FICHA TÉCNICA



Título obra Puerto infinito

Autoría Mauricio Jiménez

Dirección Mauricio Jiménez

Elenco Aída López, Ana María González, Indira Pensado, Jorge Ávalos, Tizoc Arroyo, Rodolfo Palacios, Israel Martínez

Escenografía Miguel Ángel Álvarez

Espacios teatrales Casa de la Paz




Cómo citar Obregón, Rodolfo. "Heterónimos". Proceso, 2000. Reseña Histórica del Teatro en México 2.0-2.1. Sistema de información de la crítica teatral, <criticateatral2021.org>



TRANSCRIPCIÓN CON FORMATO

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Proceso

Columna Teatro

Heterónimos

Rodolfo Obregón

En la rica aventura del arte en el siglo XX resalta un fenómeno singular, la deliberada permeabilidad en las fronteras de la vida y el arte a través de una actitud que podríamos denominar la ética de la vanguardia. De Valle-Inclán a Mishima, de Henry Miller a Jean Genet, el artista vuelca directamente en su obra la experiencia de su vida o, por medios artísticos, transforma su vida en una extensión de la obra.

A esta segunda especie pertenecen las fascinantes vicisitudes del poeta portugués Fernando Pessoa, lúcido creador de un “drama em gente” protagonizado por él mismo y sus tres poetas heterónimos: Alberto Caeiro, Ricardo Reis y Alvaro de Campos.

Recuperado de sí mismo a través de la exitosa puesta en escena de dos obras “cerradas” de ficción (Las musas huérfanas y Volpone), Mauricio Jiménez vuelve a la creación teatral absoluta escenificando el drama vital de don Fernando Pessoa bajo el título de Puerto infinito.

Desafiando el postulado del poeta lusitano, “Toda mi vida gira en torno a mi obra”, el director deshecha la posibilidad de escenificar alguno de sus dramas (El marinero, único concluido por el autor, fue puesto recientemente en México) y retoma su antigua obsesión por un teatro entretejido por planos temporales (Lo que cala son los filos) o por el diálogo mutuamente esclarecedor entre creación y biografía (Más laberinto). Puerto infinito, en breve temporada en Casa de la Paz, es una obra de madurez en esta línea.

Lejos de la propuesta de un “teatro estático”, con el que Pessoa buscaba destruir las convenciones del teatro de su tiempo, Mauricio Jiménez construye una puesta en escena con su característica fisicalidad, sustentada en el juego actoral, la búsqueda de convenciones esenciales y la creación de imágenes líricas, que habría requerido de un espacio vacío o algún elemento unificador en lugar del pesante afán realista en la desarticulada escenografía de Miguel Ángel Álvarez.

Vital en el ritmo del espectáculo, el juego escénico agiliza el relato biográfico, como en la secuencia que resume la educación del joven Pessoa en una escuela inglesa de Sudáfrica y en la cual el director consigue una escena de maestría brookiana (un mapa, dos banderas y un trapo negro bastan para describir la explotación colonialista de todo un continente) y el elenco goza y hace gozar al espectador con la paródica representación de un Hamlet escolar.

El mismo juego, en cambio, tiende a opacar la poderosísima palabra de los cuatro poetas, como en el caso de las máquinas que asfixian con su sonido la Oda futurista de Alvaro de Campos, y las imágenes escénicas (agua, fuego, ceniza, musa semidesnuda) parecen predecibles frente al ilimitado horizonte que despliega la imagen poética.

Afortunadamente, conforme la narración avanza, el director va renunciando poco a poco al espectáculo y concentrándose en la vida de sus criaturas. Con el apoyo de Aída López, Ana María González e Indira Pensado, Jorge Ávalos, Tizoc Arroyo, Rodolfo Palacios e Israel Martínez construyen las edades de Fernando y la existencia de sus personalidades a partir de una apasionada emotividad que deja a un lado la rabiosa lucidez analítica que les dio origen.

Esta pasión, con la que Mauricio Jiménez –para fortuna de nuestro teatro– aborda todas sus creaciones, tiene doble filo. Como lo muestra el pausado y entrañable Maestro Caeiro de Israel Martínez, la enunciación de la poesía exige el respeto de sus reglas formales. Los otros actores deberían saber que el ritmo y la sonoridad del poema puede llevarlos (y llevarnos), en términos emotivos, a tierras mucho más ricas y profundas que sus engañosos sentimientos.

Por la otra parte, la arrebatada entrega de todo el elenco dota de vida al espectáculo y nos recuerda, con toda la fuerza sensorial del teatro, las palabras con que Pessoa se explica ante un crítico hipotético: “Sabe que, como poeta, siento; que, como poeta dramático, siento despegándome de mí; que, como dramático (sin poeta), transmito automáticamente lo que siento en una expresión ajena a lo que he sentido, construyendo en la emoción una persona inexistente que lo sintiese verdaderamente, y por eso sintiese, como derivación, otras emociones que yo, puramente yo, me he olvidado de sentir”.