Siempre!
| Siempre, 21 de marzo de 1956
Columna Teatro
Una mujer para los sábados de Federico S. Inclán, dirige Luis G. Basurto
Rafael Solana
Antes, a medida que iba avanzando la Cuaresma se iban cerrando los teatros; ahora se han ido abriendo; el viernes pasado, tres, el martes, otro, hoy otro más; los del viernes fueron el Fábregas, el Cinco de diciembre y el Moderno, el del martes fue el Arlequín y el que anunció su reapertura para esta noche fue el Globo, a donde se ha pasado para este año la temporada de la Unión Nacional de Autores.
La obra inicial de la temporada es el vodevil nacional Una mujer para los sábados de Federico S. Inclán Fritz(1), que ya consiguió el triunfo escénico con una comedia rural, con un drama histórico, con una alta comedia de la Revolución, con una deliciosa sátira de ambiente decimonónico, intenta hoy el vodevil con el mismo desenfado con que antes se acercó, exitosamente, a todos los otros géneros; y hay que reconocer que la pieza es un éxito; tiene todo lo que podría tener cualquiera obra parisina de las mismas características, es tan entretenida, tan ligera, tan frívola, tan cínica, como los vodeviles franceses que más hayan gustado de cuantos hemos conocido aquí en la inundación reciente.
La obra no es larga, sino de muy justas dimensiones, y en ningún momento se hace pesada. A la primera escena, algo prolongada, y de un tomo romántico un poco desconcertante, siguen pronto muchas más de inesperada ligereza, en el primer acto, un segundo magnífico, y un tercero que sostiene el interés y la diversión de los espectadores y desenlaza la trama muy atinadamente. Este Federico Inclán, de quien Celestino Gorostiza ha descubierto que en la historia de nuestra literatura dramática sirve para enlazar una generación de autores teatrales salidos de otros medios literarios y autodidactas, con una de nuevos escritores que nunca hicieron antes otra cosa y que estudiaron con profesores el arte de escribir para el teatro, ha resultado ser un autor con toda la barba, intuitivo, instintivo, diríamos mejor, pero muy certero; con mucho colmillo y con un asombroso sentido de lo que es el teatro.
El joven y ya veterano director Luis G. Basurto resolvió con facilidad los ligeros problemas que la dirección de esta obra pudo presentar; subrayó sus situaciones cómicas, los cambios de matiz que hay en la psicología de los personajes; contribuye a hacer la pieza perfectamente inteligible y accesible a cualquier clase de público.
La Unión de Autores sostuvo en el cartel a algunas de las figuras de sus anteriores temporadas, y abrió la puerta a nuevos artistas; entre los veteranos de sus temporadas figura Héctor López Portillo a quien ya muy pronto será rendido un homenaje por los autores mexicanos, al cumplirse cinco años de que no figura sino únicamente en comedias mexicanas, con exclusión absoluta de las de cualquier otra nacionalidad (y vive todavía), también figura Lucha Núñez, que desde que dejó el bataclán por la comedia, ha sido una fiel seguidora de los autores compatriotas, y ha estrenado las obras de muchos de ellos.
Entre los elementos de refresco están Magda Guzmán, a quien llegó su hora de hacer cabeza de compañía, después de algunos años de fructífero aprendizaje, Julio Alemán, a quien empezamos a conocer hace apenas poco más de un año en Un corazón arrebatado y luego en Columna social (hizo también una suplencia en el Arlequín, y en provincia, el Nocturno a Rosario) y Guillermo Zetina, de Monterrey, un verdadero hallazgo de Basurto para el papel que le ha sido encomendado.
Magda Guzmán está encantadora en el papel principal, en el que da con idéntico acierto el tipo ingenuo y romántico de la primera escena y el carácter desenfadado y mundano de algunas otras; en plena juventud, dueña de atractivos físicos, estudiosa, con una voz bien educada y con talento natural, Magda ha ido avanzando en la carrera teatral, desde los pequeños papeles que hizo al lado de las Blanch, en los últimos estertores de la Bombonera de Dolores, hasta el estrellato de que hoy por sus méritos disfruta, y cuyos anteriores escalones fueron una excelente Infamia, en el Ródano, al lado de Yolanda Mérida, y una eficaz A puerta cerrada en el Casino de Arte que fundó Marta Elba y que desapareció con ella.
A Julio Alemán le faltan todavía años de experiencia, en las tablas y fuera de ellas, para poder llegar a tener la autoridad escénica que ya tienen, digamos, por poner ejemplos, Rambal, Ciangherotti o Beristáin (les habría venido muy bien el papel de Javier, a todos ellos), es un muchacho sobradamente joven, diríamos tierno todavía, para ciertos papeles; de buena presencia; estudió con cuidado, y saca adelante su papel; pero no puede evitar verse en algunos momentos como Caperucita en medio de cuatro lobos, como Daniel en la cueva de cuatro leones.
Los otros lobos o leones son la propia Magda Guzmán, que en pocos años ha vivido mucho teatro y tiene una veteranía que le da aplomo, López Portillo, Lucha Núñez y Zetina, aunque Zetina sea relativamente nuevo aquí, tiene el oficio teatral aprendido de memoria desde hace mucho, y en Monterrey ha sido director, y aun catedrático; su tipo, fácil y difícil, se presta para exageraciones de mal gusto, que él supo evitar, sin caer nunca en la frialdad o en la opacidad sin restar colorido al personaje. Su actuación es vivaz y brillante.
Lucha Núñez, la mujer que más frecuente y radicalmente cambia de color de pelo en México, también tiene ya una experiencia y un profesionalismo que la hacen llegar a buen puerto y sacar adelante cualquier personaje; a ella corresponde, en esta ocasión, marcar con su entrada la tónica de la obra, y en su boca puso el autor buena parte de las frases capaces de arrancar risas en los espectadores; ella sabe decirlas con un deshabillé que pondrá los ojos cuadrados a los espectadores de las primeras filas.
En cuanto a Héctor López Portillo, tiene en esta obra el papel que por mucho tiempo ha esperado; le ha tocado roer algunos huesos, y si bien es cierto que se le recuerda por algunas actuaciones excelentes (aquí, la de profesor en Cada quien su vida y una en el Caracol, en una obra de Sartre, y en provincia por su obispo de Debiera haber obispas, que en México sólo se le ha visto en televisión), en realidad el papel de mayor importancia que le ha sido encomendado es éste de Alí, en la obra de Inclán, que lleva el peso de una buena parte de la pieza y que López Portillo compone lucidísimamente, adaptándose a las situaciones cómicas ideadas por el autor, y arrancando del público risas francas.
Pensamos que la Unión de Autores inicia este año con muy buen pie sus actividades, y nos permitimos suponer que Una mujer para los sábados tendrá por lo menos el mismo éxito de público que han tenido los vodeviles franceses más populares, no todos ellos mejores ni más eficaces que esta pieza que, traducida al francés, podría tener en los bulevares de París la misma aceptación que tiene la literatura local de esos bulevares, a la que no cede en ligereza y gracia el vodevil de Fritz.
Notas
1. Se estrenó el 15 de marzo. P. de m. A: Biblioteca de las Artes.