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Columna El Teatro
El Niño de Utrera en Arbeu. Qué es el cante chico y qué es el cante grande
Armando de Maria y Campos
Allá por el verano de 1926 llegó a mis manos un librillo, breve como una copla, titulado De cante grande y cante chico, que había publicado en Málaga un poeta andaluz, Juan Carlos de Luna. Su contenido me llenó de sorpresa y emoción, por las cosas nuevas que en sus páginas hallé sobre un arte de cantar viejísimo, diez años después llegó a mi poder la 2a. edición "corregida y aumentada", del tal librillo. ¡Y qué de cosas me enseñó sobre el cante jondo, o cante flamenco o cante andaluz, tres denominaciones distintas para un cante verdadero!... ¡El quejío jondo!...
Después de oír cantar a Niño de Utrera –una de las figuras de la Compañía de Bailes y Cantos de España, de Conchita Piquer, que actúa con éxito en el Arbeu– he vuelto a hojear el precioso librillo, joya de mi biblioteca, cariñosamente dedicado a mí, desde Madrid, sin conocernos el autor y yo. Y desde luego me detuve en este párrafo: "Lo que se canta hoy por esos teatros y esas juergas de pega, casi todo bajo epígrafes de fantanguillos y milongas, son engendros de un maridaje entre la mentecatez y la cursilería, fundidos en risible abrazo de repugnante sexualismo. Ni eso es cante ni hay para qué tomar en consideración sus afeminados gorgoritos y las ridículas incongruencias de literatura, tan apartada de la jugosa inspiración del pueblo, como lo está la mercachiflería y el perfilado perismo de sus profesionales". Claro, con sus excepciones, sobre todo de estilo y personalidad.
¡Vaya ascendencia milenaria la del cante jondo!... ¡Los ruiseñores se salvaron en el Arca de Noé! Pero no es ésta la ocasión de hacer juegos malabares con la erudición. Es viejo el cante español, y desde la liturgia y grandeza de la Caña, a la moruna melopea del Cante de la Trilla; desde la seguidilla triste y seria, hasta el pregón del vendedor ambulante; desde los cantes en que la guitarra toma parte con floreos y gallardías, hasta aquellos otros en los que enmudece, porque no son poderosos los dedos cuando pulsan las cuerdas, tantas son las formas que adopta, se ciñe a tantos estados del espíritu, se embalsama con tantos aromas, se viste con tantos trajes de luces –como dice Luna– que no es fácil hablar del cante con uniformidad y orden.
Los "enterados" pretenden dividir el "cante jondo" en "cante grande" y "cante chico". Estiman que el "cante grande" es el único digno de tenerse en cuenta y consideran el "cante chico" patrimonio de gritadores y profesionales de pocos recursos. La verdad es que el "cante chico" es hijo del "cante grande". La solera nueva, cría y llega a vieja abocándose y tomando color –dicen los clásicos–; y si una cabeza blanqueada por la nieve del tiempo inspira veneración, una cabecita de niño, con su corona de bucles sedosos no causa desprecio.
Su biógrafo que comento sitúa el área de su nacimiento, "Un triángulo que tenga sus vértices en Morón, Jerez y Ronda, puede considerarse como originario del "cante jondo". Y "la caña", que es sin duda la manifestación más antigua del "cante" hace de abuela. "La guitarra con su rasgueo serio, ciñe la gama de sus notas a acompañarla solamente; no se atreve a modelar una falseta; se siente cohibida, y suena ocultando sonoridades que en su voz pone la venerable vieja; y cuando, después del primer tercio, tiene que lamentarse sola, sin que el cantar la lleve de la mano, lo hace con dos notas salientes de aquél, repitiéndolas. La "caña" entra briosamente, sin otro descanso que el de sus tercios segundo y cuarto. Para que no resulte, dentro de su grandeza, monótona, tiene un estribillo, que se llama "el macho", estribillo "gallo" y peleón,y aquí salta el ejemplo, lástima que sin música:
Manque toquen a rebato
las campanas del olvío,
en mi no s'apaga el fuego
que tu querer a ensendío.
Y en seguida, "el macho":
¡Viva Ronda!
Retina de los sielos,
flor d'Andalusía.
¡Quien no t'ha visto que se ponga aquí!
La “caña” tiene un hermano menor: el “polo”, y a ella se parece en todo. Compuestito, modoso, suprime el tercio de pelea; el mismo "macho" que corteja a "la Caña" adula al mocito gastoso y pinturero:
ni er pasá por tí quebranto;
¡De qué me sirvió er queré,
si no habías de ser mía,
de no haser Dios un milagro!
Mi cariño
me tiene conmosionao,
sin saber lo que me pasa;
yoro y tiemblo como un niño
por tí.
En "el Medio Polo" se pierde un poco la gallardía de una entrada; su tercio de remate es una "Soleá corta"; como ésta:
Hasta la paré d'etnfrente
tá sintiendo mi doló.
Cuando la paré lo siente,
que será mi corazón.
De lejos
es muy sensiyo reírse
y muy fácil dar consejos.
Seguiré evocando la seguiriya seata, el martinete, los tangos y los caracoles, las guajiras y las bulerías, las serranas, las caleseras, las temporeras, el fandango y el fandanguillo, las tarantas-cartageneras, las malagueñas y granadinas; qué sé yo cuánto habrá que escribir para hablar bien hablado del Cante grande y del Cante chico, que oyó cantar Noé hace siglos a los ruiseñores, cuando el famoso Diluvio, que es hasta ahora el mejor anuncio que ha tenido la bomba atómica.