FICHA TÉCNICA



Título obra Felipe Ángeles

Autoría Elena Garro

Notas de autoría Antonio Zúñiga, Saúl Meléndez, Sandra Félix y Luis de Tavira / adaptación

Dirección Luis de Tavira

Grupos y Compañías Al Borde Teatro / Compañía Nacional de Teatro

Elenco Rodolfo Guerrero

Escenografía Philippe Amand

Espacios teatrales Teatro Julio Castillo




Cómo citar Obregón, Rodolfo. "Felipe Ángeles". Proceso, 1999. Reseña Histórica del Teatro en México 2.0-2.1. Sistema de información de la crítica teatral, <criticateatral2021.org>



TRANSCRIPCIÓN CON FORMATO

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Proceso

Columna Teatro

Felipe Ángeles

Rodolfo Obregón

En su autobiografía, Threads of time, Peter Brook da cuenta de la respuesta de un maestro Sufí a la aparente contradicción entre la fatalidad del destino y la libertad del individuo: “El hombre posee la naturaleza de un guerrero, y debe luchar siempre contra el destino, nunca darse por vencido. Ahí reside su libertad”. Esa capacidad de dar la batalla aun a sabiendas de un destino preestablecido ha determinado siempre la dimensión del héroe trágico.

En Felipe Ángeles, de Elena Garro, el lector o espectador es consciente desde las primeras escenas de la obra del destino sellado del revolucionario, y el auténtico interés humano se encuentra en la batalla del protagonista con sus íntimas contradicciones.

Ángeles: Padre, ¿no se da cuenta de que lo que necesito no es un sacerdote, sino alguien que me explique cómo un hombre que ama tanto la vida no tiene miedo de morir? (Acto III)

En la interpretación de Rodolfo Guerrero, Felipe Ángeles es desde el inicio un desencantado militar que se entrega resignadamente a su inevitable martirio, convirtiendo las restantes tres horas del espectáculo en la impecable confirmación de lo previsible.

Pero la unilateralidad actoral de Guerrero, al igual que la del resto del grupo juarense “Al Borde Teatro” dividido entre los asesinos de Ángeles, que gritan y manotean para afirmar su maldad, y los endebles correligionarios del General hidalguense, donde destaca una lamentable caricaturización de Francisco I. Madero, responden a dos postulados fundamentales de la versión y escenificación de Luis de Tavira con la Compañía Nacional de Teatro, que puede ser vista de miércoles a domingo en el Teatro Julio Castillo.

A contracorriente de la enseñanza que poco antes de la ejecución hace el Felipe Ángeles de Elena Garro a su custodio (No se puede fincar nada sobre un charco de sangre. Busque la tierra firme, búsquela adentro de usted mismo.), Tavira renuncia a la exploración de la íntima verdad humana y persigue con su enorme energía escénica la creación del gran fresco sobre la Revolución traicionada.

Y si bien es cierto que las dimensiones de la empresa y su impecable realización espectacular, a pesar del convencionalismo que aflora en las protestas sociales y en el juicio con las voces grabadas del público, otorgan a este espectáculo el valor de un gran grito sobre la pequeñez de nuestro teatro, no deja de ser contradictorio que la estética resultante, en la que es evidente la importancia del escenógrafo Philipe Amand, comparta decididamente la grandilocuencia retórica de la estética oficialista emanada de la Revolución que asesinó a Felipe Ángeles

El segundo postulado, ya presente en El caballero de Olmedo, y que afecta en mayor medida a la interpretación actoral, encubre sin embargo una contradicción mayor. En la adaptación dramatúrgica de Antonio Zúñiga, Saúl Meléndez, Sandra Félix y el propio Luis de Tavira, el diálogo ya directo de Elena Garro, despojado como nunca de lirismo (a excepción desde luego del monólogo final), se torna sobre-explícito. El discurso que pretende devolver a Felipe Ángeles su merecido lugar entre los mártires de la democracia (con corona de espinas incluida) se entrega al espectador a través de un medio anti-democrático por excelencia: el didactismo

Es nuevamente Peter Brook quien nos recuerda que “si la democracia significa el respeto por lo individual, el verdadero teatro político significa confiar en que cada individuo en la sala obtendrá sus propias conclusiones una vez que el hecho teatral haya cumplido con su legítima función de sacar a la luz la complejidad oculta de una situación determinada”.