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Columna El Teatro
Lo que significa Mirra Efros, en el teatro judío
Armando de Maria y Campos
La Compañía Fábregas-Montoya que dirige Ricardo Mondragón habrá puesto en escena el drama en cuatro actos Mirra Efros, de Jacobo Gordin, una de las piezas características del teatro judío, que es casi tan antiguo como la raza. Mirra Efros no es una obra nueva para los amantes o los estudiosos del teatro, porque sus referencias ruedan por la prensa europea y por las editoriales españolas hace más de cuatro décadas. Con el retraso, habitual, nos llega, ahora, a México –hace dos meses se representó por primera vez en el país, en el teatro Degollado, de Guadalajara, por la misma compañía de Virginia Fábregas y María Tereza Montoya– en la misma traducción de Cristóbal de Castro, impresa en Madrid, en 1930 al lado de El alma en pena, de An-Ski y de Anatema, de Andreiev, que componen el tomo correspondiente al Teatro dramático judío, que forma parte de la colección en que aparecieron grupos de obras de teatro japonés, norteamericano, de negros, escandinavo, soviético, etc.
En el prologuillo que De Castro escribió al frente del tomo de Teatro dramático judío recordó que en las páginas del Viejo Testamento surgen constantemente espectáculos donde el canto y la mímica ponen un sello teatral a las expansiones populares. Y cita unas líneas de Giacomo Lwow y Eligio Possenti, que toma del prólogo [que] estos dos judíos pusieron a su traducción italiana de Mirra Efros: "En sus orígenes", dice Castro que dicen Lwow y Possenti, "los dramas judíos se acompañaban siempre con música y apenas diferían de los ritos usados en las sinagogas. De suerte que el teatro judío surgió del templo, con acompañamiento de coros litúrgicos". En suma, que los orígenes del teatro judío se hallan igual que los del griego por los misterios eleusinos y como los del español y el francés, por los autos sacramentales, en las ceremonias religiosas. El origen, el mismo, sólo que en el teatro judío, lejos de atenuarse o extingurse por el alud sexual o social, se mantiene, a través de siglos y siglos, con esa incomparable perseverancia y ese idealismo tan ingenuamente romántico –¡qué se cree usted eso, don Cristóbal!– propios del pueblo de Israel.
El tema del teatro específicamente judío –sin olvidar que una considerable cantidad de autores teatrales de todo el mundo son de origen judío–, es ancho y profundo, sin contar con los numerosos que, sin ser judíos, llevaron a sus obras temas de la raza judaica. El primero, don Pedro Calderón de la Barca, que escribió La corona del rey David, y en seguida, y por no citar sino a dos luminarias del siglo de oro español, Tirso de Molina, con La venganza de Tamar.
El autor de Mirra Efros, Jacobo Gordin, es un precursor del nuevo teatro judío. A él, como a Abraham Godlafen, se debe que a los pocos años de quedar organizada la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas, funcionaran en los Estados Unidos veintitantos teatros judíos, que en Alemania –antes de Hitler, claro– Piscator revolucionara la escena germana con sus piezas de propaganda judaica, que en Francia los Pitoef y Baty, en Austria, Reinhardt, en Inglaterra, Gordon Craig, hicieran lo propio. En la URSS se movía la cuna del nuevo teatro judío. A un actor mexicano, viajero por Rusia a mediados de la década de los 30, Alfredo Gómez de la Vega, debemos recientes interesantes noticias sobre el alto nivel artístico del teatro judío, en Moscú particularmente. Aunque se refiere únicamente al Teatro Judío Kamerny, al que vio representar cuatro obras, su breve y clara referencia es valiosa, por testimonial. Estos últimos años el teatro judío ha tenido revelaciones en autores y actores tan sorprendentes por lo maduras y meritorias, que le otorgan de inmediato un lugar destacado entre los más resueltos de oriente y occidente.
Aparte de en hebreo, "Mirra Efros se ha representado con éxito en italiano, por Tatiana Pawlova, que ofreció esta obra a los romanos el año 1925. No figura, que yo me haya enterado, en el repertorio de las buenas compañías inglesas o francesas. Es probable que haya sido representado el drama que ahora interpretan dos eminentes actrices mexicanas, en los Estados Unidos. De lo que sí estoy seguro es de que no se atrevieron con este drama las compañías españolas de la República, ni mucho menos las que actuaban durante la dictadura de Primo de Rivera o la dictablanda de Berenguer. Por razones de política religiosa, claro está. Porque Mirra Efros es, sencillamente, un drama familiar, de líneas simples pero enérgicas, en cuyo fondo, de poderoso vigor plástico, destaca un carácter. Es el conflicto de la tradición patriarcal, combatida por nuevos, jóvenes apetitos; el choque entre la bondad del sentimiento y la rigidez del carácter –tema que corre como río caudaloso a lo largo de los cuatro actos– está soberbiamente planteado y resuelto con ternura honda y conmovedora...