Proceso
Columna Teatro
Epílogos del teatro del siglo XX (III)
Rodolfo Obregón
En un diapasón diametralmente opuesto al Theatergroup Hollandia, pero igualmente radical, aquel que considera al arte como una imagen autosuficiente del mundo, se inscriben las barrocas alucinaciones de la Societas Raffaello Sanzio, ganadora también del Premio “Europa-Nuevas realidades teatrales”, concedido por la Unión de Teatros de Europa y la Convención Teatral Europea.
Fundada en 1981, por dos parejas de hermanos, Claudia y Romeo Castellucci, Chiara y Paolo Guidi, la Societas (como su nombre lo indica) rinde un peculiar homenaje a la gran tradición pictórica, a través de un teatro eminentemente visual heredero de la vanguardia italiana y su poeta del horror, Carmelo Bene.
Como en el caso de este último, las puestas en escena de la Societas Rafaello Sanzio, firmadas en lo sucesivo por Romeo Castellucci, son una revisión iconoclasta de las grandes figuras y los grandes temas de la cultura occidental. En el caso de Castellucci, la exploración de la mitología oriental (Gilgamesh, Isis y Osiris, Ahura Mazda) ha servido también para construir un modelo escénico alternativo a la tragedia clásica, en la que el director, como buen vanguardista, observa el prototipo de un teatro sujeto al imperio de la literatura.
El singular ataque a las cimas del espíritu y el pensamiento que sus espectáculos proponen, está permeado por los horrores vividos durante el siglo XX y, a menudo, implica una muy efectiva inversión de puntos de vista.
Su puesta en escena de Julio César, de Shakespeare, por ejemplo, se interna en la exploración de la retórica como discurso del poder, pero se representa con actores operados de las cuerdas vocales o que sufren de tumores en el cuello o la garganta.
Como parte del Festival de Otoño de París, la Societas Raffaello Sanzio presentó dos espectáculos recientes de enorme éxito internacional. Il Combattimento de Claudio Monteverdi y su extraña versión del primer libro del Pentateuco, Genesi, from the museum of sleep.
En el primero, los sintetizadores del americano Scott Gibbons (Lilith) transforman la partitura de Monteverdi como un espejo deformante que permite contrastar cielo e infierno, violencia y belleza, sutileza y barbarie.
Por su parte, Genesi resulta un espectáculo emblemático en la estética de este grupo. Siguiendo una cronología arbitraria, el verdadero génesis, aquel que conlleva la destrucción del universo, sucede en el laboratorio de Madame Curie cuando ésta descubre el radio, es decir, “el terror de la posibilidad pura”.
La secuencia de imágenes que este descubrimiento, atestiguado por Lucifer (portador de luz), desencadena, incluye a Dios encarnado por un gigante negro, un desfile de animales y monstruos disecados, una mano robotizada (en alusión a Da Vinci) que dibuja mecánicamente sobre el suelo y la presencia de un contorsionista en una caja de cristal y de una vieja Eva (cruento homenaje a Masaccio) a la que ha sido amputado un seno.
La segunda parte del espectáculo es la conclusión histórica de este génesis destructivo. Con la voz de Artaud que denuncia la vejaciones sufridas en carne propia como fondo, Auschwitz se representa bajo una atmósfera de somnolienta blancura y sus únicos intérpretes son niños, los seis hijos del propio escenificador.
Vuelta al origen o desgarradora conclusión, la tercera y última parte presenta, con una pureza formal admirable y la música de Gorecki enfrentada a los sintetizadores de Gibbons, a un Caín talidomídico que estrangula amorosamente a Abel para verse condenado a la soledad eterna sobre una tierra baldía en la que dos perros roen los restos de un festín.
Tan pronto déjà vu, dada la orgía visual de las últimas décadas, como siniestramente original, el Génesis de la Societas Raffaello Sanzio termina imponiéndose por la coherencia de un discurso que comprueba las palabras de su creador: “El teatro no debe ser una restitución sino un reencuentro con las figuras desconocidas que hallan un eco en cada uno de nosotros”.