Siempre!
| 28 de noviembre de 1953
Columna Teatro
Inauguración del teatro Arlequín con La hora soñada de Anna Bonacci
Rafael Solana
Se dio la semana pasada otra batalla por el teatro en México, y se obtuvo otra gran victoria, una de las más resonantes del año. Fue la inauguración del teatro Arlequín(1).
Los Prieto convirtieron lo que fue cabaretucho y restorán desacreditado, en la calzada de Villalongín, en un teatro muy simpático, acogedor e íntimo; es muy pequeño, de bolsillo como parece que deben ser todos los teatros modernos; le faltan algunas comodidades: un vestíbulo, una más absoluta incomunicación con la calle; y resulta el decorado de su sala un tanto impersonal y frío; a cambio de estas deficiencias, de esta falta, todavía, de lujo y de calor, que pueden a poco costo agregársele pronto, tiene una estupenda visibilidad y una audibilidad magnífica, las butacas son anchas y cómodas, y el escenario, aunque es breve, basta para el movimiento de unas cuantas personas y la colocación de algunos muebles, de manera que no resulta asfixiante; la iluminación parece también completa y adecuada.
Esto en cuanto al teatro, que es ya simpático y amable, y que se podrá todavía mejorar, si, como parece, ha de contar con la preferencia del público.
La obra escogida resultó magnífica; de lo mejor que hayamos visto en el año; desde luego, la más bella de las que se encuentran en cartel actualmente. Anna Bonacci, autora italiana que no conocíamos, es una maestra de la comedia; esta pieza está deliciosamente construida, sin exagerado alarde de originalidad, de modernidad o de extravagancia, moderadamente picante y libre, con una serie de retratos trazados con mano muy firme, casi más que de pintora de caricaturista, con un diálogo siempre ameno y vivaz, y con una asombrosa penetración psicológica; los personajes no son meras marionetas, como vemos que ocurre en tantas piezas, sino caracteres, hombres y mujeres de carne y hueso; hay escenas, la primera del segundo acto, por ejemplo, dignas de Molière, y hay tipos, el del Alcalde, el del Organista, el de la señora Sedley, que están verdaderamente trazados con virtuosismo; además, la traducción del licenciado Eleazar Canale está llena de exactitud, de gracia, de riqueza fonética y de intención, y sirve para subrayar todos los matices en que abunda la obra.
Y luego, la compañía; aunque es fundamentalmente la misma que operaba en la sala del Ródano, con éxito, ha sido enriquecida, completada, con unos cuantos actores del mayor mérito, a la cabeza de los cuales hay que citar a Miguel Manzano, que otra vez demuestra ser uno de los mejores actores que tenemos en México, si magnífico en el drama, y recordemos su memorablemente sobria y ponderada actuación en El niño y la niebla, sensacional en la comedia; ha abandonado viejos trucos, entre los que se desenvolvió toda su vida, y se ha limitado a los recursos del mejor gusto para poner, no ya jocosidad, sino muy fina gracia, ironía, delicadeza, en sus construcciones humorísticas; este personaje de Sadley el músico, que la autora trazó muy bien, aunque tal vez un poco reiterativamente, fue estudiado por Manzano con cariño, incorporado, recreado de tal manera que viene a convertirse en una de las creaciones histriónicas más admirables que hayamos visto en el año. Un verdadero gran acierto de actor, casi diríamos una consagración, si Manzano no estuviese ya muy honrosamente clasificado, desde hace algún tiempo, en nuestro teatro.
También han venido a enriquecer el cuadro la actriz profesional Emma Fink, artista excelente para teatros pequeños, y Gachita Amador, muy acertada en su caricatura, así como Yolanda Álvarez, plausible, y Teresa Vasconcelos, insegura; la lindísima María Antonieta Treviño, muy pícara, desenvuelta y agraciada, y el excelente actor sudamericano Eduardo Alcarás, el hijo de Camila Quiroga, a quien ya vimos antes en el cine, en la televisión, en el Ideal y en la sala Molière, pero que en esta pieza del teatro Arlequín obtiene su mejor triunfo; Alcarás es un actor de cuerpo entero, con una poderosa personalidad, con un rostro y unos ojos sumamente expresivos, con un absoluto dominio de las inflexiones de su voz; pueden confiársele los papeles en la seguridad que sabrá dar intención y significado a cada una de las palabras de sus líneas. Además, proyecta en el público. Cuanto hace y cuanto dice es observado con atención por el auditorio, pues tiene el don de dominar la escena y dejarse ver en ella casi más que nadie.
