Proceso
Columna Teatro
Teatro e investigación
Rodolfo Obregón
Arte inasible por excelencia, el teatro presenta dificultades particulares para su documentación y su estudio. Aunado al poco prestigio que este arte tiene en nuestro medio cultural, no es de extrañar que la investigación teatral muestre un claro retraso en relación a la que se ocupa de otras disciplinas artísticas.
A pesar de los esfuerzos que, durante los últimos diez años, ha hecho el Centro de Investigación Teatral Rodolfo Usigli (CITRU), tan necesaria tarea sigue siendo obra de lobos esteparios, de rara avis. La excepción quizás siga siendo la UNAM y, aún ahí, la investigación predominante es la literaria y, como nos recuerda Josefina Brum, el descrédito se manifiesta con la ausencia de un especialista en su Instituto de Investigaciones Estéticas.
Por ello, la iniciativa de la Asociación Mexicana de Investigación Teatral, que preside el Dr. José Ramón Alcántara, es un esfuerzo altamente loable para que los lobos comiencen a cazar en manada o, por lo menos, compartan los secretos de su oficio.
Reunidos en Puebla para sus IV Jornadas de Investigación Teatral, los miembros de la AMIT sesionaron frente al gran ausente, el teatro poblano, que no pudo ofrecer una representación digna de semejante concurrencia.
Para un observador curioso, lo primero que salta a la vista en estas jornadas es el creciente número de apasionados estudiosos dados a la tarea de hurgar en los archivos para documentar la actividad teatral en la ciudad de México y las diversas entidades federativas.
Los resultados no se hacen esperar. Siguiendo el brillante ejemplo de Giovanna Recchia (autora de los libros Los teatros de México y Espacio Teatral, y del CD Rom Escenografía mexicana del siglo XX), el sinaloense Sergio López ha publicado de forma casi simultánea las memorias de tres espacios teatrales: el Ángela Peralta de Mazatlán, el Apolo de Culiacán y el defeño Casa de la Paz.
El panorama no resulta tan alentador entre la crema y nata de los pensadores, aquellos dedicados a la teoría teatral, donde, salvo honrosas excepciones, se reciclan teorías y métodos analíticos (en retirada en otras partes del mundo) que cultivan la falsa complejidad, la elaboración de grandes aparatos teóricos y un lenguaje críptico, para terminar, como buenos ejemplares posmodernos, describiendo la superficie.
En el campo infinito de la historiografía, por el contrario, los avances son notables y los ejemplos variados. Para muestra, el botón elaborado por Michiko Tanaka y Susana Wein, quienes han abierto múltiples líneas de investigación con respecto a las aportaciones escénicas de Seki Sano.
Tanaka y Wein han generado un acontecimiento documental que permite entrever el espíritu del acontecimiento primigenio: la puesta en escena que el director japonés realizara, en 1956, de Prueba de fuego (The Crucible) de Arthur Miller. Después de una exhaustiva documentación, y con un protocolo claramente establecido, han reunido frente a las cámaras de vídeo, dirigidas por Eugenio Cobo, a los protagonistas sobrevivientes de aquel espectáculo fundador: Ma. Eugenia Ríos, Ignacio López Tarso, Abraham Stavans, Ana Ofelia Murguía (quien debutó profesionalmente con esta puesta), Carmen Sagredo y Rodolfo Valencia, más una espectadora privilegiada desde aquel entonces, Olga Harmony.
El fascinante vídeo producido no aporta tan sólo una rica información sobre el carácter del espectáculo o las confrontadas visiones que sus protagonistas conservan de aquella experiencia, sino que se ofrece como un método atractivo de documentación (la grabación completa rebasa las dos horas de duración) para otras importantes puestas en escena y como un ejemplo magnífico de la investigación entendida también como un hecho sensible e imaginativo.