Siempre!
| 8 de junio de 1955
Columna Teatro
Inauguración del teatro del Caballito con Tovaritch de Jacques Deval
Rafael Solana
El público de México ha salido beneficiado con los entusiasmos teatrales que se han despertado en algunas personas, que por principio de cuentas, han dotado ya a la ciudad de una serie de nuevas, comodísimas y lujosas salas, que contrastan de modo violento con los fríos jacalones o con los calurosos agujeros a los que antes había que concurrir para ver teatro; en los últimos meses se ha enriquecido nuestra ciudad con unos cuantos locales verdaderamente bien dispuestos para teatro, y a los que, tarde o temprano, tendrá que irse acostumbrando a asistir el público; quienes antes se quejaban de falta de comodidad o de elegancia en los teatros, no podrán ya quejarse; hay ya ahora, además de algunos grandes, muy lujosos y confortables, como el Insurgentes y el Fábregas, varios pequeños que no dejan nada que desear, sino lo tienen todo, como por ejemplo el Trianón, el de la Comedia, y el del Caballito, que ha inaugurado doña Marilú Elízaga, y que es probablemente el más acogedor y confortable de todos(1).
Marilú hizo de lo que antes era una cuadra de teatro de boudoir, muy pequeño, pero muy lleno de ambiente y simpatía entonado en verde tierno y mostaza recuerda un platón de espárragos tempraneros a la mayonesa; la decoración está a la misma distancia de ser un poco fría, como la del Teatro de la Comedia, que de ser un poco cursi, como la de Trianón; los palquillos le dan cierta coquetería, cierta gracia, pues rompen la monotonía de los lunetarios corridos; cortinas por todas partes lo abrigan y le dan temperatura de alcoba; un sencillo pero hermoso mural de Juan Soriano decora y alegra la pared del fondo.
Para estrenar teatro tan suntuoso y placentero la señora Elízaga y Joaquín Bernal decidieron reponer una comedia ya muy vista aquí, pero siempre grata, Tovaritch de Jaques Deval, que fue estrenada en París con gran éxito, en octubre de 1933, es pues una comedia mayor de edad, con sus 21 años cumplidos, pero todavía sin el prestigio de lo antiguo, de lo clásico; envejecida nada más; pronto será venerable, porque es excelente, una de las mejores joyas del teatro francés de entre dos guerras.
Bernal hizo una traducción que conserva la gracia del original; pudo haberse apegado más a nuestro idioma traduciendo “mil millones” en vez de “un billón”, porque en español un billón es un millón de millones, y no solamente, como en francés y en otros idiomas; pero esto no tiene exagerada importancia.
Marilú, naturalmente, pensó ella misma, antes que en nadie, al escoger la obra que le va a las mil maravillas; ya la había hecho en francés, y se había encontrado a gusto en el papel; antes que ella la han hecho aquí otras actrices (la Montoya, la Palou, por ejemplo) y en el cine la vimos a Claudette Colbert, que estaba muy mona; en la fecha en que la obra fue estrenada en París, la edad de los personajes habría podido coincidir con la de la actriz; pero ahora, no dando ninguna explicación sobre época, las cuentas resultan algo confusas; hablan de los príncipes de su vida en la corte, ya casados (antes de 1917) y no puede uno calcular muy bien qué edad pueden tener en el momento de los sucesos (se piensa que es época actual, a causa de los strapless y otros detalles de la moda); ¿puede calcularse que tengan, digamos 60 y 65 años ella y él? Resulta muy difícil, por mucho que sea el talco que López Tarso se echa sobre la cabeza.
A López Tarso le cuesta algún esfuerzo dar el tipo de un príncipe ruso; a Marilú, podemos creérselo; tiene el porte, es rubia, blanca; Nacho, que estaba tan magnífico en Moctezuma II, no logra hacer pensar en la de Nicolás II; pero su manera de decir el papel es muy correcta, muy atinada, como que es uno de los mejores y más estudiosos actores que tiene el teatro mexicano actualmente; en la escena final, cuando Marilú aparece deslumbrante con sus joyas, él se ve incómodo en un uniforme alquilado; habría valido la pena de cortarle uno muy bueno, para dar ese efecto final, de grandeza, de majestad, que previó el actor, y que hace a los ricachones banqueros inclinar respetuosamente la cabeza ante sus criados.
También fuera de tipo, como lady inglesa, Rosa María Moreno; encontrar ladys entre nuestras actrices es el gran sufrimiento de los productores de cine cada vez que filman El abanico de lady Windermere. ¿Por qué no le ofrecieron el papel a Christa von Humboldt, por ejemplo, que ya anda por allí haciendo de extra en el cine, y de modelo de televisión, y que habría dado el tipo y el acento? Rosa María habría hecho entonces, muy bien hecha, la hija de la familia, que en manos de Leida Rozo no está nada bien.
Y tampoco está en tipo Julio Taboada, que de actuación está muy bien; para el comisario Gorochenko visualizamos algo así como Luis Aceves Castañeda, o José Elías Moreno; algo tosco, plebeyo, carnicero; Taboada, que es alto, delgado, fino y que sabe llevar el smoking, se ve más distinguido que el príncipe y muchísimo más que los banqueros.
En los papeles de burgués están perfectos Miguel Suárez y Ofelia Guilmain, que acompañaron a Marilú, muy distinguidamente ambos, en Trece a la mesa el reparto se completa con Manolo Nogales, Micaela Castejón, Mario Delmar y Héctor Gómez, que cumplen muy correctamente con su cometido.
Notas
1. El teatro se inauguró el 19 de mayo. Giovanna Recchia. Por un museo de las artes escénicas. Proyecto de investigación en proceso. CITRU, INBA, 1997.