Siempre!
| 26 de enero de 1955
Columna Teatro
Inauguración del Teatro del Globo con El macho de James Thurber y Elliot Nugent
Rafael Solana
¿Qué habrá sido lo que indujo a Lola Bravo a escoger para la inauguración de su Teatro del Globo la comedia norteamericana(1), que ella misma tradujo, El macho (Male animal)?
Casi todos los críticos están de acuerdo en atribuir el muy mediocre éxito económico que hasta ahora ha tenido esa temporada a la desafortunada elección de obra, que no ha interesado al público teatrófilo de México, a pesar de que, incuestionablemente, tiene muy estimables méritos literarios(2).
Sin duda Lola Bravo no pensó en términos comerciales, sino sólo en términos artísticos; probablemente despreció el género fácil, vodevilesco, boulevardier, con el que otros teatros hacen dinero, y se propuso, apostólica y noblemente, hacer algo por ella considerado bueno, importándole una higa de que el público respondiese o no a su esfuerzo; simplemente redujo muchos gastos, y se dispuso a esperar a sostenerse sin la contribución de ese público, ya numeroso, que hace no solamente viables, sino exitosas y prósperas otras empresas teatrales.
¿Pero no pudo encontrar un término de equilibrio, algo que a la vez tuviese alguna calidad y pudiese despertar algún eco? Nos gustaría saber cuáles fueron las obras que desechó, y a las que prefirió El macho; sobre todo, cuáles fueron las obras mexicanas que consideró indignas de ser llevadas por ella a la escena; no queremos creer que se haya empeñado en dedicar su esfuerzo, y perder cada noche su trabajo y su dinero, por el capricho de poner una obra americana, nada más que porque se enamoró de ella, sin haber leído otras; tampoco cabe esperar, por la índole misma de la pieza, que eso lo pague o lo patrocine la embajada americana. ¿O alguna otra embajada?
La obra tiene mucho de bueno; desde luego, no está vacía, ideológicamente; sostiene una hermosa tesis; pero ni siquiera creemos que sea la tesis de Lola Bravo en lo personal. Si el problema fuese el que un profesor de una Universidad de Moscú pretendiese leer una encíclica como ejemplo literario, y algún comisario del pueblo no lo dejaba, es de dudarse que Lola Bravo hubiese simpatizado con la obra.
Pero además de un problema general, y de alcances internacionales, la obra tiene varios pequeños asuntos completamente locales norteamericanos, que al público mexicano le penetran poco profundamente; la resonancia aquí por la psicología del mexicano, que en esto se distancia mucho de la del yanqui: tampoco aquí las universidades son manejadas plutocráticamente por filántropos, ni el ex deportista es un personaje de un periodiquito estudiantil puede levantar una polvadera, ni muchas otras cosas.
Tampoco se presta la obra para un personal triunfo interpretativo de Lola Bravo, que es, con mucho, el mejor elemento de su propio grupo: su personaje es secundario, y ella encuentra una oportunidad escasa de desarrollar su talento; Lola Bravo es una especie de término medio entre Isabela Corona y Yolanda Mérida, una versión local de Claudette Colbert, y ya es hora de que se afirmase y se definiese claramente como una de las mejores actrices moderadamente jóvenes; esta pieza no le sirve para ello.
Su elenco es modesto; lo encabeza Armando Luján, que al lado de ciertas cualidades tiene defectos serios, como un sonsonete a lo Pancho Muller y cierta carencia de encanto personal; el resto de la compañía está formado por jóvenes que desarrollan un gran esfuerzo para hacer papeles de hombres maduros y aun de viejos, para los que les faltan condiciones físicas; algunos de ellos tienen encomiables virtudes escénicas, pero otros no tienen ninguna.
Si el resultado económico parece ser hasta ahora bastante lamentable, el resultado artístico tampoco es muy alto. ¿Por qué, sin embargo, se empeña Lola Bravo en sostener la pieza, en vez de ya darla por vista, y ponerse a estudiar otra, en la que ella luzca más, y en la que tal vez pueda rodearse de un cuadro más selecto, formado por algunos de los artistas jóvenes que ya tiene, y quizá algunos otros?
El teatro químicamente puro en su experimentalidad no puede durar mucho, para sobrevivir, y hacer efecto, y desarrollarse y llenar una misión, tiene que atinar a despertar el interés del público. El teatro sólo puede existir en función del público. No se puede por mucho tiempo ignorar esto, y despreciar al espectador, ofreciéndole una cosa que sólo le interesa a la empresaria, por unas razones o por otras. Si se trataba de dar a conocer una buena pieza extranjera moderna, ya está bien, ya fue dada a conocer; no es cosa del pretender quedarse con ella un año.
Notas
1. El 3 de diciembre de 1954. Giovanna Recchia. Por un museo de las artes escénicas. Proyecto de investigación en proceso. CITRU, INBA, 1997.
2. En su crónica del 15 de diciembre de 1954 Solana menciona la inauguración del teatro. Aunque no hace comentarios a la obra, sí expresa su pesar por el hecho de que se haya inaugurado con una obra de autores extranjeros.