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Columna El Teatro
Un nuevo teatro experimental: La Linterna Mágica
Armando de Maria y Campos
Acaba de aparecer un grupo de teatro, dirigido por un joven animador y autor teatral, Ignacio Retes, a quien conocí como inteligente y dinámico ayudante del director japonés Seki Sano, cuando éste ensayaba la teatralidad del ballet La coronela, de Revueltas, que se puso en Bellas Artes en la época en que yo dirigía la oficina de Teatros de la SEP. Retes se ha independizado, escribe teatro y lo dirige. La presentación del grupo teatral, que ahora ha organizado, fue desde el escenario del teatro del Sindicato Mexicano de Electricistas, con una obra del autor y actualmente director de cine, Juan Bustillo Oro, no inédita, Los que vuelven.
La Linterna Mágica –así se llama el nuevo grupo teatral– adquiere su nombre de la obra de José Tomás de Cuéllar (conocido en la literatura nacional por Facundo), "Su nombre y su espíritu. Participa, tal vez con igual ingenuidad, de los mismos propósitos que impulsaron a aquel director: encontrar a México, descubrirlo, aprender a amarlo", declara Retes, a nombre de su grupo.
Para muchos, en este nuevo México que vivimos, el nombre de Cuéllar, autor de una serie de novelas costumbristas bajo el título común de La linterna mágica, debe ser un enigma, y no digamos de su propósito de encontrar a México, descubrirlo, etc. Cuántos ignoran que también fue un excelente autor de teatro, aunque lo mejor de su diálogo se halle en sus novelas. Hace cien años contaba, exactamente, diez y seis el próximo, se cumplirá el centenario de su participación como defensor de la soberanía mexicana, cuando el invasor asaltó y tomó el Colegio Militar de Chapultepec. Murió ciego en esta ciudad de México, de la que era oriundo, en 1894. Su serie La linterna mágica comprende los años 1889 y 1892, y sobresalen en Ensalada de pollos, Historia de Chucho el Ninfo, Baile y cochino, Los mariditos, Las jamonas, Las gentes que son así, Los fuereños y la nochebuena, Gabriel y el cerrajero o las hijas de mi papá, escritas todas con tan ágil picardía de narrador, tan vivas y amenas, que no parecen concebidas hace medio siglo y pico, sino ayer, y como scripts cinematográficos. (Y mientras tanto "nuestro" cine nacional se nutre de novelones extraños, como Niña Petrovna –¡la mujer de todos!–, del austriaco Robert Thoeren).
Como autor teatral no fue menos fecundo que como novelista, aunque sí menos afortunado. Su primer drama, en tres actos y en verso, subió a escena en el teatro Nacional de México, la noche del 18 de octubre de 1855, durante la magnífica temporada que venían haciendo los ilustres comediantes españoles Matilde Díez y Manuel Catalina. Se tituló Deberes y sacrificios y es de costumbres nacionales. La representación fue un suceso de actualidad política, porque la función se dio a beneficio de las víctimas –huérfanos y viudas– de nuestras guerras civiles entonces de gran éxito en todo el país, y estuvo dedicada al general don Juan Alvarez, presidente interino de la República, en representación del cual asistió el presidente sustituto, general don Ignacio Comonfort. (A pesar de las tremendas crisis que se vivían, los altos mandatarios asistían al teatro). Que la obra de Cuéllar es excelente y le daba ocasión a la Díez y a Catalina para que lucieran, lo prueba que la presentaron en Madrid, y no las de los otros dos autores, que también fueron representadas durante su temporada mexicana: Fernando Calderón con su pieza A ninguna de las tres y José Ignacio Anievas con su drama La seducción, que ya había sido estrenada en Querétaro dos años antes.
José T. Cuéllar escribió y vio representar las siguientes obras de que fue autor, y que tal vez se hallan perdidas, porque no fueron impresas como Deberes y sacrificios, que alcanzó dos ediciones, en 1855 y en 1856: Azares de una venganza, estrenada por el actor mexicano Antonio Castro, en noche de beneficio, en el teatro de Iturbide; Arte de amar, que fue estrenada en el Nacional; Natural y figura, que fue puesta por la compañía del actor español Eduardo González, en el teatro Imperial, durante el llamado Segundo Imperio; Un viaje a Oriente, comedia de magia que la estrenó en el teatro de Iturbide el actor mexicano Gerardo López del Castillo; Redención, que subió a la escena del Principal, y Cubrir las apariencias, que no sé si se llegó a estrenar, ni en qué teatro. Sin embargo, de que Cuéllar, manipulador de La linterna mágica, no llegó a triunfar en el teatro, su manera de descubrir a México, amándolo y pintándolo –fue también pintor– sirve de guía en un grupo teatral. El verso de Gutiérrez Nájera tiene una fresca actualidad: "No moriré del todo, amiga mía..."
El grupo teatral La Linterna Mágica, confiesa su aprendizaje, adquirido en la joven tradición de los teatros experimentales de México. "Se inicia, pues –declara Retes– bajo la tutela de dos tradiciones y aspira no sólo a constituir un grupo digno de ellas, sino a superarlas. Para lograrlo cuenta con el entusiasmo de sus actores, la proyectada continuidad de su trabajo y con la esperanza –la necesidad– de encontrar un autor dramático propio".
Su temporada inicial la acaba de inaugurar La linterna mágica, con el reestreno de una obra mexicana de Juan Bustillo Oro, Los que vuelven, la tragedia de los trabajadores mexicanos repatriados desde Estados Unidos, que fue representada, por primera vez, durante la temporada del llamado "Teatro de Ahora", en el teatro Hidalgo, en 1932, y de la que trataré mañana a los lectores de esta columna en nueva crónica.
Muy bien empezar con la obra de un autor mexicano joven todavía pero, ¿por qué no representar también la mejor de Cuéllar, bajo cuya tutela nominativa y espiritual nace este grupo? Una representación de Deberes y sacrificios, creada en México por "la perla del teatro español" Matilde Díez, sería el mejor homenaje de "su" grupo al autor del México de La linterna mágica.