Proceso
Columna Teatro
III Encuentro Internacional de Teatro del Cuerpo (I)
Rodolfo Obregón
La revuelta cultural del 68 tuvo, entre sus múltiples efectos, una influencia definitiva sobre la estética teatral. La abolición temporal del teatro a la italiana, la preeminencia de la espontaneidad y la experimentación, el replanteamiento de las funciones de actores y espectadores, son algunas de sus consecuencias más evidentes.
Pero el rasgo más significativo del teatro de los años 70 es seguramente la revalorización del cuerpo como instrumento expresivo por antonomasia. La desconfianza en la palabra, instrumento al servicio del discurso oficial, así como el rechazo del racionalismo que aparece en casi todas las corrientes artísticas de vanguardia, condujeron por fuerza a la reformulación de los códigos semánticos del escenario.
Las crípticas incitaciones de Antonin Artaud ejercen en esos momentos una influencia definitiva. La temporada del “Teatro de la crueldad” (1964), animada por Peter Brook y Charles Marowitz, coincide prácticamente con la difusión internacional de la experimentación grotowskiana.
A estos esfuerzos por desnudar al actor y confrontarlo con las fuentes primigenias del sonido, el movimiento, el espacio y el ritmo, se suma la experiencia del Living Theatre y la vanguardia norteamericana que concibe al gesto como un acto liberador, no narrativo, y cargado de un valor de provocación.
Bajo estas influencias, la escritura escénica de los años setenta fue una escritura física, concreta, corpórea, al punto de generar una corriente, eminentemente visual, que, apoyada por la experimentación previa de Jean-Louis Barrault, Etienne Decroux, Jacques Lecoq, entre muchos otros, sigue su propio desarrollo y se denomina en algunas latitudes como Teatro del Gesto o Teatro Corporal.
Paralelo en su afán renovador, nuestro teatro recurrió en cambio a la grafía corporal, el diseño coreográfico, la acrobacia y las prácticas derivadas del music-hall, como formas de apoyo para reinsertar a la palabra en el centro del discurso espectacular.
La gran paradoja de “Poesía en voz alta” –me atrevo a conjeturar–, estriba en que su apuesta por la palabra engendró un teatro que terminó por suprimirla. Para los años ochenta, cualquier egresado de las escuelas universitarias era capaz de hacer un salto mortal al frente e incapaz de pronunciar una frase inteligible.
Sin embargo, el gesto quedó supeditado entre nosotros a la innoble función de ocultar las deficiencias interpretativas de cara a los textos tradicionales. Las experiencias de un Mimus Teatro, del recientemente resucitado grupo Tres, el memorable éxito artístico de Eurídice, espacios donde se instauró una poética del cuerpo, son garbanzos de a libra que no han vuelto a repetirse… a no ser en las brillantes escenificaciones que Jorge A. Vargas realizara en su periplo regiomontano.
Por ello, la iniciativa del propio Vargas y de Alicia Laguna, el Encuentro Internacional de Teatro del Cuerpo, merece una atención detallada que vaya acorde a su importancia y al decidido entusiasmo con que ha calado en el ánimo de la comunidad teatral del país.
Rescatado con tino –en tiempos de incertidumbre política– por el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Querétaro, el III Encuentro ha colocado nuevamente a la barroca ciudad como eje del teatro nacional y ha permitido a sus moradores una visión muy amplia e intensa de la teatralidad, que va desde el refinado procesamiento de los códigos populares del clown (Daniele Finzi) hasta las radicales expresiones contemporáneas (Derevo), pasando por las cimas espectaculares de Oriente y Occidente (La ópera de Pekín y La commedia dell’arte).
No es poca cosa. (Continuará…)