchos de ellos en la espontaneidad, en el realismo de sus problemas y de sus personajes; su obra, muy bien construida, excelentemente dialogada, dice algo, y cada uno de sus personajes está perfectamente definido y caracterizado; es la obra de quien sabe hacer teatro; tienen garra sus situaciones dramáticas, que se apoderan del público; y hay material, de sobra, para que el director y los artistas puedan lucirse.
Y se lucen; Xavier Rojas, un joven viejo pionero del teatro, experimentador incansable y entusiasta, tiene su día de gloria; todo le ha salido perfecto; y el cuadro entero de los actores triunfa plenamente; a la cabeza de todos sería justo mencionar a Lola Tinoco, que da una lección de modernidad, de sobriedad, de compenetración en su personaje, de sentido de los límites de todo; brilla más Judy Ponte, en un papel agrio como él solo, pero que se presta al virtuosismo, y en el que más de una vez ataca y logra esa joven y ya bien colocada actriz el do de pecho; Luis Bayardo, que repite un poco papeles que ha hecho antes, encarna impecablemente el personaje que le fue repartido; Martha Patricia, en el papel menos espectacular, se desenvuelve con aplomo, luce monísima, y mejora en forma notable todas sus actuaciones anteriores; José Alonso se muestra un actor comprensivo y convincente; pero mejoraría mucho de aspecto si procurara poner su cabeza arriba de su cuerpo, como todo el mundo, y no delante, como las gárgolas de Nuestra Señora; Luis Aceves Castañeda, que no necesita arrastrar los pies, ni temblar para dar la edad de su personaje, sortea las dificultades del papel, inclusive una prolongada borrachera, con la autoridad que le confieren varios años de estudios y de práctica.
El secretario de Educación, licenciado José Ángel Ceniceros, el director del Instituto Nacional de Bellas Artes, licenciado Miguel Álvarez Acosta, el director del departamento de teatro del INBA, Celestino Gorostiza, y el director del patronato de la Unidad del Bosque, arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, asistieron a la triunfal función, y felicitaron calurosamente al autor, al director y a todos los artistas.
Nancy Brown de Rafael Bernal, dirige Joaquín Bernal
Al día siguiente tuvimos otro estreno de obra mexicana(2) (ya no son rara avis) en el teatro del Caballito; se trata de Nancy Brown, de Rafael Bernal, inspirada, dice él, en un cuento de Somerset Maugham como La hija de Rapaccini, de Octavio Paz que triunfa en la misma sala, lo está en uno de Nathanael Hawthorne.
Bernal es un habilísimo facedor de comedias; tiene una práctica formidable, pues escribe gran parte de las que saturan las estaciones de radio; El ídolo nos pareció una excelente pieza suya; también es buena Antonia, y en La paz contigo tocó un tema que se pensó que apasionaría al público de México.
Ya ha hecho otras veces Bernal, y bien, la comedia mexicanista de costumbres, o de problemas locales; ahora hace una intemporal y la sitúa en Londres, por convenir así a la psicología de sus personajes; un recurso legítimo.
La obra está bien hecha, y su interés no decae; pero se nota sobre todo que está hecha expresamente para el lucimiento de una actriz; actriz es Marilú Elízaga, que ya tiene categoría suficiente como para que los autores le escriban obras especiales; en Nancy Brown se luce, se ve muy bien (recordemos que Marilú ha sido, con Verónica Loyo, una de las dos más resplandecientes bellezas de la televisión, este año) y conquista generales simpatías por los matices que da a su personaje; es cierto que es tan enorme que achaparra a todos los que se le aproximan, y que hace que le queden chicas todas las puertas; sobre todo con ese batilongo de terciopelo y pieles que usa, con collar de perlas de tres vueltas, en el tercer acto, y que a algunos les parece excesivo para el desayuno; en otro acto luce otro vestido con miles de metros de gasa y su imprescindible broche convertible, y en otro saca un par de vestidos de respetable viuda que logran el buscado efecto cómico.
Al lado de Marilú brillan Xavier Loyá, excelente; Malena Doria, muy mona, y siempre progresando, y Mario Delmar, que rápidamente se ha convertido en un lobo de las tablas; Celia Manzano no está en uno de sus mejores días; Antonio Raxel se limita a decir, con buena dicción y buena planta, un papel que se le da ya muy mascado, y para el que le sobra peluca.
No tuvo problemas el director, Joaquín Bernal; así deben comenzar los directores, con piezas sencillas, sin alardes, sin barroquismos; ya vendrá la genialidad cuando la experiencia les haya ido soltando la mano; ni el movimiento escénico presenta dificultad alguna, ni los personajes tienen secretos o matices difíciles de encontrar; el autor los da ya muy hechos, todos; tampoco tiene nada de particular la escenografía.
Nancy Brown fue muy bien recibida por el público, y será sin duda bien aceptada por la crítica; Marilú Elízaga suma con ella horas de vuelo y tiene la oportunidad de brindar satisfacciones artísticas a sus partidarios.
Notas
1. El 4 de septiembre. Xavier Rojas medio siglo en la escena. p. 152.
2. Se infiere que fue el 5 de septiembre.