Y todas estas novedades, tan excelentes y atinadas casi todas, vienen a enriquecer lo que ya existía allá en el Ródano como pie veterano de la compañía, los mismos que hicieron La mujer de mi vida: Nadia, Riquelme, Graciela Peralta, Solé y Roberto Rivero; el último tiene cortas las alas y no volará muy alto; pero los otros, dan cada vez más firmes pasos en una carrera que les va resultando triunfal.
Desde luego, el alma de la compañía es Nadia de Haro Oliva; a pesar de que Miguel Manzano es un actor tan magnífico, y está en La hora soñada tan bien, Nadia sigue siendo el eje sobre el que todos giran allí; ella tiene un encanto personal, una seducción, que la hace apoderarse de todas las simpatías, a pesar de un primer acto que para ella resulta descolorido y sin ventajas. De sobra tiene luego oportunidades de desquitarse en el acto segundo, en el que está magnífica, y en el tercero, en el que, casi sin palabras, pone un admirable sentimiento, tan honda poesía en sus actitudes, que crea el clima de "hora soñada" que la autora ha pedido, y que encomendó casi, por economía de diálogo, al talento, a la belleza, a los efluvios de encanto de la actriz, que difícilmente habrá podido encontrar en ninguna otra parte una intérprete más delicada, más sutil, más elegante ni más hermosa que Nadia de Haro Oliva.
De la anterior actuación de Graciela Peralta a ésta, hay un salto; ahora está asombrosa, en el desdoblamiento de su personaje de doble personalidad; su voz es un poquitín áspera, y podría corregirla; se ve que es una actriz tierna; pero sus adelantos son firmes, y su porvenir parece halagüeño.
Carlos Riquelme no entra completamente en tipo; pero dice muy bien su papel, acentuándolo vigorosamente en lo cómico; con Riquelme tampoco hay peligro de que las agudezas o las ironías del diálogo pasen inadvertidas; José Solé, que marcha por tan buen camino, tiene un personaje secundario, para el que tampoco está muy en tipo; pero lo saca adelante con animación y alegría; Rivero resulta un tanto caricaturesco, y pone en el segundo acto la nota un poquitín de farsa que el trío de lechuzas pone en los otros dos.
Un teatro cómodo sin ser lujoso, una obra magnífica, una presentación discreta, y una actuación llena de atractivos y de gracias, y aun de excelencias, con una actriz bellísima y provista de todos los encantos, es lo que puede encontrarse en el Arlequín, inaugurado la semana pasada, con asistencia de la señora Ruiz Cortines y de la pequeña parte del "Todo México" que cupo allí esa noche. Un teatro más, acogedor, excelente, donde se ofrece un espectáculo de primerísima calidad y, comparado con los precios de otras partes del mundo, baratísimo. Los mejores asientos cuestan allí 15 pesos, y 12 en el Arena, y 10 en el Caballito o en el Caracol, y en todos esos teatros pueden verse buenos espectáculos teatrales: bueno el del Caballito, bueno el del Caracol, excelente el del Arlequín y magnífico el del Arena. Por ver espectáculos teatrales equivalentes a éstos, en nada mejores, en los teatros pequeños de Nueva York o de París, hay que pagar tres dólares o mil francos en taquilla, y obtener los boletos con 15 días de anticipación, o conseguirlos con la reventa recargados en por lo menos 30%. Y aquí, por la mitad, puede verse un teatro que nada tiene que pedir en calidad al que suele hacerse en los bulevares o en la calle 44.
Notas
1. El 17 de Noviembre. Giovanna Recchia. Por un museo de las artes escénicas. Proyecto de investigación en proceso. CITRU, INBA, 1997.