Proceso
Columna Teatro
Payaso sin opiniones
Rodolfo Obregón
Bajo el título Hans Quehans: las opiniones de un payaso, el Teatro de Arena presentó en breve temporada (que suponemos habrá de continuar pasado el periodo vacacional) su adaptación escénica de la novela de Heinrich Böll.
La escenificación de materiales literarios no dramáticos es una constante en la ya extensa colaboración de Luis Mario Moncada y Martín Acosta, que ha permitido al director la búsqueda de un lenguaje espectacular desprovisto de los condicionamientos de un teatro interpretativo.
En su célebre versión de Joyce, Cartas al artista adolescente, la mancuerna creativa consiguió incluso la autonomía de una puesta en escena que corría paralela al texto literario, iluminándose mutuamente y estimulando sin interferencias la percepción múltiple del espectador.
En Las historias que se cuentan los hermanos siameses, a partir de textos de Truman Capote, el dinámico dúo continuó explorando la libertad de la narración escénica, pero, en este caso, a expensas de la trascendencia del material literario.
La actual versión de Opiniones de un payaso da un nuevo paso (que desafortunadamente, como veremos, conduce al vacío) por este camino, al trasladar la novela de Heinrich Böll al escenario y enmarcar sus avatares anecdóticos en las circunstancias actuales de nuestro país.
La tarea resulta vacua, para empezar, porque el protagonista de Böll no es un payaso, tal y como lo conocemos en estas latitudes, sino un clown. Y un clown, en palabras del maestro de las teatralidades corporales Jacques Lecoq, es ante todo “una profesión de fe, una toma de posición frente a la sociedad.
Situado voluntariamente al margen, el clown acepta sus propias debilidades, las enfatiza y las expone sin autoconmiseración para regocijo de sus espectadores. Al asumir su propia vulnerabilidad, el clown denuncia el absurdo de un orden establecido y, a menudo, otorga sentido a su propio caos.
El drama íntimo de esta singular figura permite a Böll exponer las miserias morales de la sociedad alemana de posguerra; una sociedad caracterizada por la amnesia colectiva y la unión, en torno al poder político, de la inteligencia y el pensamiento católico.
Los tres planos del discurso: opresión metafísica, hipocresía moral y fracaso individual, desaparecen al trasladar mecánicamente las situaciones al México contemporáneo. El amplio período descrito por el narrador, en el que todas las relaciones están permeadas por la política, no encuentra equivalente alguno en la inmediatez de nuestras circunstancias, ni siquiera en un ambiente electoral, pues, en la opinión común, éste se caracteriza por el descrédito de la política.
La pobre traslación aparece por demás contradictoria cuando, frente a las acciones antiabortistas recientes, Moncada sustituye la muerte de la hermana como consecuencia del alistamiento por las de un aborto promovido por la madre; raya incluso en el absurdo cuando el padre, político y empresario que manda a los hijos al CCH en un Mercedes Benz, discute la pérdida de la inocencia según Von Kleist; o se antoja francamente cínica cuando el actor y adaptador, funcionario de la UNAM, hace un chiste “de denuncia” acerca de los universitarios presos.
Poco importan entonces las formas escénicas, inspiradas obviamente en la caracterización clownesca, que adopta el fallido discurso dramático así como el notable esfuerzo de los actores.
A diferencia de Cartas..., donde lenguaje escénico y literario brillaban con toda su riqueza, y de los ...siameses, donde la escena esterilizaba al texto, en estas ...opiniones... el fracaso de la adaptación nulifica la puesta en escena de un director –no está por demás decirlo– cada vez más preocupado por sostener el prestigio de su amplia imaginación, como desatendido de la interpretación actoral y el contenido temático de sus espectáculos.